Florescencia
Cuando nadie es intocable: migrar, unirnos y volver a sembrar
La nueva realidad migratoria nos recuerda que la solidaridad no es ideología, es supervivencia, y que se necesita construir futuro en Guatemala.
Dos eventos que despertaron esperanza marcaron mi última semana. Primero, viajé a Colombia, al lugar donde en 2012 registré XumaK. Esta vez, para cerrarla y dar por concluida una etapa muy satisfactoria. Regresar al sitio donde comenzó ese proyecto, recorrerlo con la perspectiva de los años y cerrarlo con gratitud fue un acto revelador.
Segundo, al volver a Miami, tuve la oportunidad de escuchar y acompañar a un grupo de líderes que hoy apoyan a migrantes ante un clima cada vez más hostil. La mayoría era cubana, una comunidad históricamente organizada, que ha decidido ampliar su apoyo hacia Centroamérica y el Caribe. Escucharlos me dejó una sensación incómoda pero honesta: lo que uno hace siempre parece poco frente a los desafíos del momento.
Por años, muchas comunidades migrantes creyeron que existían categorías claras: migración “ordenada” y migración forzada o sin documentos; los que entraron con visa y los que cruzaron las fronteras; los intocables y los vulnerables. Pero esa línea se desvanece. El trato hacia los migrantes se ha vuelto cada vez más indistinto, sin importar el origen, la forma de llegada, estatus legal.
Políticas que comenzaron ofreciendo expulsar a criminales peligrosos hoy alcanzan a personas por faltas mínimas, errores administrativos o paradas de tránsito. Cubanos, centroamericanos, caribeños en general y sudamericanos enfrentan detenciones, deportaciones, estatus revocados y miedo. Incluso se habla de retirar ciudadanías, algo que era totalmente impensable. Acciones que nos llevan a aceptar una verdad incómoda: estamos todos en el mismo barco migrante. Ya no importa si alguien migró por necesidad extrema o por decisión personal, si llegó huyendo o buscando oportunidades.
No basta decir “yo estoy bien”: cuando tocan a uno, nos tocan a todos.
Aun así, la voz de quienes ya son ciudadanos es crucial. Contar con residencia o ciudadanía no borra el origen migrante pero sí implica una responsabilidad: nuestras voces pueden decir lo que otras no, denunciar cuando otros callan por miedo, y tender puentes entre comunidades que antes caminaban separadas.
No se trata de señalar a quienes acompañaron mensajes antimigrantes, pensando que nunca les tocaría la redada: se trata de reconocer que las políticas deshumanizantes siempre se expanden ante la indiferencia. La comodidad individual puede durar un tiempo, pero nunca es un refugio duradero. El momento que vivimos exige pasar de la comodidad a la solidaridad. Ya no alcanza con decir “yo estoy bien”. Cuando tocan a uno, nos tocan a todos y reconocer eso es cuestión básica de humanidad y de supervivencia compartida. No es ideología ni preferencia partidaria: es sentido común.
Urge ver el panorama más allá del miedo inmediato. Estados Unidos es hoy un terreno volátil para los migrantes, incluso para quienes creían tener estabilidad. A largo plazo, la respuesta no solo es migrar mejor, sino frenar las causas de la migración forzada. Sí, la verdadera esperanza y el gran objetivo colectivo es el desarrollo integral de nuestros países de origen. Para Guatemala, ello implica crear oportunidades reales, reconocer el valor del trabajo local y permitir quedarse por elección.
Contar historias que dignifiquen al migrante y apoyar iniciativas económicas locales —como hacemos desde SoyMigrante.com— es apenas un grano de maíz sembrado. Cada esfuerzo que fortalece a las personas en su tierra reduce el dolor de la separación. Pero se necesita de una sólida voluntad política, inversión productiva, educación moderna y una visión competitiva. El migrante no solo es quien se va, sino también quien regresa e invierte. Aunque este año se proyectan 25 mil millones de dólares en remesas, el mayor ingreso del país, depender de la salida de nuestra gente no puede ser la base del desarrollo. Aun así, el desarrollo no es inmediato, pero comienza cuando dejamos de ver la migración como destino y la entendemos como síntoma y desafío.
La esperanza no está en resistir eternamente fuera, sino en construir dentro.