Toda crisis revela los caracteres, valores y patologías de la persona, colectivo o sociedad que la experimenta. Para el caso del sistema-mundo capitalista no se puede esperar una especie de salud mental o psicológica basada en la solidaridad, la cooperación y la dignificación de la condición humana. Lo que estamos viendo es justamente la exacerbación de una tremenda violencia estructural basada en un excesivo individualismo que lleva a la gente a una lucha a muerte con sus propios hermanos por la sobrevivencia. Eso explica imágenes bochornosas de personas haciendo largas filas para comprar armas en EE. UU.; vaciando supermercados, acaparando medicamentos y despreciando a los sospechosos de tener el extraño virus.
Todas las patologías se disparan. Racismo, exclusión, ocultamiento sistemático de la verdad; fobia a las clases empobrecidas, engaño a los menos favorecidos y justificación ética de la muerte de la gente distinta y diversa. También se puede sentir en el ambiente un tremendo egoísmo, una exagerada competencia y una escalada impresionante del intento de privatización de la cura; como acaba de suceder con el presidente Donald Trump ofreciendo grandes sumas de dinero por los derechos exclusivos de una posible vacuna para su país. Los demás que se mueran; a no ser que paguen bien.
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Un sistema-mundo basado en estas patologías aparenta ser fuerte, pero realmente es muy frágil y tremendamente precario ante crisis como la del nuevo virus. Ahora nadie puede negar que la salud humana como derecho fundamental no hace parte de las prioridades del sistema capitalista. El coronavirus ha permitido ver la gran precariedad que el sistema ideológico mundial se ha encargado de ocultar. Una precariedad cognitiva, afectiva, espiritual, ética y política que alimenta al covid-19. Desorientación, pérdida del sentido común, pánico irracional, confusión emocional y afectiva; desconfianza brutal hacia los otros, xenofobia extrema y búsqueda desenfrenada de protección individual, síntomas de las patologías creadas por el sistema para mantenerse en el poder.
La guerra psicológica garantiza todo lo anterior. Previamente a esta crisis se había instalado un miedo extremo que se convierte en pánico y angustia social generalizada. El miedo es normal en condiciones normales. Pero en condiciones de crisis es aprovechado por los más poderosos para sacar ganancia de la angustia y el dolor humano. No solo se aprovecha para vender más y a costos exagerados los productos básicos para enfrentar la crisis. También se utiliza para declarar estados de emergencia por medio de los cuales se adquiere completa libertad para contratos millonarios que no siempre mejoran el sistema de salud, sino que incluso lo precarizan más.
Esta situación se puede transformar. El virus se puede detener con cooperación internacional. Las otras transformaciones las haremos después con ayuda de una psicología comprometida con la defensa de la vida digna. Esta es la tarea urgente.