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La bailarina gitana que desafió su suerte 

Pese a sufrir de artrosis, Andrea Álvarez está decidida a rescatar la danza, desde la dirección del Ballet Guatemala. 

Andrea Álvarez actualmente asiste la dirección del Ballet Guatemala. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

Andrea Álvarez actualmente asiste la dirección del Ballet Guatemala. (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano)

Erguida atiende  las líneas y los ángulos que forman sus brazos respecto a su cabeza, sus piernas se mantienen juntas, sus talones unidos y  los pies forman una línea recta, como si siempre estuviera en la primera posición de una balletista sobre el escenario.  Andrea Álvarez alcanzó una posición que no es fácil de alcanzar para una bailarina treintañera, es la asistente de dirección del ballet Guatemala, aunque su nombramiento todavía está en trámite.

Siendo niña destrozaba sus zapatos porque quería pararse de puntas. Tenía seis años cuando su familia emigró a causa del conflicto armado, en 1983. Tres años después ingresó a la Escuela de Danza de la ciudad de México en donde la  familia se refugió.

Fue tanta su insistencia en convertirse en una bailarina que su madre la llevó a la prueba a la que asistieron  500 aspirantes. Durante nueve años cursó 45 materias relacionadas con el ballet, además de las clases regulares. “Estudiaba  de las siete de la mañana a las siete de la noche”, recuerda.  Se graduó en 1995 como ejecutante profesional de danza clásica.

En el país de las maravillas

Es la mañana del ensayo general de la nueva temporada  infantil del Ballet Guatemala y la compañía está a dos días de estrenar Alicia en el país de las maravillas.  “¡Puntas!, ¡puntas!” , indica desde el graderío del Teatro de Cámara , mientras con suavidad levanta ambos talones al mismo tiempo como si ensayara un relevé –posición de ballet que consiste en pararse sobre los dedos de los pies-.

“¡Luz!” ,  reclama  en tanto  media docena de flores corren al escenario . Sus brazos  se sitúan simétricos, separados hacia los costados y formando una línea. “¡Quién le dijo al hongo que entrara!”, exclama molesta. La  música cesa y el aturdido bailarín regresa tras bambalinas. Su hija de seis años está atenta al llamado para interpretar su primer papel como puercoespín.

“Regresamos poco antes de la firma del Acuerdo de Paz, en agosto de 1995”, comenta durante un descanso. Su madre la presentó a los profesores del Ballet Guatemala y obtuvo un contrato. Bailó tanto que años después los médicos le diagnosticaron artrosis, por el desgaste del cartílago articular, que es producido por un esfuerzo excesivo o hecho de forma inadecuada.

La artrosis con frecuencia afecta la cadera o la rodilla. Pensó en retirarse pero no lo hizo. Cuando el traumatólogo le dijo que era riesgoso operar la rodilla le increpó: “¿Por qué no se corta la mano antes de decirme que ya no podré bailar? ¡Veríamos si podría operar sin una mano!”. Su rostro cambia de expresión como si tuviera frente así al médico. Ella no habla;  interpreta cada frase.  “¡Después de la cirugía bailé cuánto quise! El ballet es mi vida y la bailarina es Andrea Álvarez”, retoma con tono suave.

Interpretó muchas veces a Carmen, la gitana que se enamora de su carcelero, quien la mata al darse cuenta de que ella lo ha traicionado con un torero. 

Carmen es la mujer apasionada que encuentra en la sociedad que la rodea un marco estrecho lleno de prejuicios. “Se parece mucho a mí, no temo a la vida, ni a la muerte, no hay imposibles para mí”, afirma convencida. 

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