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¿Por qué los científicos tardaron tanto en entender de dónde vienen los niños?

En 1874 ya se sabía que la Tierra no era el centro del Universo y había mapas de los astros.

Ni siquiera Leonardo da Vinci pudo develar ese gran misterio. DOMINIO PÚBLICO

Ni siquiera Leonardo da Vinci pudo develar ese gran misterio. DOMINIO PÚBLICO

En ese entonces ya se podían captar imágenes con el daguerrotipo y enviar información a distancia en Código Morse. De hecho, ya hacía 15 años que Charles Darwin había escrito “El origen de las especies”. Sin embargo nadie entendía el origen de los bebés.

Eso no quiere decir, por supuesto, que nadie se lo hubiera preguntado, ni que nadie hubiera ofrecido respuestas, sino que nadie -ni los brillantes científicos ni la gente común- sabía contestar correctamente a la pregunta que muchos padres temen: de dónde vienen los niños.

¿Cómo puede ser que algo tan abstracto como la gravedad y el Universo se entendiera antes? Cuando caí en cuenta de que las preguntas difíciles habían sido resueltas y la sencilla aún no, me sorprendí”, le dijo a BBC Mundo el autor Edward Dolnick.

Tras sorprenderse, Dolnick escribió el libro “The Seeds of Life: From Aristotle to da Vinci, from Sharks' Teeth to Frogs' Pants, the Long and Strange Quest to Discover Where Babies Come From” (Las semillas de la vida: de Aristóteles a da Vinci, de dientes de tiburón a pantalones de ranas, la larga y extraña búsqueda para descubrir de dónde vienen los bebés).

En él cuenta que habría que esperar hasta 1875 antes de que un biólogo alemán de cuyo nombre pocos se acuerdan -lo cual también es sorprendente- observara al esperma de un erizo de mar fusionarse con un óvulo y reconociera que ese era el evento esencial en la fertilización.


El nombre de ese científico que reveló el secreto de la creación de la vida hace menos de 150 años era Oskar Hertwig y su descubrimiento le puso punto final a una larga y hasta divertida historia de teorías enunciadas por genios mayores y menores.

Pero entonces…

¿Qué creían los brillantes griegos, por ejemplo?

Una de las grandes razones para la demora en entender algo tan importante fue el desprecio a las mujeres.

“La noción que tenían los científicos -que eran todos hombres- era que todas las grandes creaciones en el mundo eran hechas por hombres: un poema, una construcción, una obra de teatro… Por ende, si se estaba hablando de la creación más admirable de todas, una vida humana, tenía que ser hecha por el hombre”, explica Dolnick.

“Pero sacar a la mujer de esta historia trajo muchos problemas“.


Uno de los ejemplos más poéticos de esa tendencia a endiosar a los hombres era la creencia de los antiguos griegos de que el esperma era, en las palabras de uno de los escritores de la época, “una gota de cerebro“.

“Como una poción mágica con la capacidad de poner la vida en marcha”.

“Era incuestionable que la mujer tenía un rol en la creación, pues ella cargaba el bebé. La pregunta era si era activo o si sencillamente hacía de incubadora. Los griegos tendían a pensar que era una incubadora”.

Aristóteles, por su parte, creía que el bebé físicamente surgía de una mezcla del semen y la sangre de la menstruación.

“Sabía que el bebé estaba hecho de algo físico. El semen era fácil de ver, de manera que esa era la contribución del hombre. ¿Pero cuál es la contribución de la mujer?”.

“Sabía que cuando una mujer estaba embarazada dejaba de menstruar. Algo desaparecía y luego algo aparecía, así que entonces era razonable pensar que esa sangre tenía un rol”.

Sangre y semen: las teorías científicas se apoyan en lo que se puede comprobar. En ese entonces eso es lo que se podía ver.

Y es que, otro problema para llegar a la verdadera explicación al milagro de los niños fue por mucho tiempo que examinar el interior del cuerpo no sólo era difícil sino que era tabú.

Sin embargo, uno de los más grandes y admirados genios que hemos tenido es famoso por hacer precisamente eso: disecar cuerpos humanos.

¿Qué pensaba Leonardo da Vinci?

“En ese tiempo aún no había microscopios, así que no se podía encontrar lo que estabas buscando”, subraya el autor. “El óvulo humano, a pesar de ser la célula más grande del cuerpo, es del tamaño del punto al final de esta oración”.

“Y un espermatozoide es un millón de veces más pequeño”.

“Esos problemas prácticos se mezclaban con los conceptuales sobre el rol de la mujer e impedían llegar a la verdad”.

En 1492, Leonardo Da Vinci hizo este dibujo de una pareja teniendo relaciones sexuales:

Si te fijas encontrarás dos canales dentro del pene, aunque realmente sólo hay uno. Según Da Vinci, el de abajo llevaba la orina y el de arriba, el semen. Este último estaba conectado con la columna espinal y el cerebro.

Cuando dibujó la anatomía de la mujer, no le puso ovarios pero sí un tubo que conectaba el útero con los pezones, algo que sólo existe en la imaginación del renacentista italiano. La suposición era que la leche materna era hecha de sangre menstrual refinada y transformada.

El sexo tiene algo que ver

Además de las dificultades para encontrar los óvulos y espermatozoides, había otro obstáculo: las relaciones sexuales no se prestan mucho las deducciones científicas.

No son un experimento que confirma la teoría pues no siempre dan el mismo resultado: a veces y sólo a veces, después de unos meses se podía comprobar un embarazo.

No obstante, la conexión se hizo, aunque eso no aclaró la duda del todo.

“Por un lado, se entendió que el sexo era clave pero todo era muy confuso. Algunos pensaban que tenía que ver con la Luna llena o nueva, o la posición del hombre o la mujer, o el clima, o si eras una persona buena o mala… Sencillamente no comprendían cuáles podían ser las variables que llevaban a la concepción”.

Sin embargo, en esa búsqueda, hay una variable que no podemos dejar de lado: la religión.

¿Muñecas rusas?

Dios era el creador de todo y el único que podía crear vida. ¿Cómo podía ser posible entonces que por pasar unos minutos agitados dos personas pudieran crear un nuevo ser humano?

El fruto de este dilema fue una teoría que prevaleció durante el siglo XVII, XVIII y buena parte del siglo XIX, cuenta Dolnick.

Aseguraban que Dios efectivamente había creado a todos los seres humanos de una sola vez cuando creó todo lo demás.

Todas esas personas esperaban a nacer una dentro de la otra, como las muñecas rusas, en los testículos de Adán o los ovarios de Eva.

Desde la época del Jardín del Edén, las personas que nacían llevaban dentro de ellas todas esas otras, pero ¿qué personas cargaban las muñecas rusas? ¿Los Adanes o las Evas?

Ese fue el gran debate.

No se discutió si la hipótesis tenía o no sentido sino que se desató una batalla entre los 'espermistas' y los 'ovaristas'.

“Unos decían: 'Todas las muñecas están en la esperma' y otros: 'Todas están en los óvulos', pero nadie dijo: '¿De qué estás hablando?'”, dice Dolnick, quien señala que eso ayudó a que esta teoría de la concepción perdurara.

Dictaba que “todos los seres humanos estaban ahí desde el principio de todos los tiempos y las relaciones sexuales incitaban a esas muñecas rusas”.

¿Desatinados?

Con la llegada de los microscopios surgieron nuevas teorías -como que los espermatozoides eran parásitos que vivían en el semen- y grandes dilemas -¿por qué, si eran tan importantes, Dios había hecho cientos de millones de espermas?-.


Estaban tratando de develar un gran misterio: un bebé que hace un momento no estaba en el mundo de repente está… aunque sucede a diario, es fantástico”, subraya Dolnick.

“Incluso las explicaciones erróneas tiene algo de atinado”.

Efectivamente: puede que un bebé no sea la mezcla de semen con sangre menstrual, como pensó Aristóteles, pero la sangre menstrual está íntimamente ligada con el óvulo, de manera que sí es parte de la ecuación, por ejemplo.

Y aunque no hay muñecas rusas adentro de los testículos u ovarios, sí hay información genética que recoge características de las generaciones anteriores y las pasa a las siguientes.

“Además, sabemos que las mujeres nacen de una vez con todos los óvulos”, agrega el autor.

“Es tentador mirar al pasado condescendientemente pero cada generación intenta explicarse el mundo y ellos estaban tratando de entender de dónde viene la vida, enredándose en el camino con preguntas aún más complicadas: qué es la vida”.

En el futuro, señala Dolnick, seguro nuestros descendientes se asombrarán ante nuestros intentos por entender algo que para ellos es obvio.

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