Mientras en la pista se escenificaba un enorme símbolo de la paz en verde y con un árbol dentro, una batucada con fuegos de artificio ensordeció a un Maracaná todavía a la expectativa, hasta que sonó su voz.
Brasil, ese gigante sin fin, hijo de la diversidad, de la batalla por la supervivencia, donde a la alegría y al dolor se le pone música se presentó a al mundo con la voz de Paulinho da Viola. El señor de la samba, pegado a su guitarra cantó ante miles de millones de espectadores, el himno nacional con la delicadeza y la intimidad de una canción de amor.
Pero desde hace meses este Brasil convulso no suena apacible, sacudido por la crisis y la incertidumbre. Quizás por eso la organización prefirió presentar únicamente al presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Tomas Bach, y ahorrarse el saludo al presidente interino del país, Michel Temer, como estaba previsto.
El Comité se ha cansado de repetir que la política quedaba fuera de los Juegos, aunque sea por esta noche, y el gigante sudamericano se dedicó a contar su historia, la del quinto país más grande del mundo, hogar de 206 millones de habitantes y de la mayor biodiversidad del planeta en su inmensa selva amazónica.
La garota dorada
Un grupo de bailarines indígenas realizaron danzas tradicionales y los portugueses arribaron en sus carabelas, mientras que, atrapados en inmensas ruedas rojas, acróbatas recordaron el sudor y el sufrimiento de los esclavos negros en los arados, y el peso de los grilletes de la dominación.
Son el corazón negro de Brasil, herido por casi 400 años de esclavitud y que aún lucha por la igualdad en un país que, fuera de la ceremonia, en la vida real, celebra su diversidad, pero no la mete en casa.
De repente, el piso del Maracaná se convirtió en un juego geométrico donde los edificios surgían veloces del suelo, cada vez más altos, cada vez más juntos, como en sus grandes megalópolis al ejemplo de Sao Paulo, la mayor ciudad del Hemisferio Sur.
A esos amasijos de cemento, hogar de la mayoría de los brasileños, llegó a recoger a los 3.000 millones de espectadores el inventor Santos Dumont, uno de los pioneros de la aviación, que puso al servicio de la ceremonia su histórica nave.
La 14 Bis despegó desde el suelo del Maracaná para un viaje aéreo por el Rio más tropical, el del imaginario colectivo, esa ciudad sensual y llena de curvas como las ondas de Copacabana.
Y si al mítico compositor Tom Jobim no se le comprendía sin Rio, un canto a esta ciudad no se entiende sin sus acordes.
En la apertura de los Juegos, su romanticismo con sabor al mar carioca se mezcló con el brillo de Gisele Bundchen, la supermodelo más cotizada del mundo, la cara de un Brasil luminoso e internacional, que con sus largas piernas y un destealleante vestido dorado se apoderó del templo del fútbol.
Sus 180 centímetros se mecieron como nunca al desfilar al son de la icónica 'Garota de Ipanema” de Jobim, interpretada por su nieto a un piano que acabó apagando la potente Ludmilla.
“Yo sólo quiero ser feliz/ Andar tranquilamente/ en la favela en que nací y poder enorgullecerme/ y tener consciencia de que el pobre tiene su lugar”, cantó la famosa intérprete funk, que armó una fiesta llena de ágiles bailarines de hip hop, como las que cada fin de semana reúnen a miles de jóvenes de las periferias.
Sólo que a ésta se apuntó Elza Soares, la gran dama de la música nacional, que a sus 86 años entonó un tributo a las religiones afro-brasileñas, mezclado con los nuevos ritmos.
La celebración, sin embargo, alcanzó el zénit cuando el Maracaná se puso a moverse junto a los 1.500 bailaries al son del himno popular “País tropical”.
Entonces llegó el turno de la mayoría de los alrededor de 11 mil deportistas que competirán en los Juegos, de ellos es ahora la ciudad hasta el 21 de agosto.
Desde Grecia hasta la anfitriona Brasil, desfilaron los 206 países participantes, incluida la inédita delegación de refugiados bajo la bandera olímpica ante un estadio entregado. Un pequeño guiño al mundo que sigue sangrando, al que hoy no apuntan los focos.
Un pedazo de ellos es hoy olímpico, como este Brasil que lucha de nuevo por recomponerse, pero que hoy está de fiesta.
Tras 120 años de espera, ya están aquí los primeros Juegos de Sudamérica.