Ciudades

Ocho maneras de ganarse la vida en la informalidad

Mecados, esquinas, semáforos, avenidas y calles se han convertido en puestos de trabajo para cientos de guatemaltecos en la capital, entre ellos, muchos menores de edad, que desde la informalidad ganan honradamente el dinero para llevar el sustento a sus familias. 

Tomás Calel migró a la capital hace 35 años. Dejó su natal Quiché para dedicarse a transportar productos del mercado La Termina, en la zona 4, hacia plazas en la zona 9 y 10. (Foto Prensa Libre: Oscar Felipe Quisque)

Tomás Calel migró a la capital hace 35 años. Dejó su natal Quiché para dedicarse a transportar productos del mercado La Termina, en la zona 4, hacia plazas en la zona 9 y 10. (Foto Prensa Libre: Oscar Felipe Quisque)

“Todo trabajo es digno. Robar es pecado y va contra los valores que nos enseñan nuestros padres”, comenta un pequeño vendedor ambulante en las calles aledañas al Paseo de la Sexta, en la zona 1.

Expresa que se siente discriminado por las autoridades, pues siempre debe huír de los agentes municipales, de lo contrario, le decomisan su mercadería. 

La informalidad en Guatemala abarca al 69.8 por ciento de la población a escala nacional, unos 4.5 millones de personas, según la más reciente Encuesta Nacional de Empleo e Ingresos del Instituto Nacional de Estadística (INE).

En el 2015, unos seis millones 605 mil 276 personas formaban la Población Económicamente Activa (PEA).

Como homenaje a ese sector de la población, presentamos ocho formas de sobrevir en la informalidad.

Niños soldados de plomo

Lorenzo Guarchaj y Juan López, de 12 y 9 años, respectivamente, son vecinos y amigos. Viven en Mixco, y debido a la pobreza decidieron trabajar para contribuir con el gasto de la familia. Todas las mañana se intalan en el semáfoto de la 3a. calle de la avenida La Reforma.

Cuatro décadas de ser vendedor

Gilberto Vicente lleva 20 años de vender en la 18 calle de la zona 1. Nació en Momostenango, Totonicapán, y con solo 12 años llegó a la capital para dedicarse de vendedor ambulante.

Actualmente tiene 51 años, de los cuales, los último 20 se ha dedicado a vender en el referido lugar, donde ofrece artículos variados como linternadas, radios, cinchos, peines, etc. Tiene siete hijos, de los cuales cuatro siguen sus pasos. Gana poco, pero es feliz, asegura. 

Gana valor y experiencia

Danilo Aguilar, quien recientemente cumplió 18 años, tiene 15 días de vender granizadas. Por la falta de oportunidades laborales en su natal San Juan Ostuncalco, Quetzaltenango, decidió migrar a la capital.

Reconoce que los primeros días fueron de incertidumbre, pero con el paso del tiempo se ha llenado de confianza y con el trabajo que desempeña logra cubrir sus gastos de comida y hospedaje. 

Endulza el paladar de los transeúntes

Juan González, de 12 años, dejó su natal Santa Cruz del Quiché y vivir en ciudad de Guatemala donde se dedica a vender dulces a las personas que transitan por el parque Enrique Gómez Carillo. Con timidez, cuenta que lleva dos años de vender esos productos.

Apasionado por la limpieza y el brillo

Juan Choc, de 15 años, originario de Cobán, Alta Verapaz, viajó a la capital hace un año. No sabía otro trabajo más que labores de agricultura, pero sus amigos le enseñaron a lustrar zapatos. Desde entonces tiene una pasión e incluso, busca superar a los otros lustradores para dejar más limpio y con mayor brillo los zapatos de sus clientes. Cuenta que migrar no le impidió continuar sus estudios. Actualmente curso tercero básico.

“Suficiente para comer”

Marí Francisca Rivas, origianria de San Juan Sacatepéquez, Guatemala, vende frutas, manías y otros productos en las afueras del mercado sur, en la 18 calle de la zona 1.  Lleva 18 años en ese puesto y con las ganancias ha logrado construir una casa en Mixco y ha dado estudio a su único hijo, de 10 años.

Embellece a las damas

Brenda Eugenia Martínez Rivas es una de las 60 mujeres de Lívingston, Izabal, que se dedican a trenzar el cabello de mujeres en la sexta avenida de la zona 1.

Lleva cuatro años de hacer ese trabajo que le da para vivir y disfruta de la vida urbana. Cuenta que una sonrisa de satisfacción de sus clientes la hace feliz. Le encanta que le digan la Comancha.

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