La cifra de casos anuales detectados ha pasado de un millón a 300 mil en los últimos veinte años. Desde el 2005 se ha estabilizado entre los 200 y los 300 mil, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), una cifra que sigue provocando vértigo.
Causada por una microbacteria transmitida por las vías respiratorias, la lepra es una enfermedad infecciosa conocida desde la Antigüedad, pero que desapareció espontáneamente de los países occidentales paralelamente a la mejora de la calidad de vida y el nivel de higiene. La enfermedad afecta primero a la piel, después al sistema nervioso y, si no es tratada a tiempo, puede provocar parálisis, mutilación de los miembros y ceguera.
Un enfermo de lepra reflejado en un espejo mientras un doctor le examina en el centro donde residía en Chincvali, India, en el 2009. (Foto Prensa Libre: AFP)
Su evolución extremadamente lenta -la incubación dura entre uno y diez años, a veces más- hace que sea una enfermedad difícil de controlar en una veintena de países pobres, en el sur de Asia, África o América Latina, donde es endémica.
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La detección precoz como arma
Según la OMS, India es el país más afectado (con más de 127 mil casos en el 2013), seguido de Brasil (31 mil), Indonesia (cerca de 17 mil) y dos países africanos, Etiopía y República Democrática del Congo (entre 3 mil 500 y 4 mil nuevos casos).
Desde 1995, la OMS ofrece gratuitamente a los países pobres tratamientos que combinan tres antibióticos, lo que ha permitido a entre 15 y 16 millones de personas recuperarse. De ellas, no obstante, entre un 20 y un 30 por ciento padece minusvalías definitivas.
Una paciente con leprosa acariciando a un cachorro de gato en un campamento instalado a las afueras de Rangún, el 13 de junio del 2014. (Foto Prensa Libre: AFP)
En ausencia de una vacuna eficaz, la detección precoz es la única arma actual para limitar sus secuelas, según los especialistas. “La lepra puede ser totalmente curada si se interviene cuando sólo hay manchas cutáneas. Cuando los nervios ya están afectados es otro asunto”, precisa el doctor Francis Chaise, cirujano de la mano y de los nervios periféricos.
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El problema sigue siendo diagnosticar en las zonas más pobres, que con frecuencia son además de difícil acceso.
Para el doctor Jarlier, “habría que volver cada año para detectar rápidamente a los nuevos enfermos en fase de incubación, que pueden contaminar a su entorno” al no saber que portan la enfermedad. El otro gran desafío es el diagnóstico bacteriológico, que sólo puede hacerse a través de pruebas muy complejas.
Con motivo de la 62 Jornada Mundial de la Lepra, -que se celebra el último domingo de enero-, las asociaciones de lucha contra esta enfermedad movilizarán este fin de semana a miles de voluntarios para colectar fondos.