Fútbol Nacional

Las futbolistas indígenas de Guatemala tejen su uniforme para romper clichés

"¡Verónica pelee!", grita el entrenador Miguel Perechú alternando el quiché y el español desde un lado de la cancha de futbol en Xejuyup. A su lado, Verónica, Ana, Hilaria, Lidia, Juana y 20 mujeres más entre 14 y 34 años esperan su momento para entrar al partido como el primer equipo femenino de Guatemala que juega con su traje ancestral como uniforme.

Integrantes del equipo de futbol de la aldea indígena Xejuyup, durante un partido amistoso contra la academia del departamento de Chimaltenango, en Nahualá. (Foto Prensa Libre: EFE)

Integrantes del equipo de futbol de la aldea indígena Xejuyup, durante un partido amistoso contra la academia del departamento de Chimaltenango, en Nahualá. (Foto Prensa Libre: EFE)

El grito de Miguel ilustra la pelea de estas mujeres para lograr un espacio en este deporte, que en las conservadoras aldeas del interior de Guatemala está reservado para los hombres, y también para portar con orgullo la vestimenta que desde la época colonial les ha acarreado discriminación, en especial a las féminas.

El grito de Miguel ilustra la pelea de estas mujeres para lograr un espacio en este deporte, que en las conservadoras aldeas del interior de Guatemala está reservado para los hombres, y también para portar con orgullo la vestimenta que desde la época colonial les ha acarreado discriminación, en especial a las féminas.

El entrenador lo sabe bien: “Cuando mi mamá va en la camioneta, aunque ya es mayor, las personas no le ceden su asiento cuando la ven con su traje”, cuenta a Efe, mientras sus pupilas corren detrás del balón.

La capitana del equipo, Manuela Hilaria Chox, de 34 años, recuerda cómo desde niña jugaba futbol con los varones de la aldea, quería “estudiar para ser maestra de educación física”, pero sus papás no la apoyaron.

De cualquier forma, su sueño nunca la dejó y se dedicó a la docencia. Hoy es Licenciada en Pedagogía y en Administración Educativa y se emociona al ver cuánta gente vino a verlas: “Antes no venían a ver los partidos, pero ahora ya se ven más familias”.

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Hace unos 10 años comenzó a notar más equidad en las oportunidades para las mujeres de su aldea, una situación que aumenta con la posibilidad de pertenecer a un equipo de fútbol, idea que nació del trabajo de Miguel, maestro de educación física que también dirige un equipo de varones fundado en 1982 por su padre, Antonio, que también juega con el traje ancestral.

El fin es conservar su uso y preservar su historia, pero en el caso de la rama femenina su intención también es que se tomen en cuenta los talentos de las mujeres, al igual que los de los hombres.

Aunque la mayoría de ellas ya practicaban algún deporte en sus ratos libres, la convocatoria de Miguel las llevó a organizarse en un solo equipo. Seleccionó a las que tenían más potencial y con paciencia y empuje -a algunas las tuvo que ir a buscar a casa para que sus padres les dejaran- lo está logrando.

Enma Cotí, de 25 años, habla con timidez, pero no oculta su agradecimiento: “Miguel no nos echó de lado”, y Juana Cortí, la centrocampista, agrega que la idea de jugar con el uniforme fue de él, aunque no lo utilizan en los entrenamientos porque “pesa mucho”.

El traje del municipio de Nahualá consta de un Popa Po’t, nombre del güipil o blusa, de color blanco y con bordados de colores en el cuello, en el que se incluyen animales o representaciones de “Qucumatz”, la serpiente emplumada, divinidad mitológica quiché creadora de la humanidad, según el Popol Vuh.

Además, tiene el Uq, que en el traje tradicional es un corte o falda, pero que el equipo lo adaptó para convertirlo en un pantalón corto de la misma tela azul oscuro o negro con bordados coloridos en los costados.

La mayoría de las jugadoras tiene el cabello largo, hasta la cintura, y antes de entrar a jugar lo recogen en una cola de caballo y adaptan el Ixpache’k, una cinta de colores trenzada que se utiliza para llevar tinajas o canastas sobre la cabeza, en forma de diadema.

La costumbre de la aldea es que todas las niñas aprendan a tejer desde los 10 años. Por ello, la mayoría de las integrantes del equipo femenino de Xejuyup tejieron y bordaron su propio uniforme que, con la variación de la falda o corte, también utilizan como traje diario.

Mientras hablan de los inicios del equipo, tres de las jugadoras que esperan su turno para entrar al partido analizan el desempeño de sus compañeras: “Pero es que allí ya perdieron sus posiciones”, señala la capitana. Desde la grada también comentan el partido: “La selección debería jugar así” o “en otros países cómo los admiran”.

“El proceso y la técnica de entrenamiento es el mismo para todos”, explica Miguel refiriéndose a todos los equipos que entrena, y Enmma reconoce que no es difícil pero que hay que acostumbrase al ritmo.

Lidia López, una de las defensas, ama tanto el deporte que comparte su tiempo libre y fines de semana entre partidos informales para tres equipos diferentes, mientras que durante la semana estudia enfermería.

Miguel está feliz porque próximamente su equipo femenino jugará una cuadrangular a donde técnicos de la liga femenina mayor llegarán a seleccionar a las mejores. Para él, tener a jugadoras que logren sus sueños deportivos representa empoderarlas y decirle al mundo “que estamos orgullosos de nuestro traje”.

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