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El manifestante guatemalteco al que le temblaban las piernas del miedo

A Bernardo Silva le temblaban las piernas el pasado martes 30 de junio. A las afueras de un cuartel militar, casi en soledad, esperaba al presidente de Guatemala, Otto Pérez Molina, con un cartel en el que catalogaba al exgeneral como “Vergüenza del Ejército”.

Al menos unas 225 personas se habían comprometido por las redes sociales a participar en una manifestación pacífica en contra de la celebración del aniversario del Día del Ejército en Guatemala, pero, finalmente, solo aparecieron seis.
En nada importó la cantidad de asistentes a la hora de protestar: ante la mirada de curiosos y soldados, Silva alzó su pancarta durante 180 minutos hasta ver pasar a la comitiva presidencial, aunque Pérez Molina, supuestamente, llegó en helicóptero.
La lección de las convocatorias fallidas es una más de las aprendidas por el guatemalteco de 34 años, empresario y padre de dos hijos, quien les ha puesto rostro a las recientes manifestaciones contra la corrupción en el país centroamericano.
Silva también aprendió, mientras estuvo encadenado entre el 1 y el 9 de mayo al Palacio Nacional de la Cultura, a qué restaurantes podía escabullirse cada vez que necesitaba un baño.
En esos días, le bastaba con comprar un café por la mañana en el restaurante de comida rápida de la esquina para entrar todo el día al sanitario, con el mismo vaso en la mano.
“Los compañeros que nos encadenamos solo nos conocíamos por redes sociales”, cuenta en referencia a aquellos días, cuando pasaron miedo principalmente en las primeras madrugadas solitarias en el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala.
“Al principio nos quedábamos solos en las noches. Y pasaban vehículos con hombres de traje que bajaban los vidrios para tomarnos fotos y posteriormente se iban”, recuerda.
 
Silva recobró trascendencia mediática en junio, cuando acompañó en la capital a un manifestante de la tercera edad que caminó desde un poblado ubicado 200 kilómetros al oeste de la capital del país, hasta el palacio, en señal de disgusto por la corrupción.
“Es un héroe por su labor”, elogia Silva al caminante Oswaldo Ochoa, de 62 años, quien recorrió una parte del trayecto en bicicleta y otra parte a pie.
La conciencia social contra la corrupción se encendió en Guatemala el pasado 16 de abril, cuando las autoridades desarticularon una red de corrupción en el ente recaudador de impuestos vinculada a Juan Carlos Monzón Rojas, exsecretario de la ahora ex vicepresidenta del país, Roxana Baldetti.
Se cree que esta estructura criminal obtenía ganancias de hasta 320 mil dólares mensuales.
“Pagué Q40 mil –5 mil 128 dólares– de impuestos solo en los últimos tres meses. Cómo no me voy a indignar porque se roben nuestros impuestos con ese descaro?” Pregunta Silva durante una conversación con Acan-Efe.
Una semana después de encadenarse junto a otras ocho personas a la puerta principal del Palacio Nacional de la Cultura, antigua sede del gobierno, Baldetti dimitía para ser investigada por las acusaciones en su contra, en medio de la algarabía de los manifestantes.
“Yo siempre fui de los que pensó que los cambios le correspondían a alguien más. No sabía que se podía hacer algo. Hoy veo que es posible”, advierte ilusionado.
En los últimos dos meses, Silva, que ya aprendió de memoria todas las acusaciones en su contra por su activismo, no tiene problema en admitir que Baldetti renunció por la presión de la cúpula empresarial y la embajada estadounidense, tal como aseguran algunos analistas que desestiman el valor de las manifestaciones.
“Tienen razón. Pero no pueden negar que pusimos nuestro grano de arena. Y es un triunfo que también necesita acreditarse el pueblo”, responde.
También aclara que no quiere ocupar un puesto público: “Estudié cinco años arquitectura sin cerrar pensum. Creo que hay personas más adecuadas que yo para dirigir el país”, asevera, descartando así ser funcionario o formar parte de alguna agrupación política actual.
Además, sabe que en Guatemala es común la indiferencia contra los manifestantes, a quienes se les acusa de venderse o ser perezosos, pero, apostilla: “Ser empresario me da esta oportunidad de tener libertad de tiempo”.
 
En dos meses todo ha cambiado para Silva, que interrumpe brevemente la entrevista por el Centro Histórico de la Ciudad de Guatemala para saludar efusivamente a tres agentes de la Policía Nacional Civil, que responden con gestos similares.
Los conoció durante los nueve días que estuvo encadenado.
“Con ellos platicábamos en la madrugada, cuando al final asignaron seguridad en el lugar por las noches. Compartíamos comida”, dice sonriente, y agrega que siempre buscaban a autoridades y a periodistas porque “nos sentíamos seguros a su lado” .
Pero su activismo cívico, ese que lo ha hecho participar en más de 25 manifestaciones públicas, ya le ha pasado factura.
El pasado 30 de mayo se consumó oficialmente su divorcio.
Pese a los obstáculos, Silva sueña con, en algún punto, aglutinar un bloque social “incluyente”  y “tolerante” , “de izquierdas” y de “militares” , con el objetivo de cambiar esa cultura de corrupción que tiene tras las rejas o acusados a más de 30 funcionarios.
“Me gustaría seguir motivando a la gente indiferente que era como yo” , finaliza con un halo de esperanza aguardandopoder cumplir su sueño.

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