El Plan de Desarrollo 2011-2025 indica que este municipio tiene una de las tasas más altas de pobreza, con 79.59%, y además tiene un 38.70% de extrema pobreza, siendo las comunidades las más afectadas porque representan el 82% de la población, de la cual el 75.46% es indígena.
Roberto Pérez, líder comunitario, indicó que esas cifras hacen que Cubulco sea el que más flujo de familias migrantes tiene con fines laborales, principalmente hacia las fincas cañeras en la Costa Sur del país, de noviembre a abril. Agregó que muchas de estas personas regresan a su municipio en los primeros días de este mes.
Jared Matheu García, alcalde de Cubulco, corroboró que estas familias, de quienes hasta el momento se desconoce el número, viajan por seis meses a esos lugares y luego vuelven con el propósito de preparar la tierra para la siembra de maíz, en mayo.
El jefe municipal resaltó que el problema es que el cambio climático ha variado la fecha de siembra, debido a que no llueve en el tiempo determinado o estas son escasas.
Lo bueno, aseguró García, es que algunos pobladores no se dan por vencidos y continúan con la práctica de la siembra, con la esperanza de tener cosecha para el resto del año.
“Como comuna, hemos hecho algunos proyectos que buscan ayudar a estas personas, principalmente con acompañamiento a la siembra de maíz y café; sin embargo, la Contraloría General de Cuentas expuso que esos no son de tipo municipal y ya tenemos reparos”, lamentó el jefe edil.
“Ahora buscamos que con ayuda del Consejo Departamental de Desarrollo se puedan evitar estos trámites burocráticos”, añadió.
El agricultor Pedro López explicó que varias familias siembran —además del maíz— frijol, pero al ver que no hay lluvia continua se desesperan y a finales de junio migran a fincas del oriente del país, con el propósito de emplearse dos meses mientras dura la cosecha de fruta, y en septiembre regresan para ver si crecieron sus siembras.
Con el poco producto que cortan se alimentan estas personas —afirmó López—, y luego esperan la siguiente época de zafra.
Juan Rosales, de 30 años, lleva ocho de trabajar en las fincas cañeras y cuando viaja deja en su vivienda, en las cercanías del embalse del Chixoy, a su esposa Yolanda Santiago y a sus dos hijos menores de edad.
“Mientras vuelve mi esposo, con esfuerzo compro hilos para bordar blusas que vendo en el pueblo”, contó Santiago.