En seis meses de pandemia, el país reporta más de 80 mil contagios y tres mil fallecidos. Aunque el número de casos bajó en la última semana, los médicos están cansados, las familias de los fallecidos están tratando de asimilar las ausencias y los pacientes sobrevivientes se esfuerzan por recuperar el aliento, un ejercicio que parecía tan mecánico hasta que fueron diagnosticados positivos de covid-19.
Esta emergencia también ha significado oportunidad de empleo para otros, quienes son testigos en primera fila de cómo la muerte es el otro personaje principal de esta pandemia. En seis meses, el país se mantiene en alerta roja, según el sistema diseñado para reanudar las actividades económicas.
Pese a que muchos servicios y actividades empezaron a reactivarse de manera progresiva en los municipios, esto hace que el temor por un posible repunte permanezca entre quienes están al frente de la lucha contra el virus, atendiendo la emergencia. Con los hospitales desfogándose y los cementerios con menos frecuencia de entierros por covid-19, los entrevistados sintieron que esta segunda semana de septiembre les permitió un respiro. Estas son sus historias.
1. Médica. “Me sorprende lo rápido de la enfermedad”
Cuando se empezaron a reportar casos en México, el Hospital de Villa Nueva se preparó con un plan de contingencia por la inminente llegada del virus al país.
La médica Lorelái Guerra, de 30 años, trabajó en ese nosocomio en enero, y en febrero se graduó de pediatra. En marzo, hizo turnos de 24 horas, porque se anunció que ese centro hospitalario recibiría el primer caso.
El 12 de marzo llegó el primer paciente sospechoso. Horas después, confirmaron el diagnóstico positivo, y desde entonces el rumbo del país cambió. Durante un mes le tocó atender pacientes adultos, hasta que a mediados de abril llegó la primera niña infectada, era una pequeña de 4 años que fue tratada por neumonía y se mantuvo con oxígeno.
Aunque el virus ataca de forma diferente a los niños, Guerra dijo que lo que más le ha sorprendido es la rápida evolución de la enfermedad en adultos y cómo alguien puede fallecer sin percatarse de los síntomas.
Guerra sabía que la enfermedad era altamente contagiosa, y por eso empezó a buscar dónde vivir, para no arriesgar a sus padres y a su hermano asmático. “Busqué lugares cercanos al hospital, pero me pedían carta de la empresa donde trabajaba, y cuando les decía que trabajaba en el Hospital de Villa Nueva, nadie me quiso dar donde alquilar”, así pasó varias semanas, hasta que la Fundación Ronald McDonald habilitó una lugar para médicos.
2. Sobreviviente. “Pasé dos noches sin dormir”
En su casa todos se contagiaron de covid-19. A su esposa e hijos les dio fiebre y perdieron el gusto y el olfato; sin embargo, a Carlos Dávila de 42 años, el virus lo atacó diferente. Perdió la motricidad en las piernas y permaneció durante ocho días postrado en cama.
Un médico lo visitó, y al percatarse de que tenía 51 de saturación de oxígeno —lo normal es 98— lo envió de inmediato al hospital; se estaba desvaneciendo. Era el 7 de julio, y apenas empezaba el calvario para Dávila, quien había montado un negocio de hamburguesas para sobrellevar la pandemia.
Dávila estuvo 36 días internado en el San Juan de Dios. Los primeros cinco días los pasó sin comunicarse con su familia y con el miedo constante de que no los volvería a ver. Una persona de mantenimiento lo ayudó a entrar su celular para comunicarse con su esposa, y empezó a narrar su experiencia desde su cuenta de Twitter @CharlesGyborin.
Además de lidiar con los dolores en el pecho, la falta de oxígeno y las seis inyecciones diarias de anticoagulantes, Dávila también fue testigo de la saturación de uno de los hospitales más importantes del país y de cómo el virus mató a varios frente a sus ojos.
“Pasé dos noches sin dormir, por el mismo miedo de no volver a despertar. Vi de todo: gente que llegaba y a la hora se morían, gente con la que yo hablaba y les decía que tomaran agua y cuando los volvía a ver ya estaban muertos”, dijo. Padecer de covid ha sido de las peores experiencias de su vida.
3. De luto. “Todo fue muy rápido”
El médico Édgar Rojas era gastroenterólogo, y trabajaba en su clínica privada desde hace 20 años. Era seguidor de la cultura asiática: le gustaba meditar y viajar. Una semana antes de haberse detectado el primer caso de covid-19 en el país, había regresado de Argentina.
“Ve, pues, a tiempo regresamos; si no, nos hubiéramos quedado varados allá”, recuerda su hija Alejandra que dijo.
El 20 de septiembre se cumplen tres meses desde que Rojas falleció. Pese a que había reducido la atención de pacientes, se contagió al atender a uno que estaba infectado. “Era un paciente de años. En ese entonces, los hospitales privados no recibían casos covid, y la familia, en su desesperación, le pidió a mi papá que lo atendiera, y él accedió”, dice Alejandra, quien recuerda que su padre le contó que el enfermo llegó en un muy mal estado de salud.
El facultativo logró trasladar al paciente al Hospital General; sin embargo, falleció ese mismo día. De inmediato, mandó a desinfectar su clínica y compró medicinas preventivas para él y su familia. Pero a los días, su esposa empezó con los síntomas; después, uno de sus hijos, y a la semana, él.
Aunque empezó a tratarse en casa, la evolución de la enfermedad fue rápida. Su familia cree que fue porque padecía de hipertensión. Murió el 20 de junio, en el IGSS, a los 59 años, un año antes de cuando pensaba retirarse.
La noticia del fallecimiento del doctor Rojas enlutó al gremio médico. Sus colegas acompañaron a la familia en caravana desde el hospital del IGSS al cementerio Los Parques. “Todo fue muy rápido. Fue incluso impactante el ver que los de la funeraria llegaran de blanco. Además, fue breve. Si duró cinco minutos, fue exagerado”, cuenta.
Alejandra menciona que su padre estaba impactado al ver que la enfermedad se llevó tan rápido a uno de sus pacientes; sin embargo, le pasó lo mismo a él.
Con una sonrisa, Alejandra trata de mantener en sus recuerdos cuando su papá la llamaba cada mediodía para saber cómo estaba, de cómo se entregó a sus pacientes y se hizo amigo de ellos. “Mi papá no le dedicó 36 años a la medicina por gusto. Quiero que se valore eso, y que él no es el único que ha puesto la profesión en alto”, comenta.
4. Emergencia. “El día después es el más difícil”
La primera emergencia covid-19 atendida por los Bomberos Voluntarios fue el 3 de abril, y estuvo a cargo de Édgar Sáenz. Un médico del centro de Salud de Tierra Nueva hizo la llamada para que trasladaran al Hospital de Villa Nueva a un hombre.
Cuando escucharon lo que ocurría en México, los bomberos se prepararon con los protocolos adecuados, porque en cualquier momento la enfermedad llegaría al país. Sin embargo, por muy preparados que estaban, hubo miedo por posibles contagios.
“El día después del primer servicio de covid-19 fue bien difícil controlar mi ansiedad. Psicológicamente estaba mal, no quería que mi nena ni mi esposa se me acercaran. Fui a recostarme ese día en la tarde, pero me despertaba porque sentía que tenía fiebre y que me dolía la garganta”, relata Sáenz, quien tiene 14 años de servicio en los bomberos.
El covid-19 psicológico es común entre ellos, pero la rigurosidad con que se desinfectan al terminar un traslado los ayuda a mantenerse a salvo, sobre todo porque el mayor riesgo no es cuando tratan a un paciente infectado, sino cuando se retiran el traje de protección. Los bomberos no pueden hacer traslados sin la autorización previa del Ministerio de Salud, y esto causa que atiendan emergencias sin saber si es alguien infectado. Hay personas que llaman asegurando que es otro tipo de emergencia, para que lleguen a sus hogares.
5. Funeraria. “No podíamos decirles que no”
Teresa tiene 27 años trabajando en el negocio de los servicios fúnebres, y hace cinco años fundó junto a su esposo, Funerales Castillo, a pocos metros del cementerio La Verbena, uno de los pocos camposantos asignados para enterrar a fallecidos por covid-19.
En casi tres décadas preparando cuerpos para la última despedida, no había visto algo similar a lo ocurrido en esta pandemia. Después de la insistencia de clientes y al ver que la única opción de trabajo eran los servicios por covid-19, empezaron a trabajar con fallecidos a causa del virus, y se instalaron afuera del hospital del IGSS de la zona 9. Se prepararon con caretas, mascarillas, guantes, botines y litros de amonio cuaternario para desinfectar los carros.
Los servicios por covid-19 son más caros, por todos los protocolos, a pesar de que no pueden ofrecerles a las familias un velatorio para su ser querido y deben insistirles en que no pueden acompañarlos al cementerio, porque no los dejarán entrar.
Desde la puerta de su funeraria ha visto pasar cientos de carros y ambulancias que trasladan cuerpos a La Verbena. Han visto a las familias detenerse en el portón principal mientras ruegan en vano que los dejen entrar. Teresa solo pudo atender dos servicios por covid-19, uno de ellos era de una bebé de 5 meses. El cementerio hizo una excepción y dejó entrar a la madre, para que se pudiera despedir de su pequeña.
6. Cementerio. “Aquí es donde más seguro me siento”
Unos 88 adultos han sido enterrados en el cementerio municipal de Mixco por cinco hombres que se dedican a prestar ese servicio; uno es Hugo Leonel Álvarez, de 47 años.
Todos los días se viste con un traje blanco, botas especiales, guantes, dos mascarillas, una gorra y una careta. Durante junio y julio no descansaron. Hubo tantos fallecidos por el virus que una fila de ataúdes se formó en la entrada principal del camposanto.
Álvarez se ha dedicado a la albañilería, pero desde hace cuatro años pertenece al personal del Departamento de Infraestructura de la Muni de Mixco. Cuando se declaró la emergencia en el país, sus superiores hicieron una evaluación del personal para saber quiénes no tendrían problemas físicos ni emocionales para trabajar en el cementerio.
“Usted sabe que tenemos necesidad, y esto nos tocó”, dice, calmado y resignado a la situación. Está cumpliendo con su trabajo, y aunque es difícil ver cómo familiares ruegan por ingresar en el cementerio para el último adiós, él agradece haber sido designado para esa labor.
“Doy gracias a Dios porque me pasaron acá. Me siento más seguro en el cementerio que afuera, porque uno no sabe con quién se va a encontrar en las calles y se puede contagiar. Yo de aquí me voy a mi casa”, dice, y espera que lo dejen trabajando en ese lugar.