Revista D

“Mi apellido es Jerónimo”

La vista que se aprecia desde el mirador Juan Diéguez Olaverri, en la Sierra de los Cuchumatanes, Huehuetenango, es impresionante. En estos montes está una de las partes más altas del país, cuyo pico, ubicado en una zona protegida, roza los tres mil 800 metros sobre el nivel del mar. Son las 7 de la mañana y el frío ha bajado hasta los 4 grados centígrados bajo cero.

Reside en Tuicoyg, Chalhuitz, Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango. Es un área mam donde sus habitantes aún usan trajes tradicionales. "Es un orgullo", afirma Jerónimo Pablo, un agricultor de 46 años que además se dedica a impulsar el ecoturismo en la región.

Reside en Tuicoyg, Chalhuitz, Todos Santos Cuchumatán, Huehuetenango. Es un área mam donde sus habitantes aún usan trajes tradicionales. "Es un orgullo", afirma Jerónimo Pablo, un agricultor de 46 años que además se dedica a impulsar el ecoturismo en la región.

Fue una parada obligada hacia el caserío Tuicoyg, Chalhuitz, Todos Santos Cuchumatán, un área mam donde, con orgullo, los pobladores aún conservan sus tradiciones ancestrales.

Al llegar, luego de recorrer un largo trecho, incluso de terracería, llegamos a nuestro destino. “Bienvenidos. Me llamo Sebastián Jerónimo Pablo. Mis apellidos son Jerónimo Pablo”, aclara el sonriente agricultor de 46 años.

En el occidente del país, sobre todo en Huehuetenango, es común que la gente se apellide con nombres de pila. “Eso le parecerá extraño a un capitalino, pero aquí es normal”, subraya Jerónimo Pablo.

Esto sucede en la etnia mam, como Todos Santos Cuchumatán, pero está más enraizado entre los pueblos qanjobales, dueños del norte las profundidades de la sierra de los Cuchumatanes como San Juan Ixcoy, Soloma, Santa Eulalia y San Mateo Ixtatán —chujes—.

De ahí que haya bastantes personas con apellidos como Diego, Pedro, Pascual, Sebastián, Jacinto, Domingo, Mateo, Lucas, Tomás, Rafael, Bernabé, Juan, Miguel, Felipe o Andrés.

“Como se evidencia, son nombres de santos”, refiere Saturnino Figueroa, exdefensor de los Pueblos Indígenas de la Procuraduría de los Derechos Humanos.

Se cree que el empleo de los apellidos empezó a extenderse en la Península Ibérica a partir de los siglos XI o XII, pero no todos usaron los patronímicos, pues otros emplearon simplemente el nombre del padre en su forma regular y se apellidaron Marcos, Martín o Lucas, entre otros.

Tumik Palixh

En la época precolombina los pueblos nativos tenían nombres que guardaban relación con su linaje, oficio, naturaleza o procedencia.

En el municipio huehueteco de San Juan Ixcoy —nuestro siguiente destino— aún hay quienes afirman que son descendientes de la dinastía B’en, fundadora de los pueblos Yajab Q’a’, K’isil, Q’ata’, Chilal Txo’ y Tontaq, los cuales están dispersos en esa región.

Otros asentados ahí fueron los Tenam y los Tul. “Los nombres de nuestros ancestros contaban la historia familiar, pues decían dónde se habían originado, hacia dónde migraron y, de forma individual, a qué se dedicaban o quiénes eran sus padres”, explica Figueroa.

Por eso, aún en nuestros días, hay muchos que se presentan con dos identidades: “Me llamo Domingo Bernabé, pero mi nombre maya es Tumik Palixh”, expresa un agricultor de 54 años. “Entre nosotros —los qanjobales— empleamos nuestros nombres mayas para reconocernos”, asegura Andrés Pablo Escobar, maestro de un instituto local. “En mi caso, soy Antixh Tz’ikin Ku’texh”.

Con la conquista y colonización españolas, las costumbres cambiaron para los nativos. “Los comendadores, para tener control sobre sus tierras, impusieron sus nombres a los indígenas para reconocerlos”, refiere Ramiro Ordóñez Jonama, genealogista y abogado y notario.

Otro factor influyente fue la cristianización. “Ese proceso obligó a los indígenas a tener nombres y apellidos castellanizados, porque los locales se consideraban satánicos”, manifiesta Figueroa.

El Popol Vuh expone un claro ejemplo donde cita a Juan de Rojas, gobernante de Gumarkaj, antigua capital del reino quiché. “¿De dónde iba a llamarse así alguno de nuestros ancestros?”, se pregunta Figueroa.

Fue así que aparecieron los primeros nativos con identificaciones provenientes del español. Algunos tomaron nombres de pila —Juan, Felipe o Tomás, por ejemplo—, y otros, apellidos “tradicionales” como Herrera, Velásquez u Ordóñez.

Avecindamiento

En la década de 1870, durante el gobierno liberal, se formularon nuevas leyes con el objetivo de conocer a la población y, de esa manera, llevar un mejor registro de los impuestos, servicio militar y otras cargas. Los nombres y apellidos, por consiguiente, se registraron en forma legal.

Mucho tiempo después —31 de mayo de 1931—, la Asamblea Nacional Legislativa, según decreto 1735, emitió la Ley de Cédula de Vecindad. Ese documento se hizo obligatorio para todos los ciudadanos comprendidos entre los 18 y 60 años, cuyos datos —lugar y fecha de nacimiento, progenitores y nombres y apellidos, entre otros datos— se consignaban en el Registro de Vecindad.

En ese tiempo, sin embargo, no fue respetada la identidad de los pueblos indígenas, asegura Figueroa. “Si un señor llegaba a la municipalidad local para inscribir a su hijo y decía que quería llamarlo ‘Pablo’, el registrador observaba un santoral para verificar si el día del nacimiento era, en efecto, de San Pablo. Si no era así, entonces le ponía el nombre del santo que le correspondía”, explica. “Eso todavía pasaba con frecuencia hasta hace unos 40 años”, dice.

Con el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas, uno de los suscritos en los Acuerdos de Paz (1996), se suponía que habría respeto hacia ese segmento de la población.

A principios de este año, sin embargo, trascendió la noticia de que Francisco Pedro Francisco, de San Juan Ixcoy, recurrió a la Corte de Constitucionalidad porque aseguró que en el Registro Nacional de las Personas (Renap) le pidieron cambiarse el nombre para entregarle su documento personal de identificación (DPI).

Pedro Francisco, según acta notarial, indicó que la delegada del Renap en aquella localidad le expresó: “Usted no tiene nombre como lo dice el artículo 4 del Código Civil”.

El caso es que en tal artículo no existe referencia alguna a qué es un nombre o qué es un apellido. “Nadie puede exigir a nadie cambiarse el nombre”, refiere Jorge Mateo Ramírez, alcalde del área. Al final, el Renap entregó el DPI al afectado.

“Estos casos suceden por la falta de entendimiento por los nombres propios de la región”, señala Figueroa.

Incluso, el Acuerdo Sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas hace referencia a los nombres y apellidos en su capítulo denominado Derechos Culturales: “El Gobierno reafirma el pleno derecho al registro de nombres, apellidos y toponimias indígenas”.

Hoy, por tanto, si los padres desean llamar a sus hijos con nombres mayas, tienen el derecho de hacerlo. “Con los apellidos, claro, hay que tener cuidado, pues todo cambio debe estar dentro de un marco legal”, expresa Ordóñez Jonama.

Hasta ahora, al menos en San Juan Ixcoy, el 85 por ciento de las personas, aproximadamente, ha actualizado sus datos en el Renap.

Para dar una atención adecuada, señala Ordóñez Jonama, es necesario capacitar al personal del Estado, para que respete la identidad de los pueblos indígenas.

Migración

Aunque el fenómeno de apellidarse con nombres de pila tiene su centro en los pueblos del norte de Huehuetenango, la continua migración se ha encargado de que esto se observe también en Totonicapán, Quiché, San Marcos y Sololá.

Pero mientras siga el desconocimiento de esta situación, al maestro Pablo Escobar, por ejemplo, le seguirán preguntando constantemente cuáles son sus apellidos. “Ya estoy acostumbrado y he optado por tomármelo en broma. Siempre hay alguien que me pregunta: ‘¿Usted se llama como el narcotraficante colombiano?’ ¡Bah! Sí, les contesto. Pero en realidad soy un modesto maestro que lleva apellidos que parecen nombres”, enfatiza.

Enfermedad genética

Yulmacap y Yuljobé son dos lejanas aldeas de Barillas, Huehuetenango, donde hay un relativo alto índice de xeroderma pigmentosa, una enfermedad genética.

Este padecimiento se presenta con piel reseca llena de escamas que no regenera las células que filtran los rayos ultravioleta (UV), lo cual produce tumores en la piel y hasta cáncer.

“Estas son dos comunidades cerradas donde circula con mayor frecuencia un gen hereditario producido por el parentesco consanguíneo de los padres”, explica el dermatólogo Peter Greenberg en entrevista para Revista D, publicada en el 2004 bajo el título Rostros sin luz.

“En esas regiones perdieron el control de sus identidades, porque en el pasado ponían como apellido de sus hijos el nombre de sus padres”, afirma en el mismo reportaje el genetista Julio Cabrera Valderde. “Así es mucho más difícil saber con quiénes se están casando, pues muchos tienen apellidos como Juan, Pedro o Antonio”, indica.

Greenberg y Cabrera Valverde, junto al médico Carlos Cordero, han estudiado esa enfermedad desde su detección, en el 2001.

Aunque no existe una cura total, hay maneras de contrarrestarla. Los niños necesitan protección completa de la luz solar y en ocasiones incluso de la iluminación que entra a través de las ventanas y lámparas fluorescentes. Por ello deben usar ropa protectora y filtro solar de alta protección —FPS de 70 o más— y gafas oscuras con protección contra los rayos ultravioleta.

Cabrera Valverde, consultado vía telefónica, recomienda que las personas de las comunidades se casen con otros pueblos y, de esa forma, acabar con la mutación genética que genera esa enfermedad.

De nombres, nombres

Según el Instituto Nacional de Estadística de España, en ese país existe alrededor de un millón y medio de personas que se apellidan  García. Les siguen los Fernández, González, Rodríguez y López, cada uno con alrededor de un millón de personas, en el 2011.

Entre los apellidos más singulares están Feliz (6 mil 132 personas), Feo (2 mil 346), Guapo (359), Trabajo (335), Burro (165), Vago (64), Lúcido (20)  y Triunfo (18).

Curiosos

Huerta del Rey, localidad de Burgos, España, está en el Libro de los Récords Guinness por tener “la mayor cantidad de habitantes con  nombres inauditos”. Entre estos se encuentran Orolio, Sindulfo, Hierónides, Maerino, Canuta, Burgundofora, Cancionila y Digna Marciana.

Se dice que el responsable de ese fenómeno es Adolfo Moreno, secretario municipal, quien en 1890 recomendó a sus vecinos poner a sus hijos nombres del santoral o del Martirologio Romano. ¿El motivo? En esa época en ese pueblo había demasiados homónimos.

Apellidos

– Patronímicos.   Son los apellidos formados del nombre de los padres. Ejemplos: Fernández (hijo de Fernando), Sánchez (hijo de Sancho) o Martínez (hijo de Martín).

– Toponímicos.   Son provenientes del lugar de nacimiento. De estos existe una amplia subdivisión.
Ejemplos: Aragonés, Castillo,  De la Fuente o Manzano.

– POR oficios, cargos o títulos. También existe una extensa categorización. Entre ellos están Abad o Cardenal —eclesiásticos—;  Conde, Duque
o Hidalgo —títulos nobiliarios—; Jurado o Zapatero —oficios—.

– POR apodos. Quizás este sea el procedimiento más antiguo para distinguir a los individuos. Ejemplos: Bueno, Rubio o Calvo.

– Por  onomásticas.   Surgen de nombres de bautismo de carácter afectivo, bendiciones, buenos augurios o por las circunstancias del nacimiento del niño. Ejemplos: De Jesús, Diosdado, Temprano o Tirado.

– De origen incierto.   Muchos surgen de lenguas prerromanas o por evolución del apellido a través del tiempo.

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