Detrás del fuego: cómo se organiza la quema del diablo en Guatemala y quiénes mantienen viva la tradición
Vecinos, familias y amigos se reúnen durante meses para crear diablos que, cada diciembre, arden en minutos, pero mantienen viva la tradición.
Vecinos dan los últimos toques al diablo y revelan el esfuerzo colectivo que acompaña esta tradición, que cada año los congrega antes de la quema. (Foto Prensa Libre: Juan Diego González)
Entre los brazos del diablo, varios residentes de la colonia Arrivillaga, zona 5 de la Ciudad de Guatemala, trabajan por las noches en una figura tétrica de 4.85 metros de altura, con grandes cuernos y mirada penetrante.
Una escena que, a simple vista, puede parecer maniaca, pero para los “Siervos del Diablo”, como se hacen llamar, es una costumbre que han construido durante casi una década, antes de la tradicional quema del diablo.
Entre papel, cartón, pegamento, risas y convivencia, los “diablitos” —como se hacen llamar estos vecinos— dan los toques finales a la figura que, como cada año, arderá en llamas a las 18 horas del 7 de diciembre.
Pero para ver al diablo arder hay meses de organización, en los que un grupo de diablos comprometidos mantiene viva la tradición.
“La orden viene desde el infierno. Mi estimado Satanás nos pide que nos reunamos, y allí se establece qué tipo de diablito se hará, cómo lo vamos a hacer, y se hace una lluvia de ideas que dará vida al diablo final”, explica el Diablo 1, quien, por motivos de seguridad, prefiere no revelar su nombre.
Más que un compromiso, las reuniones de los Diablitos se han convertido en una camaradería entre amigos, que conviven casi todas las noches durante casi un mes para dar vida a una de las tantas figuras arderán, como acto simbólico, en una tradición que se repite desde hace más de un siglo.
“Nadie lo ve como un compromiso. Más que la convivencia entre amigos, es el hecho de crear un proyecto desde cero y darle vida a una idea entre todos”, cuenta el Diablo 4, uno de los integrantes más jóvenes del grupo, que cada año busca mantener viva esta tradición.

La asamblea del infierno
La primera reunión de diablitos se convoca siempre en la última semana de octubre. Unos 15 jóvenes de entre 19 y 32 años, todos vecinos de la zona 5, participan en ella. Cada uno, con sus propios trabajos diurnos. Algunos se conocen desde niños, crecieron en las mismas calles y compartieron las mismas esquinas.
En esa primera reunión se decide todo: qué personaje será satirizado ese año, qué concepto representará el diablo y qué mensaje desean transmitir. “Aquí es pura democracia. El que más votos tiene es al que le toca”, explica el Diablito 1.
Desde la primera semana de noviembre, las reuniones se vuelven diarias. De 19 a 22 horas, en promedio, ocho diablitos trabajan tres horas cada noche. Los sábados, el horario se extiende de 10 a 19 horas. Los domingos descansan. “Ese día es para que el diablito descanse; también lo dedican a la familia”, narra el Diablito 1.
El primer paso es siempre el hierro. “El hierro, regularmente, es el mismo: un porcentaje del año anterior. Solo cambiamos las posiciones”, describe. Después viene el relleno, con papel reciclado que los mismos vecinos donan; luego, el modelado del cuerpo, con cinta gruesa, y, al final, la cabeza.
Para el Diablito 4 lo fascinante es ver cómo una idea abstracta toma forma física. “Si ves un pedazo de papel ahí, es porque se pensó. Es una lluvia de ideas y, al final, haberla ejecutado es una satisfacción”, comenta.

34 años de fuego
A 40 kilómetros de la capital, en la Ciudad de Antigua Guatemala, otra comunidad se organiza con la misma dedicación, pero con una historia más larga. En el barrio La Concepción, Víctor Vitelio Contreras lidera un comité que este año cumple 34 años de quemar diablos.
“Son 34 años sin interrupción”, indica Contreras, presidente del Comité de Festejos. Ni siquiera la pandemia detuvo la tradición.
La idea original fue de Virgilio Castillo, fundador del Comité. “Antes se quemaban fogatas frente a las casas de toda Antigua. Quemaban basura, colchones, llantas; aprovechaban lo que ya no servía durante todo el año”, recuerda Contreras. “El concepto fue concentrar a todos en este lugar, hacer solo un diablo y que las personas ya no contaminaran el ambiente”, añade.
La estrategia funcionó. “Creemos que se logró el objetivo, porque ahora ya no hay quemas en distintos puntos de Antigua, sino que toda la gente se concentra aquí para quemar al diablo”, refiere.
Pero organizar un evento que convoca a casi cuatro mil personas requiere de un equipo comprometido. El Comité está integrado por nueve personas, aunque, en total, participan unos 22 vecinos en distintas tareas. “Algunos colaboradores se involucran: unos se dedican a quemar los cohetes, otros a trasladar al diablo a su lugar definitivo, algunos en el adorno procesional y otros, en la Eucaristía”, detalla.
En este barrio, las reuniones comienzan desde febrero, para definir el concepto del año. Para julio ya están en contacto con el escultor. En noviembre, los encargados gestionan los permisos con la Municipalidad, Gobernación, Bomberos y el centro de salud.
Preparan todo para que esté listo unos días antes del 7 de diciembre.

Costo de la tradición
Mantener viva esta tradición tiene un costo que los vecinos asumen con creatividad. En la zona 5 han logrado un modelo sostenible, basado en donaciones y reciclaje.
“El papel nos lo regalan. Cada año se reutiliza el mismo hierro. El papel de China, que es el que lo forra, tiene un costo muy bajo; ese lo asumimos dentro del grupo. Y el pegamento que utilizamos, que es en aerosol, también es donado”, explica el Diablito 1.
Una empresa les proporciona las camisetas oficiales con las que todos los miembros se identifican el día del evento. Otra dona los juegos pirotécnicos. “Si esto tuviera un costo muy elevado, yo creo que no lo haríamos”, admite.
En Antigua Guatemala, el modelo es distinto. “Lo más complicado realmente es buscar patrocinadores”, comenta Contreras. El comité no maneja efectivo directamente. “Realmente, los patrocinadores lo que hacen es aportar directamente los insumos”, explica.
Cuando los fondos no alcanzan, los miembros de la junta directiva cubren los gastos con recursos propios.
Este modelo, aunque complejo, ha permitido mantener la independencia del Comité. “Nos mantenemos como amigos, como vecinos, como entusiastas de ver realmente algo; que no desaparezca esta tradición en el barrio La Concepción específicamente”, menciona Contreras.

Críticas y resiliencia
La sátira política que caracteriza a muchos de estos diablos no siempre es bien recibida. Tanto en Antigua Guatemala como en la capital, los organizadores han enfrentado intentos de censura y amenazas directas.
En la ciudad colonial, Contreras recuerda un episodio particularmente tenso: “Vinieron de Derechos Humanos a decir que, por orden del alcalde, se suspendía la actividad. Fue a las 15 horas del 7”. Faltaban apenas unas horas para la quema.
Otro año, el muñeco amaneció destruido, a tres días del evento. Josué Romero, artista que ha elaborado cuatro veces la figura en ese barrio, y su equipo improvisaron una solución creativa: “Fuimos a comprar vendas, yeso”. Envolvieron su creación como si estuviera herido y le pusieron un brazo en cabestrillo.

En la zona 5, las amenazas han sido más directas. “Estábamos terminando las alas cuando se detuvo un carro en la esquina. Se bajaron unos tipos entacuchados. Se notaba que venían malintencionados porque rápido nos enseñaron las armas. Solo nos dijeron: ‘No vayan a sacar eso’. Ahí ya ni Satanás nos salvaba”, relata Diablito 1, entre risas.
Ese año, el grupo decidió moderar la sátira, pero no detuvo la tradición. “Ha habido situaciones críticas. A muchos políticos de turno no les gusta que los mencionen por las cosas malas que hacen”, explica el Diablito 1. “Pero nosotros, como comité, no pretendemos ofender ni hacer daño a nadie, sino más bien enviar un mensaje de unidad y convivencia a la población”.
También han rechazado intentos de cooptación política. “Ya nos han llegado algunos partidos políticos y diputados que quieren figurar el día del evento. Inmediatamente son expulsados con el tridente de Satanás, y ya no regresan”, comenta con satisfacción.
Origen de las llamas
Pero, ¿de dónde viene esta costumbre de quemar diablos cada 7 de diciembre? Según el profesor de Historia Juan Alberto Sandoval, la tradición es resultado de una fusión cultural ocurrida a finales del siglo XIX.
Sandoval explica que, con la fiesta de las Victorias —surgida a raíz de la batalla del golfo de Lepanto—, el papa Pío V proclamó la victoria desde el Vaticano, incluso antes de confirmar si la flota cristiana había triunfado realmente, atribuyendo el desenlace a un hecho milagroso relacionado con el rezo del Rosario.
“Por ello, desde el siglo XVI, el 7 de octubre se celebraba el Día de Nuestra Señora de las Victorias, que muy pronto pasó a convertirse en el Día de Nuestra Señora del Rosario”, precisa Sandoval.
El profesor comenta que, en aquellas celebraciones, en la ciudad de Santiago de Guatemala —tanto en el Valle de Panchoy como en el Llano de la Virgen—, se acostumbraba elaborar una figura horrorosa, un monstruo de papel, que se incineraba a las 18 horas del 7 de octubre, al rezar el ángelus. “Este acto simbolizaba la victoria del bien sobre el mal, y los vecinos de la ciudad lo llamaban la quema del diablo”.
La tradición se abandonó con la separación entre la Iglesia y el Estado. “El Estado anuló el catolicismo como religión oficial, mediante la Constitución liberal de 1879. Cesaron las expresiones religiosas populares fuera de los templos. Esto incluyó la interrupción de la tradición de quemar al diablo en el atrio de Santo Domingo”, detalla Sandoval.
Sin embargo, “hacia 1892, cuando se dio una especie de reconciliación entre el Estado y la Iglesia, con el obispo Ricardo Casanova y Estrada y el presidente José María Reina Barrios, se otorgaron nuevas libertades a la Iglesia, lo que permitió restablecer el culto fuera de los templos. Con ello se reanudaron, aunque de forma desordenada, varias prácticas populares”.
Es en ese contexto cuando la tradición migra a diciembre. “La quema del diablo se mezcló y confundió con la reaparición de las luminarias”.
Durante la época colonial, la corona española ordenaba encender parafina en las ventanas de los edificios públicos cada 7 de diciembre, para conmemorar a la Inmaculada Concepción, patrona de España y sus Indias desde 1680.
“Es así como la fecha de la quema del diablo surge como una mezcla de las celebraciones religiosas vinculadas al Rosario y las ceremonias reales públicas ordenadas por la Corona y el cabildo en Guatemala, que, con el tiempo, fueron asociadas al inicio del ciclo mayor de la Natividad”, señala Sandoval.
Para el historiador, la persistencia de esta tradición se explica por su apropiación popular: “Lo que el pueblo hace suyo, lo sostiene, le da vida, lo alimenta y lo persevera para que dure muchos años más”, afirma.

La hora del diablo
Según Sandoval, durante la época de dominación hispánica, el Estado confesional seguía el mismo principio que la Iglesia: ambos se regían por un calendario de carácter lunar, similar al que aún observan los judíos ortodoxos.
En ese sistema, el día no inicia al amanecer, como ocurre en la tradición occidental moderna, sino al ponerse el sol. Es decir, para este calendario, un nuevo día comienza aproximadamente a las 18 horas del día anterior.
Por ello, en la práctica religiosa católica, las grandes celebraciones o días de precepto —como el 8 de diciembre, fiesta universal de la Inmaculada Concepción— inician realmente el 7 de diciembre a las 18 horas, momento en que se reza el ángelus.
Con esta lógica, varias tradiciones populares, incluida la quema del diablo, quedaron asociadas a ese horario: las 18 horas marcan simbólicamente el inicio litúrgico del día festivo, de acuerdo con la manera en que la Iglesia contaba el tiempo en ese periodo histórico.

A las seis en punto
El reloj marca las 18 horas y las ciudades empiezan a arder, en un acto simbólico que se repite cada 7 de diciembre.
En el barrio La Concepción, unas cuatro mil personas rodean al diablo. Vitelio Contreras y los miembros del Comité verifican por última vez los extintores, las salidas de emergencia y las áreas acordonadas. Los bomberos están listos. La Policía controla el tráfico.
Según Contreras, entre los asistentes hay niños con sus padres, abuelos en sillas de ruedas, vendedores ambulantes que llegaron desde otras ciudades y hasta extranjeros.
Cuando prenden el primer mechón de papel, la multitud grita. El fuego avanza lento, pero constante.
En la zona 5, la escena se repite con variaciones. Aquí, la afluencia es menor, pero entusiasta. Los diablitos, identificados con sus camisetas oficiales, organizan a la multitud. Antes de la quema hay un espectáculo de pirotecnia.
Cuando encienden su diablo, todos sacan los celulares. La imagen se transmite en redes sociales en tiempo real.
Según el Diablito 1, la figura arde durante unos 30 minutos. “Vienen muchos niños, vienen adultos que quemaron chiribisco, y estos adultos traen a sus hijos. Esto es un encuentro familiar, y ver esa alegría de la gente, todos atentos al diablito, y ver la afluencia de los últimos años, es una gran satisfacción”, comenta.
Contreras coincide: “Al final, es invitar a toda la población, tanto antigüeña como del municipio, el departamento y personas extranjeras que visitan Antigua. Que no dejen de asistir a esta actividad, que realmente es bonita, es sana y se convive en familia”.

El fuego que une
La tradición seguirá viva mientras haya vecinos dispuestos a organizarse, manos que enrollen papel, voluntad para enfrentar críticas y amenazas, y la convicción de que algunas cosas deben arder para que otras puedan comenzar.
Cada 7 de diciembre, a las 18 horas en punto, en barrios y colonias de Guatemala, los vecinos prenden fuego a sus diablos. Y en ese acto colectivo de destrucción ritual, construyen algo que las llamas no pueden destruir: comunidad, memoria, identidad.



