Era enorme, torpe y un poco tartamudo, y su peluca floja le daba un aspecto cómico. Sin embargo, era inmensamente atractivo para las mujeres.
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El erudito y erótico Erasmus Darwin, a quien su nieto Charles eclipsó
Era enorme, torpe y un poco tartamudo, y su peluca floja le daba un aspecto cómico. Sin embargo, era inmensamente atractivo para las mujeres.
Era un médico tan celebre que le ofrecieron el cargo de doctor personal del rey Jorge III (lo rechazó). Sin embargo también era inventor, filósofo natural, abolicionista, luchador por los derechos de la mujer y hasta poeta.
Era Darwin. Sin embargo no era Charles.
Era Erasmo, su abuelo, un personaje notable, que abrió el camino para el trabajo pionero de su famoso descendiente sobre los orígenes y el desarrollo evolutivo de la vida.
Sin embargo, precisamente el brillo de su nieto y el atreverse a hablar de la evolución lo condenaron al olvido.
Lunartico
A fines del siglo XVII, las Tierras Medias (Midlands, en inglés) de Inglaterra albergaban vigorosas comunidades de inconformistas que, aunque eran una minoría, eran muy visibles, y la cultura predominante era la libertad de pensamiento y la movilidad social, caracterizada por una disposición inusual para reunir recursos y compartir ideas.
No había un foro más importante para este tipo de intercambio intelectual que la Sociedad Lunar de Birmingham.
Fundada alrededor de 1765, este grupo informal, nunca compuesto por más de 14 personas, tomó su nombre de la costumbre de sus miembros de celebrar su reunión mensual los lunes más cercanos a la luna llena.
Sus integrantes se referían a sí mismos como “Lunarticks” o “Lunarticos”. A pesar del nombre, no había nada extravagante en su exploración del magnetismo, la balística, la astronomía, la educación o cualquier otro tema, pues sus vidas eran una red de historias entrelazadas y sus intereses, caleidoscópicos.
Siendo un erudito cuyos intereses se extendían desde la mecánica hasta los hongos, no extraña que Erasmus Darwin estuviera en el corazón de la Sociedad Lunar. De hecho, fue uno de sus fundadores.
El médico
Había llegado a los 25 años a Lichfield, que en ese entonces era la capital cultural de la región, y se había instalado en una hermosa casa georgiana cerca de la impresionante catedral de tres torres de la ciudad.
Tras salvarle la vida a su primer paciente, rápidamente encontró el éxito profesional.
Aunque la reputación de Darwin se basa en logros que van más allá de la medicina, para la gente de Lichfield -situada a 26 km de Birmingham- era antes que nada un médico, y uno audazmente experimental.
Promovió tratamientos que eran entonces inusuales, pues tenía un gran interés en los regímenes de ejercicio y los beneficios de una buena ventilación… y del sexo.
A Darwin le gustaba el sexo y lo prescribía como una cura para la hipocondría.
No tenía ninguno de los prejuicios que plagarían la Inglaterra victoriana; la masturbación estaba bien, así como el homosexualismo de muchos de sus amigos.
La atracción sexual, escribió, “es la fuente más pura de felicidad humana, la gota cordial en la más bien insulsa copa de la vida”.
El amante
En 1857 se casó con Mary, quien murió joven dejándole tres hijos.
Durante la década siguiente tuvo dos hijas ilegítimas con la institutriz de la familia. Darwin no era tímido con sus relaciones sexuales, así que las reconoció abiertamente.
A los 49 años, se enamoró perdidamente de una paciente, Elizabeth Pole, quien estaba casada.
Darwin persistió cortejándola con su poesía erótica. Su técnica funcionó y cuando Pole quedó viuda, se casaron.
Toda la familia (legítima e ilegítima) se mudó a la mansión de la nueva señora Darwin, quien tenía tres hijos. Pronto tuvieron siete más.
El polifacético
Todo esto colmaría la vida de muchos.
Pero Darwin, quien había estudiado tanto los clásicos como matemáticas en la Universidad de Cambridge, nunca se contentó con limitarse a una sola disciplina.
Mientras proseguía con su carrera médica incursionó en la química. Luego se sumergió en el estudio de la botánica, cultivando un jardín ornamental cerca de su casa, que sirvió como banco de pruebas para sus teorías sobre la vida vegetal.
La gran variedad de conocimientos de Darwin dio lugar a una asombrosa diversidad de proyectos.
Cuando tuvo hijas empezó a pensar sobre la educación de las mujeres jóvenes, un tema que no le interesaba a muchos hombres.
Convencido de que las hijas de la alta burguesía debían ser educadas en las escuelas, en lugar de en su hogar, como era normal entonces, abogó por que estudiaran idiomas, adquirieran conocimientos financieros y tuvieran una idea clara de la industria.
También se deleitó con preocupaciones más monótonas: control de plagas, formas de mejorar la calidad de la madera, el uso correcto del estiércol. Podía hablar con propiedad sobre perforación petrolera, submarinos y telescopios.
Llegó hasta a prever la existencia de bloques de edificios y atascos.
El creador
Para los problemas prácticos, una solución.
En un momento consideró necesario cortar una sección de su mesa de comedor para dar espacio a su enorme barriga.
Es un detalle gracioso, pero también una señal de su pragmatismo, que contribuyó a la creación de varios dispositivos.
Algunos de sus inventos fueron puramente caprichosos: un pájaro mecánico y una araña de metal que se podía mover con un imán oculto.
Otros, sin embargo, fueron de gran uso práctico.
- Desarrolló un mecanismo de dirección para su transporte, que sentó las bases de la dirección moderna del automóvil
- Un ascensor para ayudar a las barcazas a navegar canales
- Una máquina para duplicar documentos
- Dispositivos para monitorear el clima
- Un molino de viento horizontal para que su amigo Josiah Wedgwood pulverizara los pigmentos utilizados en la producción de su cerámica
Algunas de sus ideas más intrigantes quedaron en su cuaderno de notas:
- Una usaba globos de hidrógeno para aumentar el peso que podía transportarse en carretillas
- Otra era una máquina que podía imitar la voz humana
- Una versión temprana de la combustión interna del motor
- Diseñó un motor de cohete
El jardín erótico
Además, encontró tiempo para escribir nada menos que poesía científica, con el objetivo de “enlistar la imaginación bajo el estandarte de la Ciencia”.
Lo que también enlistó fue el Systema Naturae del botánico sueco Carl Linnaeus, quien había revolucionado la taxonomía de plantas.
Las había dividido en clases según el número de “genitales masculinos” -los estambres-, y luego en órdenes por sus pistilos, los “genitales” femeninos; la estructura de soporte, el cáliz, se convirtió en la “cama nupcial”.
La denominación sexual iba más allá, con algunas estructuras comparadas con los labios menores y mayores, y toda una clase de flores llamada Clitoria.
No había escapatoria al vínculo entre la botánica de Linnaean y el sexo.
Para Darwin, el sistema de Linnaean era “terreno poético inexplorado”, rico en posibilidades metamórficas.
Ovidio había convertido a las personas en plantas: él podía convertir a las plantas en hombres y mujeres, y escribir un libro con versos poéticos y notas científicas.
“Los amores de las plantas” fue publicado junto a otro poema largo llamado “La economía de la vegetación” bajo el título “El jardín botánico”.
Pero la escritura eventualmente lo hizo caer en el pecado. Un pecado más grave que el sexo.
El imperdonable pecado
Su obra científica más importante “Zoonomia” fue considerada tan subversiva que fue puesta en la lista de libros prohibidos del Vaticano.
Hacia el final de este libro, Darwin se atrevió por primera vez a sugerir en forma impresa que la Biblia no era literalmente cierta, que el Universo tenía más de 6.000 años. Peor aún, propuso que los seres humanos habían evolucionado gradualmente a lo largo de milenios a partir de organismos primitivos.
Sus contemporáneos quedaron consternados.
No sólo había desafiado lo sagrado sino a toda la ortodoxia: la evolución implicaba que las clases trabajadoras podían mejorar y ganar posiciones de poder.
“Toda la naturaleza existe en un estado de mejora perpetua”, escribió quien además siempre se había opuesto a la esclavitud, y fue blanco de una sátira viciosa, con atacantes que lo acusaban de ateísmo: había elegido adorar no a Dios, sino a Venus.
Sus críticos lo retrataron como un chiflado.
Darwin se retiró para terminar su obra más polémica, “El Templo de la Naturaleza”.
Para cuando murió en 1802, sus logros habían sido oscurecidos.
“El Templo de la Naturaleza” fue publicado el año después de su muerte. En él reveló que creía no solo que Dios no había desempeñado ningún papel en el desarrollo continuo del Universo, sino también -más controversialmente- que la vida provenía de la materia en lugar de una chispa divina.
Cuando Charles Darwin escribió una biografía de su abuelo en la década de 1870, omitió mencionar la visión más provocativa de Erasmus: que todos los seres vivos descienden de un único antepasado y han evolucionado con el tiempo.
De la experiencia de su abuelo, el nieto aprendió que para cambiar la visión del lugar del hombre en el mundo, debía evitar cuestiones espinosas relacionadas con la política y la religión.
Erasmus Darwin, a menudo, hizo todo lo contrario.