Vida

Raudos se van los años

Raudos se van los años pero todavía recuerdo mi primer viaje, un trayecto hacia lo desconocido y como tal, al influjo del azar.

Desde que arrancó aquel tren de un determinado país y de un determinado pasaje e idioma, mi vida ha sido un viaje. Con escasos seis años de edad sentí un verdadero pavor de dejar todo, incluso a mi padre, quien no subía al tren por estar despidiéndose, probablemente para siempre, de unos amigos sobre el andén. Luego comenzaron a pasar los postes de angostas callejuelas encharcadas de algún suburbio y árboles ante mi ventanilla del vagón mientras la locomotora, con su monótono ruido, tragaba millas.

Tras este largo, larguísimo viaje, y varios cambios de trenes, cruzando diferentes fronteras, hemos desempaquetado nuestras maletas en Viena. Allí conocí a mi abuela paterna, con el rostro rodeado de una cabellera canosa. La abuela tenía canarios con los que estaba muy familiarizada. Les hablaba en alto-alemán con marcado acento vienés. Aunque la similitud entre el alemán y el austriaco es evidente, el tono es diferente.

Para mi íntimo placer la abuela no tenía otros nietos en Viena. Yo aborrecía desde tierna edad otra competencia infantil y no quería dividir el amor con otras criaturas. Se trataba de un auténtico egoísmo, ya lo sé. Me veo a mí misma de forma autocrítica pero indulgente. Como ?hija única? se tiene todo el amor, pero también todo el dolor a la hora de una grave enfermedad o muerte de los padres.

Sufrimos sólo por los que amamos, y hacemos sufrir a los que nos aman… Posteriormente, por ser ?hija única? y por no haber querido más hijos mi madre ?para carne de cañón?, he sido toda mi vida una mujer solitaria y mis primeros 50 años no han sido más que la preparación para este viaje solitario. A pesar de la soledad de mis caminos, siempre me hallaba en conexión íntima con alguna partecita de la humanidad a través de mis escritos.

Después de quedarnos algún tiempo en Viena con la abuela, nos hemos trasladado a Berlin, donde los últimos años de la Segunda Guerra Mundial era tanto como encontrarse con un ambiente de Apocalipsis: la autoaniquilación de la humanidad, la catástrofe final, el desastre atómico, etc. No he comprendido nunca esta lucha a muerte de los pueblos vecinos ni la decadencia del odio.

Sobre Berlin caían casi todas las noches las bombas lanzadas desde los aviones británicos, y para sacarme del peligro de muerte mis padres decidieron enviarme a un país neutral, España. Un viaje que ya abarca más de cuatro décadas, pero primero me mandaron a Viena, ciudad que bombardeaba menos la aviación inglesa. Justo delante de la casa de mi abuela había montones de vidrios rotos.

Pregunté si eran de un bombardeo y por qué no los habían quitado. ?Porque los ingleses pueden volver?, fue la lacónica respuesta de mi abuelita. En Berlin, tras un fuerte bombardeo, hubo al día siguiente nuevos cristales en las ventanas y funcionaba la electricidad y el agua caliente. En Viena reinaba otro espíritu y el ritmo del vals. En España viví en el mundo de mis ilusiones adolescentes entre las huellas de una reciente guerra civil y la fatalidad.

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