Economía

La gentrificación cambia el color de Harlem

Los procesos de gentrificación que imperan en la ciudad han cambiado el color al barrio, ahora más diverso a nivel cultural, social y también económico.

Jóvenes profesionales y estudiantes blancos de clase media-alta se han asentado en el distrito en detrimento de muchas familias locales de ingresos bajos que, al ver cómo el precio de vida en el barrio se ha disparado, se han visto obligadas a marcharse.

Esa es una de las principales consecuencias de la gentrificación, mutación urbana que se da cuando un barrio pobre se pone de moda, se revaloriza y se encarece, por lo que los vecinos locales con las rentas más bajas son desplazados de sus hogares hacia otros suburbios más asequibles.

Es una situación similar a la que experimentan otros barrios de grandes capitales occidentales como Chueca, en Madrid, El Raval, de Barcelona, o Hackney, en Londres.

El precio de vivir en Harlem, donde viven cerca de 200 mil vecinos según el último censo, es relativamente asequible en comparación al resto de la isla de Manhattan, donde el coste medio de comprar un apartamento es de un millón de dólares.

Pero a pesar de que el coste de la vivienda sea más asequible que en el resto del islote, el sueldo anual medio de los vecinos del barrio, inferior a los US$37 mil anuales, es insuficiente para seguir el ritmo a las subidas del precio de alquiler.

Y es que ahora, un apartamento de dos dormitorios económico en Harlem puede costar entre US$2 mil y US$4 mil al mes, según un informe publicado a finales de mayo por la Universidad de Nueva York (NYU).

Del estudio se extrae que una de las formas para identificar cuándo un barrio sufre gentrificación es observar la tonalidad de la piel de las personas. La población blanca es la que más crece en este tipo de barrios aburguesados: hasta un 20% más que en el resto de la ciudad.

La directora del informe, Ingrid Gould Ellen, explicó a los medios en la presentación del estudio que “las dramáticas subidas de los alquileres es lo más preocupante en barrios de ingresos bajos” como Harlem o Williamsburg.

En este sentido, los vecinos de Harlem no ven en las nuevas edificaciones y en la renovación comercial del barrio un beneficio para sus vidas cotidianas, sino el presagio de su propia marcha a otro lugar.

“Este presagio ya está ocurriendo”, cuenta el guía turístico y original de East Harlem, Kevin Adams. “Es el presente, muchos ya no formamos parte del nuevo Harlem”, señala.

La mayor parte de los históricos edificios o clubes como el Lenox Lounge o el The Renaissance ya se han derribado, y el Teatro Apollo es uno de los pocos emblemas que aún aguanta esta apisonadora de modernización.

Entre el Lenox Lounge y un Starbucks, la clase trabajadora mayor y original de Harlem durante la mayor parte de su vida se queda con el histórico club, pero los nuevos residentes están encantados con las cadenas de comida rápida y las nuevas tiendas de diseño.

Ahí reside la respuesta a la división insurgente que padece el barrio. “Harlem se está transformando para los blancos y los jóvenes. A nosotros nos han olvidado y aún podríamos vivir aquí muchos años”, lamenta el guía turístico.

Parece que es ahora cuando los empresarios se han dado cuenta de todas las ventajas del barrio, que está a apenas 30 minutos en autobús del aeropuerto nacional de LaGuardia, tiene una de las universidades más reconocidas de Nueva York y está a 20 minutos de Midtown en metro, tocando a Central Park y muy cerca del río.

Desde la comunidad negra de Harlem, por otro lado, plantan cara a este fenómeno a través de grupos antigentrificación, como “Development without displacement”, cuenta el activista de origen senegalés Brandon Jacobs.

Según Jacobs, de 61 años y durante más de 30 vecino de Harlem, “el dinero viene hacia aquí, y el dinero que viene es el que desplaza a las familias pobres”, que según el activista se marchan al Bronx u otros estados de EE. UU., como Connecticut o Rhode Island.

La comunidad latina, por su parte, prefiere el sur, y muchos se dirigen a Florida, Carolina del Norte o del Sur.

“Hay que ser cautelosos antes de tomar la decisión final de marcharse. La mayoría solo queremos vivir y criar a nuestros hijos donde nos criamos nosotros”, reflexiona Jacobs.

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