Catalejo
Navidad de un triste año pero lleno de esperanza
A usted, estimado lector, le deseo sinceramente una Navidad tranquila, sin tristezas ni dolores, llena de la esperanza y la paz ofrecidas con una estrella luminosa en el portal de Belén.
Este año se presentó como siempre mi tradicional tristeza, unida ahora con nuevo, inesperado e injusto dolor del grande, del causante de profundas y sentidas oraciones especiales pidiendo y rogando por un milagro producto del enorme amor del Niño Dios y de la Virgen María. Nuestra familia se reunirá para la cena de Noche Buena, tradicional, entre tamales, ponche, manzanilla, hojas de pacaya. No estaremos todos completos. Algunos se encuentran o están fuera de nuestra tierra. Estamos atravesando por una experiencia cuyos posibles efectos se mantendrán durante el resto de todas nuestras vidas y en esta noche, al frío de la Noche Buena se agregará un frío presente fustigante en nuestro corazón. Siempre la celebración familiar es de alegría, de recuerdos para quienes se han ido, pero esta vez no será así.
La Navidad de este año 2025 tiene una mezcla de tristezas por el dolor a causa de la partida de seres queridos.
Durante este año también perdí a varios amigos, recogidos por la Muerte al haber terminado su época de vida, no porque la Parca decidiera adelantar la fecha. Eran mis compañeros en la vida, algunos desde tiempos de primaria o secundaria y entonces, aunque se entiende en su eternidad, la ausencia pesa, aplasta, agobia, entre otros motivos porque significa una prueba de la cercanía de la partida propia. Pronto los años de mi vida comenzarán con un 8. Entender esto tiene reacciones inesperadas, como gozar en lo posible del tiempo faltante. Estar cerca de dar el último adiós a nuestros seres más queridos incluye en especial a aquellos aún en este mundo pero ya en la antesala de la fatal e inevitable partida definitiva hacia ese lugar mejor a donde iremos, según nos lo indican las creencias cristianas en general.
Esta Navidad me permitirá desahogar algo para lo cual no tengo capacidad, como sí lo poseen muchas personas, llorar. En silencio, con los ojos cerrados pero llenos de lágrimas, llegadas a las mejillas talvez como una pequeña catarata. He gozado, hemos, muchas alegrías: el nacimiento de los hijos, su crecimiento y actual adultez, y también la de los nietos, con éxitos logrados algunas veces fuera de la patria y de las viejas casas donde pasaron su infancia. Los hijos significan la primera confirmación de la estirpe, y a ellos les envidio amorosamente la oportunidad de conocer al padre de su padre, lo cual no pude porque se habían marchado antes de mi nacimiento. Los nietos son la segunda confirmación de esa alcurnia, de ese linaje, y crecen a mayor velocidad de lo esperado. Con María Eugenia ya estamos listos para el bisabuelato.
Cuando los dolores tocan a la puerta de los padres, el sufrimiento es uno. Si tocan a la de los hijos, los padres y sobre todo las madres sufren doble, pero cuando piden entrar a la de los nietos, los padres sienten un triple dolor. Esto pareciera no ser tema de un artículo sobre la Navidad, pero sí cabe porque la vida seguirá y el tiempo se encargará de irse acostumbrando a esa tristeza imposible de olvidar. Es allí donde la esperanza y el tiempo tocan a la puerta de todos. Así es y así debe ser. La muerte de todos los seres queridos no debe olvidarse, pero sí aceptarse y admitir la presencia de ellos en los sueños y en los pensamientos de los días comunes y corrientes. Las sillas vacías de las mesas navideñas estarán completas con los espíritus de ellos, invisibles para los presentes pero irradiando su amor como lo hicieron en vida.
El espíritu real y verdadero de la Navidad consiste en la celebración de la humilde llegada del Salvador del Mundo, debido a la persecución de personajes paganos y sin piedad. Por eso, debe celebrarse con alegría, pese a los inesperados dolores de la vida, magnificencia emocional para poder así reencontrarnos con la noble e inocente intención de las oraciones de nuestros lejanos años infantiles, cuando la fecha estaba adornada con importancia irrepetible, llena de ilusiones… A mí siempre me ha entristecido porque en ese momento no puedo evitar ver hacia atrás, hacia el pasado, no hacia el frente, hacia lo incierto e inesperado del futuro. A usted, estimado lector, le deseo sinceramente una Navidad tranquila, sin tristezas ni dolores, llena de la esperanza y la paz ofrecidas con una estrella luminosa en el portal de Belén.