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Cada año Guatemala pierde unas 250 toneladas métricas de suelo cultivable

Es un problema del que casi nadie habla, pese a que sus efectos podrían ser catastróficos. La pérdida de suelo agrícola, un fenómeno que pone en riesgo la seguridad alimentaria de miles de personas.

La deforestación es una de las principales causas de la pérdida de suelo agrícola. (Foto Hemeroteca PL)

La deforestación es una de las principales causas de la pérdida de suelo agrícola. (Foto Hemeroteca PL)

Para José Miguel Leiva, investigador de la Universidad de San Carlos de Guatemala, quien encabezó el estudio Las tierras agrícolas de Guatemala se pierden aceleradamente, la situación es alarmante, pues cada vez los suelos guatemaltecos son menos productivos, como consecuencia de factores como el crecimiento poblacional y el mismo desinterés de Estado por garantizar la subsistencia de ese recurso natural no renovable.

¿Cuál es la situación de los suelos agrícolas del país?

El 51 por ciento de las tierras guatemaltecas son de vocación forestal, pero eso no se   respeta y el país se ha transformado en   una zona   eminentemente agrícola.
Ese cambio de uso de la tierra provoca erosión, principalmente por las lluvias, que debido a los efectos del cambio climático son de poca duración y de mayor intensidad, cuyas corrientes arrastran   grandes cantidades de tierra erosionada a los ríos, mares y  calles.

¿Qué impacto tiene la pérdida de suelos?

Según nuestra investigación, en el país cada año se pierden entre 149 y 250 toneladas métricas de suelo cultivable, y si a eso le   ponemos un precio, Guatemala deja de percibir más de Q800 millones —por no cultivar, daños a infraestructura, entre otros—, pero lo que realmente preocupa es que los suelos son recursos naturales no renovables.

¿Y el problema es generalizado?

Sí. Hay datos de erosión alta en partes medias y bajas del país; por ejemplo, en zonas de cultivo de caña de azúcar, café, cacao, palma africana y sistemas de producción ganadera, donde la mayoría de terrenos son planos, y pareciera que no pasa nada, pero el problema existe.

Si los daños avanzan a  ese ritmo, ¿cuál es el futuro del país?

Puede que la agricultura itinerante —nómada— se desarrolle con más intensidad, lo que significa que el agricultor vaya explorando en nuevas tierras y se ponga en alto riesgo   la seguridad alimentaria nacional.
Las migraciones internas generan grandes presiones sobre los sistemas productivos, pues la gente no respeta los bosques ante la necesidad de tierras fértiles. 
La escasez de alimentos se agudizaría porque el área agrícola se reduce permanentemente. En 1950, el área agrícola por cada habitante era de entre cuatro y cinco hectáreas, pero ahora es apenas de un cuarto de hectárea.

¿Cómo se puede contribuir en la conservación de los suelos?

Como resultado del estudio, la Universidad presentó en el Congreso la iniciativa de ley denominada ley para la conservación y restauración de suelos agrícolas, que se espera que entre al pleno en tres o cuatro meses. Esa normativa va dirigida al pequeño agricultor que está desamparado, que no tiene asistencia técnica y que está al margen de la tecnología.
Además, se planteó la generación de un incentivo para la conservación de suelos en beneficio de la agricultura familiar.

¿Las autoridades ya han identificado el problema?

La degradación de suelos ocurre de manera sigilosa, nadie se da cuenta. Cuando alguien lo nota es porque una parcela de tierra está totalmente degradada y abandonada y ya no tienen capacidad de producción.  Ese es el problema, nadie lo nota y mucho menos las autoridades locales. Los alcaldes deberían de tener en sus planes sectoriales una agenda ambiental, en la que se promueva la conservación de los suelos, bosques y el agua, pero el código municipal es débil y eso evita que los consejos de Desarrollo inviertan  en el medioambiente.

¿Ya hay consecuencias por el daño en los suelos?

El productor está consciente de que sus tierras han bajado su capacidad, y es lógico, porque los efectos del cambio climático también impactan en la capacidad de producción de las tierras.  Sumado a eso, hay otras prácticas   que degradan los suelos; por ejemplo, las quemas agrícolas, pues el calor mata los microorganismos que habitan y nutren la tierra.

¿Qué otros factores influyen en la degradación de los suelos?

Hay muchos.  El monocultivo es uno de los principales, porque mediante esa práctica las siembras extraen de manera permanente los mismos nutrientes de la tierra, y por eso se recomienda poner en práctica sistemas de rotación de cultivos.

¿Qué áreas se afectan más?

En Huehuetenango hay una tasa de erosión de 183 toneladas de pérdida de suelo por hectárea al año; en Izabal, 129.23 toneladas; en Quiché, 124.84 toneladas, y Alta Verapaz, 115.33 toneladas. Eso no significa que en el resto del país no haya daños, porque Sololá, Totonicapán, San Marcos y Jalapa pierden unas  cien toneladas —cada uno— por año, en promedio.

¿Es posible detener el fenómeno?

La pérdida de suelo en el país es muy alta. En el contexto de los países latinoamericanos, Guatemala es uno de los que tiene una de las mayores tasas de erosión de suelo agrícola. Nunca es tarde para emprender acciones para resolver el problema, pero hay que hacerlo ya, y por eso instamos al Congreso para que se apruebe la ley. Debe haber una alianza estratégica entre diversos sectores sociales y la iniciativa privada.
Con la erosión de suelos también se pierde el carbono acumulado, y cuando la tierra se lava —por la lluvia— este se dispara a la atmósfera, con lo que contribuimos  con la  emisión de gases de efecto invernadero.

Perfil

José Miguel Leiva se especializa en investigaciones medioambientales.

  • Es ingeniero agrónomo con especialización en recursos naturales.
  • Trabaja como investigador asociado en el Programa de Cambio Climático de la Universidad de San Carlos de Guatemala.
  • Es analista ambiental independiente.

ESCRITO POR:

César Pérez Marroquín

Periodista de Prensa Libre especializado en temas políticos y de medioambiente con 25 años de experiencia.

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