Hoy, el arqueólogo guatemalteco de 35 años, oriundo de Chimaltenango, quiere aplicar nuevas corrientes de estudio, para hacer un nuevo tipo de Arqueología, que involucre y beneficie a los pueblos indígenas y que ofrezca nuevos enfoques de la historia de la cultura maya y nacional.
¿Cómo llegó la Arqueología a su vida?
Mi madre vio que desde pequeño yo tenía ciertos intereses. Visité Tikal como a los 16 años, y fuimos porque hay una foto que mi mamá me enseñó como a los 4 años, de cuando ella fue ahí por los años de 1960. En la fotografía ella está sentada y al fondo se observa el Templo I. Esa imagen siempre me quedó grabada en la mente. Cada vez que caminaba o andaba en la carretera y miraba una montaña, pensaba que iba a encontrar una ciudad maya más grande o pensaba que eran dinosaurios dormidos.
Desde chiquito tenía esas curiosidades de explorador, más que de arqueólogo. A mí nunca me gustó ir a estudiar. Odiaba ir al colegio, pero a regañadientes me gradué de bachiller en Hotelería y Turismo de un colegio en Antigua Guatemala. Mi plan era irme de mochilero de acá a Argentina, pero mi mamá me trató de orientar y me dijo que por qué no probaba estudiar Arqueología. Entonces, saqué la carrera de licenciatura en Arqueología en la Universidad de San Carlos, aunque los primero años me costaron mucho. Iba poco a la U, era como una rebeldía; no me gustaba estudiar.
¿Cuándo cambió esa indiferencia hacia el estudio?
Como en el 2000 me salió la primera oportunidad de hacer prácticas de campo en el Programa de Arqueología del Motagua Medio de la Usac, y desde ahí todo cambió. Me di cuenta de que eso era realmente lo que me gustaba. A partir de ese momento ya me tomé las cosas con más seriedad, y terminé las clases en el 2002.
Otra experiencia de mucha influencia, sin la cual no hubiera logrado terminar la carrera, fue la de laborar como periodista. Yo era muy tímido y no le hablaba a nadie; allí tuve que aprender, y eso me dio más seguridad, me enseñó mucho y me cambió.
¿Hubo alguna otra experiencia que le haya confirmado que esa era su área?
Me ofrecieron mi primer trabajo en el proyecto de Piedras Negras. Yo ya estaba un poco saturado del periodismo, ya no me sentía tan cómodo. Empecé por lo más básico, y poco a poco me fueron involucrando en otras cosas, que fue muy motivador. Además, trabajar allí con grandes arqueólogos, como el doctor Stephen Houston, quien es de los más reconocidos en el área maya, fue fantástico. Eso fue lo que me confirmó que era lo correcto. Cambié todo por la Arqueología, porque sabía que ya había logrado lo difícil, conseguir un empleo en el medio y lograr que la gente me conociera.
¿Qué otros trabajos desempeñó?
Desde el 2002 hasta el 2006, estuve en varios proyectos. En el 2004, trabajé para seis. Uno de los trabajos que más me impulsó fue el último antes de El Zotz, en el proyecto San Bartolo. Trabajé del 2005 al 2008, y lo que ocurrió fue increíble porque yo nunca había hecho excavaciones formales. Allí me confiaron una excavación en una de las estructuras más importantes, en donde encontramos un mural que data como del 100 a. C. y que es uno de los murales más finos, posiblemente con las gamas de color más amplio que ha existido. Allí conocí a mi actual profesor, David Stuart, un arqueólogo famoso de la Universidad de Texas, a quien le expresé mi intención de ir algún día a estudiar a su universidad, a lo que se mostró muy abierto. Pasaron tres años antes de que yo decidiera optar a una maestría.
¿A qué maestría optó?
La maestría es en Estudios Latinoamericanos. Es un programa multidisciplinario; entonces, mis estudios no solo son en Arqueología. Siempre tuve interés en la política y entender qué ocurre en Guatemala. Yo sabía que era bueno en la Arqueología, pero me preguntaba cómo hacerla relevante para promover cambios sociales. Eso es lo que yo buscaba. Este programa me lo permitió, porque no es estrictamente Arqueología, sino que uno va creando su propio pénsum. Creo que entonces fue la primera vez que realmente me gustó estudiar.
Allá, el profesor me preguntó: “¿Y usted qué piensa?”. Eso fue un gran cambio. Lo que yo pensaba valía. Acá, en Guatemala, no dejan que la gente cree su propio concepto de lo que ocurre.
Luego, ya me quedé para cursar un doctorado, y siempre con el ímpetu de conectar el pasado con lo contemporáneo. Estoy influenciado por una corriente que se llama arqueología indígena, que es en beneficio de los pueblos indígenas, y eso es ahorita el reto. Ya terminé las clases.
Ahora estoy escribiendo mi propuesta de investigación. Estoy viendo los modelos que han sido aplicados, es una tendencia que se desarrolla en EE. UU., Canadá y otros lugares. Estoy analizando cómo aplicarlo a Guatemala y cómo lograr trabajar al mismo nivel con pueblos indígenas y saber qué opinan de la Arqueología, qué opinan del pasado y qué beneficios pueden obtener. La tesis doctoral se centrará en el sitio arqueológico El Zotz, del que soy director.
¿Cómo llegó a dirigir ese sitio arqueológico?
El doctor Houston, quien me dio la primera oportunidad de trabajar en Piedras Negras, me envió un correo electrónico en el que me preguntaba qué opinaba de ser director de proyecto. Yo ya estaba empezando con los trámites para optar a la maestría.
Le escribí de vuelta, le dije que me sentía muy honrado de poder trabajar con él; pero le pregunté si le convenía tener a alguien que iba a estar por un tiempo corto, ya que yo me iría a estudiar. Me dijo que probáramos.
Ellos ya venían trabajando desde el 2006; yo empecé en el 2009. Fue difícil al inicio, porque cuando se es director se deja de hacer mucho trabajo arqueológico. La mayor parte del trabajo es bastante administrativo: negociaciones con el Gobierno para conseguir fondos, etcétera. Fue un cambio para mí, pero ha sido una gran experiencia.
Lo del financiamiento siempre es complicado. ¿Cómo le ha ido en ese aspecto?
La mejor opción es asociarte. Yo lo hice con alguien del extranjero. En EE. UU. hay más oportunidades para conseguir fondos. En Guatemala, el Estado le asigna muy poco a este campo, y el Idaeh (Instituto de Antropología e Historia) hace maravillas con el poco dinero que tiene. La Arqueología es una carrera difícil en el sentido de que no hay mucho interés ni inversión interna, que es de donde debería provenir más. Debería haber fuentes para su preservación, conservación, estudio; pero eso no existe. El problema es que en Arqueología, así como en los temas de cultura en general, el beneficio de cualquier inversión es algo intangible, que no se va a reflejar en un beneficio económico para la gente que lo está invirtiendo. Pareciera que las únicas ideas que valen son las que traen un beneficio económico. Eso talvez es lo más difícil y frustrante en este campo.
Periodismo
Experiencia laboral que lo cambió
Mientras Edwin Román cursaba sus primeros años en la Licenciatura en Arqueología en la Universidad de San Carlos de Guatemala, aplicó a un trabajo como camarógrafo en un noticiero de Chimaltenango. Le pareció que trabajar para un medio de comunicación también iba acorde a sus intereses, pues siempre le gustó estar informado —a la fecha, no deja su casa sin haber leído antes tres periódicos—.
Al finalizar su entrevista de trabajo, lo contrataron de inmediato pero no para despempeñar la labor de camarógrafo, sino de entrevistador. Después del primer día de labores, en el que uno de los compañeros de trabajo le enseñó algunos de los pormenores del oficio, le tocó hacer la primera entrevista: con el entonces presidente de la República, Álvaro Arzú. Él, una persona sumamente tímida a la que no le gustaba hablar con la gente, no le quedó más que enfrentar uno de sus mayores miedos.
“Trabajar en los medios fue fantástico. Conocí muchísima gente y lo que sí es que me dio la apertura de salir de la timidez, eso fue lo mejor. Confrontar mi miedo de que no me gustaba hablar con nadie y tener que ir a entrevistar al presidente de ese entonces, Álvaro Arzú a mis 18 años, fue un cambio fuerte”, comenta Román, quien asegura que aprendió muchísmo de esa experiencia que, definitivamente, le cambió la vida porque lo convirtió en una persona más segura de sí misma y más abierta.
Otras de sus experiencias dentro del periodismo fueron entrevistas a Alfonso Portillo cuando era candidato a la presidencia, Ríos Montt y Álvaro Colom, entre otros.
“Me gustó mucho el tiempo que trabajé en Las Noticias, aunque fue difícil porque eramos pocos, pero aprendí mucho”, agrega Román.
También recuerda mucho sus colaboraciones constantes y cercanas con los Bomberos de El Tejar, Chimaltenango, que según recuerda en ese tiempo eran solo cuatro, quienes les tocaba trabajar mucho en turnos de 24 horas por 24. “A veces, cuando había accidentes y salíamos a cubrir la noticia, nos tocaba ayudar. Uno de los dos que íbamos dejaba de grabar o reportear para ayudarlos”, recuerda el arqueólogo que también sufrió amenazas de muerte durante su desempeño como periodista. “Nos metíamos en líos, con el periodismo nunca se sabe cómo va a reaccionar la gente”.
Trayectoria académica
Se graduó como bachiller en Hotelería y Turismo de un colegio en Antigua Guatemala.
En el 2002 cerró pénsum de la licenciatura en Arqueología, en la Universidad de San Carlos de Guatemala, de donde se graduó en el 2006, luego de haber entregado su trabajo de tesis.
En el 2008, optó a una maestría en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Texas, a la que ingresó en el 2009.
Al concluir la maestría, decidió continuar con un doctorado en la misma universidad.
Actualmente cursa el tercer año del doctorado, cuyo trabajo de investigación desarrollará en El Zotz.