Economía

El valor de la plaza y las calles

La tarde estaba soleada y fresca, sobre la Sexta ya iban o venían miles, con el rostro altivo y la mirada satisfecha de haber asistido a la plaza, su plaza, nuestra plaza a la que acudimos a demostrar nuestra indignación, conjuntamente con mis ciudadanos entre quienes me he sentido no un guatemalteco más, sino alguien que forma parte muy importante de este gran país del que me siento orgulloso de haber nacido, y a la que debemos acudir, a esta histórica plaza donde hubo ejecuciones, paso obligado de los desfiles, los cañonazos de septiembre, el paseo, las festividades y ahora la hemos convertido en el lugar por excelencia para manifestar, para reunirnos y expresarnos.

Esta plaza es el espacio público urbano que funciona como articulación de las calles y avenidas que a su vez sirven para nuestro desplazamiento.

La plaza es parada obligada, permanencia y expresión.

A diferencia, y como modalidades básicas de interrelación de los habitantes y su territorio, las calles son recorrido y lugar, como categorías de proyecciones de los dos tipos de tensiones que conforman el sistema urbano: la direccional, manifestada en la calle como eje entre un punto de origen y otro de llegada y, finalmente, la plaza, que constituye el lugar para permanecer y participar de manera estática. Por la calle se pasa, a la plaza se concurre.

Estos dos tipos de espacios están ligados no solo a particularidades de nuestra sociedad en sus modos de participación y apropiación psicológica del medio, sino también al manejo y uso de la dimensión temporal. La calle y la plaza definen el marco para el acontecer social a través de las diversas actividades.

La plaza significa la concentración, el destino de la manifestación inherente a la calle, la plaza es el lugar de los eventos, la calle el paseo. El marco de nuestra plaza es la sede del poder gubernamental, religioso, económico y social. La calle alberga la vivienda, comercio y otras actividades.

Como seres humanos, necesitamos definir los límites de nuestro entorno por una razón psicológica de seguridad, y cuando la sociedad alcanza un punto de madurez en el que controla e interpreta el mundo fenoménico que la rodea, las estructuras espaciales van más allá de las abstracciones geométricas, aparecen aspectos de connotación orgánica, expresados abiertamente o subyacente en las estructuras ordenadoras y es entonces, cuando sentimos la necesidad de acudir a nuestra plaza.

Alrededor de ella puede haber puntos singulares que produzcan diferentes tensiones, cerca del Palacio, cerca de la Catedral, cerca de la Fuente, pero el implícito esquema radial simétrico las reúne en una totalidad legible dada por la presencia de una estructura ordenadora.

La existencia de la plaza es inherente a nuestra ciudad, es decir, al espacio social de una comunidad organizada territorialmente. Esta plaza como tal no existiría sin la ciudad o el poblado que la contiene.

Luego, se suele hablar del habitante urbano como si fuera una categoría homogénea. No lo es. La actitud de los diferentes estratos económico-sociales ante el espacio de la ciudad no es coincidente, pero en la Plaza Central sí, ya que responde al deseo de pertenencia comunitaria donde les permita el ejercicio de la participación ciudadana para un fin común.

El idioma cotidiano usa indistintamente las expresiones espacio público y espacio social para referirse a los ámbitos colectivos. Sin embargo existe un matiz diferenciador: “espacio público” alude a la propiedad del espacio, mientras que “espacio social” se refiere a su uso como hábitat. Al marcar esta diferencia estamos señalando la divergencia fundamental acerca del uso y del sentido que asumen los ámbitos colectivos para la vida urbana.

De tal manera que el valor que tiene la plaza es esencialmente social, no es un valor público, sino de pertenencia a una sociedad. Nuestra Plaza tiene personalidad y protagonismo.

Forma parte del imaginario colectivo aportando un valor de patriotismo.

Sin embargo, podemos establecer una metodología hedónica con el propósito de darle un valor, midiendo entonces las características cuantitativas que podrían ser: frecuencia de visitas, tamaño, dimensiones, distancias, accesos, mobiliario urbano —bancas, servicios, pérgolas, etc.—, obras de arte —monumentos, adornos, iluminación, etc.— y edificios del entorno.

Las cualitativas podrían ser: Belleza, paisaje, clima, seguridad, facilidades de desplazamiento, calidad de materiales, calidad de materiales, instalaciones y servicios, así como el mantenimiento y ornato.

Estas características se podrían medir comparativamente con otros paseos o calles y plazas de otras ciudades, ponderarlas en criterios estandarizados, similares o comunes a todas, para luego calificarlas numéricamente entre habitantes, turistas locales y turistas internacionales, para arribar a magnitudes dimensionadas en rangos objetivos y así establecer calificaciones que las clasifiquen ordenadamente.

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