La buena noticia
La cruz y los albañiles
En una sociedad que solo celebra el éxito y la fama, la cruz ofrece una verdad distinta.
Cada 3 de mayo se celebra en Guatemala, y en otros países de Hispanoamérica, el Día de los Albañiles. Esta fecha coincide con la conmemoración de la Exaltación de la Santa Cruz en el calendario litúrgico católico. Durante esta celebración, es común ver en lo alto de muchas construcciones las tradicionales cruces adornadas con flores y papeles de colores. Probablemente, esta costumbre se originó en los antiguos gremios de artesanos, que agrupaban a los obreros de un mismo oficio, para regular los deberes y derechos de la profesión y brindar apoyo, especialmente en momentos difíciles, como el luto y la enfermedad. Cada gremio adoptaba un santo patrono o una festividad religiosa vinculada con su labor; en el caso de los albañiles, fue la Santa Cruz.
En una sociedad que solo celebra el éxito y la fama, la cruz ofrece una verdad distinta.
La cruz ha sido uno de los instrumentos de tortura más crueles que ha conocido la humanidad. En ella sufrió y murió Cristo. Por eso, resulta desconcertante que se le rinda homenaje: ¿por qué celebramos la cruz? ¿Por qué insistir en recordar un símbolo de dolor y muerte? La pregunta es aún más inquietante en una época como la nuestra, que busca evitar el sufrimiento a toda costa. Sin embargo, esta misma duda nos invita a una reflexión profunda sobre el sentido del dolor en la vida humana.
Hoy vivimos en una cultura que idealiza el bienestar y considera el sufrimiento como algo inútil e indigno. Existe la tendencia a silenciar el sufrimiento. Se procura ocultarlo, medicalizarlo, negarlo. Pero lo que se reprime no desaparece, sino que se transforma en angustia y vacío. Y es que el sufrimiento es inevitable, tarde o temprano nos alcanza a todos. La verdadera pregunta entonces no es cómo evitarlo, sino qué hacer con él.
Aceptar el dolor puede abrir una puerta al crecimiento interior y a la madurez. Como decía Benedicto XVI: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptarlo y madurar en él”. Las experiencias límite de nuestra vida pueden revelarnos que somos más fuertes de lo que imaginamos. Quien logra sobreponerse al dolor, se eleva.
Aun así, no basta con aceptar el sufrimiento; es necesario encontrarle un sentido. Y ese sentido solo se revela cuando el dolor deja de girar en torno a sí mismo y se orienta hacia algo mayor. El cristianismo ofrece una respuesta única y radical a esta búsqueda de sentido: la cruz de Cristo no es una glorificación del sufrimiento, sino el signo más alto del amor que se entrega. Cristo en la cruz es el ejemplo más contundente de cómo el dolor, asumido por amor, se transforma en un acto de entrega que da fruto. Así también lo vemos a diario en aquellos que, en silencio, se entregan por el bienestar de los demás, por los hijos, por un enfermo o por una causa justa.
En una sociedad que solo celebra el éxito y la fama, la cruz ofrece una verdad distinta: que el fracaso no es el final, sino una oportunidad; que el dolor, cuando se abraza por amor, cobra sentido; que el sufrimiento no tiene la última palabra, y que incluso en la noche más oscura de la vida es posible encender una luz de esperanza capaz de disipar cualquier tiniebla.
Ese mismo mensaje ilumina el sentido del Día de los Albañiles. La cruz adornada que se levanta sobre los andamios de tantas construcciones no solo evoca una tradición religiosa: también reconoce la dignidad de un trabajo muchas veces silencioso, exigente y realizado en condiciones precarias. Un trabajo que, cuando se ejerce con esfuerzo, honestidad, entrega y amor a Dios, tiene el poder de transformar la sociedad y contribuir a la construcción de un mundo más justo y humano.