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Estrada Cabrera, el Supremo

El 21 de noviembre de 1854 nace en Quetzaltenango el presidente Manuel José Estrada Cabrera, quien llegó a dirigir los destinos del país durante 22 años consecutivos.

Composicio?n fotogra?fica incluida en el Libro Azul, de 1915, una publicacio?n que exaltaba las virtudes del gobierno de Manuel Estrada Cabrera. (Foto: Hemeroteca PL)

Composicio?n fotogra?fica incluida en el Libro Azul, de 1915, una publicacio?n que exaltaba las virtudes del gobierno de Manuel Estrada Cabrera. (Foto: Hemeroteca PL)

El 21 de noviembre de 1905, Manuel José Estrada Cabrera celebró su 51 cumpleaños, durante una nueva Minervalia. Había sido reelegido para el segundo período de un régimen que se prolongó hasta 1920.

Aquel 14 de abril de 1920 le llamaban “El Bárbaro de La Palma”, “El Usurpador”, “El Réprobo”. Atrás quedaban los tiempos de gloria en que a don Manuel Estrada Cabrera le llamaban “El Benemérito de la Patria”, “El Protector de la Juventud”, “El Insustituible”.

Una multitud saqueó su finca, La Palma, ubicada en el área donde actualmente se encuentra el Estadio Mateo Flores, zona 5.

Desde ese punto, Estrada Cabrera cañoneó, con ayuda de los cuarteles Matamoros y San José, a las fuerzas unionistas, en un último intento por conservar el poder que había tomado en 1898 y mantenido, a través de amañadas reelecciones en 1905, 1911 y 1917. “Se afirmó que bombardeó la ciudad en un acto de locura, pero él dirigía los ataques a la finca El Zapote, donde creía que estaba la base de los unionistas”, explica el historiador Hernán del Valle.

El Señor Presidente

En 22 años, Manuel José Estrada Cabrera se fabricó una leyenda de tirano omnipresente, implacable y, por supuesto, excéntrico. Acumuló 37 condecoraciones de España, Alemania, Estados Unidos, Brasil, Grecia y Portugal, aunque nunca salió de Guatemala, excepto en una breve misión a Costa Rica, en septiembre de 1897, por orden del presidente José María Reina Barrios. Entonces Cabrera era Ministro de Gobernación y Primer Designado a la Presidencia. Al volver de Costa Rica no regresó al gobierno sino a su casa.

Reina Barrios fue asesinado el 8 de febrero de 1898 por un inglés de nombre Edgar Zollinger. Rafael Arévalo Martínez, en su obra Ecce Pericles sugiere que Estrada persuadió a Zollinger para ejecutar el crimen, sin embargo no hay prueba de ello. Así lo afirma el historiador Jorge Luján Muñoz en su libro Las revoluciones de 1897, la muerte de J.M. Reina Barrios y la elección de Manuel Estrada Cabrera.

Del Valle agrega: “Esa leyenda negra fue difundida en 1905, cuando se impulsó la primera reelección de Estrada”. Además, agrega, refiriéndose a la primera reelección de Estrada, en 1905: hubiera sido imposible sin el apoyo de la Asamblea Nacional, que estuvo presidida, durante los 22 años de la dictadura, por Arturo Ubico, padre de Jorge Ubico (presidente de Guatemala de 1930 a 1943).

Inteligencia y rencor

Manuel Estrada Cabrera nació en Quetzaltenango el 21 de noviembre de 1854, hijo Joaquina Cabrera y Pedro Estrada Monzón, quien, en principio, no quería reconocerlo. Ella sostuvo a sus hijos con la venta de dulces y comida. Manuel fue aprendiz en un taller de carpintería, pero por maltratos del dueño se retiró.

Un jesuita le dio una beca en el colegio San José, donde llegó a ser el mejor de su aula, lo cual despertó envidias entre sus compañeros, niños “de familia”, que lo dicriminaban y hacían pesadas bromas. El colmo, anota Arévalo, fue cuando Mamá Joaquina fue acusada, por pura sospecha, de haber robado unas joyas en casa de la distinguida familia Aparicio y fue encerrada en prisión. El historiador, Manuel Valladares Rubio estima que todo aquello se fue convirtiendo en rencor y resentimiento en el joven Manuel.

Obtuvo el título de abogado en 1881 y recibió el título de manos del mismísimo presidente Justo Rufino Barrios. Su carrera política fue ascendente: Lo nombran Juez y después Jefe Político de Retalhuleu; llegó a ser decano de la Facultad de Derecho de Occidente y en 1891, electo Alcalde de Quetzaltenango. En 1892, el presidente Reina quiso honrar al pueblo quezalteco incluyendo en su gabinete a uno de sus ciudadanos. El licenciado Estrada fue el elegido y ello motivó reacciones escépticas en la capital. Diario El Patriota del 20 de marzo de 1892 dice: “Es para nosotros y para la sociedad, completamente desconocido”.

Un bigotudo al poder

En 1898, Manuel tenía 44 años. Era robusto, de estatura mediana, moreno, de anchas espaldas. “El bigote poblado y lacio le daba apariencia plebeya. Ojos negros y sombríos, voz de timbre metálico”, describe Arévalo Martínez. Para el historiador Antonio Batres Jáuregui era, más bien “de carácter reservado, huraño y melancólico. Al mismo tiempo ya se dejaba ver su audacia y carácter”.

Así lo demostró la misma noche de la muerte de Reina Barrios. Cuenta el periodista Federico Hernández, que se plantó frente a los ministros, reunidos en el Palacio de Gobierno para elegir al sucesor: “Señores, háganme favor de firmar este decreto. Como Primer Designado, me corresponde la Presidencia”. Algunas versiones afirman que lo dijo pistola en la mano. El caso es que amaneció de Presidente el 9 de febrero. “Su primer decreto fue una amnistía general y el segundo fue reabrir las escuelas, cerradas por Reina Barrios”, anota Mario López Estrada, nieto y promotor del libro biográfico, aún sin título.

El historiador Augusto Cazali, en Historia de la USAC 1821-1994 estima que ésas fueron medidas “hábiles” con el fin de “granjearse la voluntad ciudadana”. Cazali considera que, por ser Estrada casi desconocido en los círculos políticos de la capital “nadie pudo prever las características que tendría su gobierno, ni sus intenciones”.

Tres veces reelecto

Con el paso de los años, el aparato represivo de Estrada cerró las posibilidades de oposición política. Se formó una maraña de delatores y espías, por afinidad política o simple servilismo. Tenía ojos y oídos en cualquier parte. “Pero esa era la escuela de gobierno de entonces. Carrera o Barrios también habían matado y torturado opositores”, señala Hernán del Valle.

En 1903, la policía entró a la Facultad de Derecho donde los universitarios preparaban la recientemente instaurada Huelga de Dolores: un estudiante resultó muerto y el desfile se suspendió hasta 1921.

Con la reelección de 1905, el descontento creció y asimismo la idea de eliminar al tirano, que parecía intocable: en 1907 estalló una bomba al paso del carruaje presidencial, pero sólo murió el cochero, a quien sepultaron con pompa y honores. Poco después se supo que había sido cómplice del atentado y su tumba fue saqueada.

En 1908, un cadete de la Escuela Politécnica le disparó al presidente durante un acto oficial, pero la bala sólo le hirió un dedo, pues casualmente, en aquel instante, apartó con la mano la bandera bajo la cual pasaba. Años después, ya en prisión, Estrada contó a uno de sus carceleros que había sufrido seis atentados en total. Por supuesto, tras el susto, venía la cacería de sospechosos. Los juicios eran sumarios y los fusilamientos ejecutados sin demora e incluso, sin condena judicial: “Domesticó a los militares, domesticó al pueblo y castigó duramente a sus adversarios”, señaló el periodista Clemente Marroquín Rojas.

Una prueba más de su omnipresencia fue el asesinato, a cuchilladas, de Manuel Lisandro Barillas, adversario político que intentó, sin éxito, alzarse en armas. Barillas se ocultaba en México pero hasta allá lo siguieron los dos asesinos, que fueron capturados por la policía mexicana. Lo anterior no impedía que, para las campañas de reelección, recibiera cartas de apoyo firmadas por ilustres personalidades como los escritores Enrique Gómez Carrillo o Carlos Wyld Ospina (que posteriormente escribiría el libro El autócrata) o que Rafael Arévalo Martínez lo llamara “un gran hombre patrio” durante un discurso en las Minervalias de noviembre de 1917.

El mismo obispo José Piñol, que para 1919 alentaba a la rebelión, había firmado también una carta de adhesión años antes. “Al caer, todos le voltearon la espalda, hasta quienes le apoyaron y alabaron”, dice Hernán del Valle y lo ejemplifica con el nombramiento de un nuevo gabinete, poco antes de la caída. En él figuraba como Ministro de Fomento el coronel Jorge Ubico Castañeda, quien pocos días después se presentaría ante la Asamblea Nacional, asegurando estar en contra de la tiranía.

De joven, Manuel Estrada trabajó como maestro en la comunidad Pila Chiquita, de Quetzaltenango.

Con la idea de exaltar a la juventud estudiosa apoyó la idea del escritor Rafael Spínola, de crear fiestas a Minerva, la diosa griega de la sabiduría. Jáuregui confirma que el poeta Joaquín Méndez las bautizó Minervalias y que paulatinamente se fueron convirtiendo en ocasión de adulación y servilismo, pues coincidía con su cumpleaños, el 21 de noviembre.

Hernán del Valle dice: “El apoyo de E. Cabrera a la educación era sincero: hasta 1970, nunca se construyeron tantas escuelas en Guatemala como en su gobierno”, Sin embargo, Cazali Avila señala que aunque en 1918 se crea la Universidad Nacional Estrada Cabrera, con cierta autonomía, el apoyo fue relativo. Por ejemplo, la Facultad de Derecho de Occidente, en donde el mismo Cabrera estudió, tuvo que ser cerrada por falta de recursos.

Del Valle insiste: “Hoy se exalta a los autores del Mapa en Relieve, que cumple 100 años en 1905, sin embargo no se subraya que fue Estrada Cabrera quien apoyó su construcción”. Además agrega que fundó la Escuela de Oficios así como la primera Academia de Arte, hacia 1915. Hernández de León lo entrevistó cuando guardaba prisión y Cabrera le dijo que consideraba como su gran obra el Ferrocarril Interocéanico, inaugurado en 1908.

Traición, ambición y nuevos tiempos

El 8 de abril de 1920, ante la Asamblea Nacional, el general José María Letona, proveyó el testimonio para decretar loco a Estrada Cabrera. “Duéleme deciros…Ni amigo siempre querido, mi jefe, severo sí, pero respetuoso, no tiene la lucidez de un cerebro correcto”, dijo.

Pero esto sólo era una pieza más de la conspiración. “Cabrera cayó por acción del Departamento de Estado (de Estados Unidos), afirma el periodista Salvador Girón Collier, en el prólogo del libro Conozca a Estrada Cabrera, cuyo autor, Héctor Gálvez, señala que el 9 de abril, el embajador Benton McMillin, solicitó autorización para el desembarco de soldados estadounidenses en el Puerto de San José, como “protección” para la legación diplomática.

Gálvez considera que la negativa de Estrada de entregar bienes alemanes, intervenidos por el Estado guatemalteco durante la II Guerra Mundial, habría marcado el fin del beneplácito, a pesar de todas las concesiones facilitadas a capital estadounidense.

El historiador Fernando Gonzales Davison, señala en su libro Guatemala 1500-1970 : reflexiones sobre su desarollo, que la emergencia de los terremotos de diciembre de 1917 y enero de 1918 “desarticuló los mecanismos policíacos y militares contra la población, motivó la comunicación y la pérdida del temor”.

Asimismo, señala que el surgimiento del Partido Unionista agrupó en una causa común a comerciantes, nacientes industriales y obreros, quienes se habían visto perjudicados por las medidas monetarias del gobierno. Estrada ofreció, a principios de abril, como última carta, respetar los derechos políticos y garantías, pero al ser destituido intenta imponerse por la fuerza. El 14 de abril se rindió. Salió de La Palma, escoltado por embajadores y exfuncionarios. Arévalo Martínez dice que no quiso salir del país, pero Hernán del Valle lo contradice : “Sí quería salir del país, pero los unionistas no cumplieron el pacto, pues interpusieron demandas judiciales que lo arraigaron”.

Estuvo preso en la antigua Escuela Politécnica, después en una bartolina de la policía y luego en la antigua Facultad de Derecho (hoy Museo Universitario). Finalmente su hijo Joaquín consiguió, que se le confinara a una casa, que aún existe, en la 10a. calle 3-54 zona 1, donde murió de una influenza en septiembre de 1924. “De los 60 juicios que le pusieron, sólo uno perdió. Él mismo realizó su defensa y su hija Joaquina era su secretaria”, señala el nieto Mario López Estrada.

Un padre madrugador

“Voz suave, aflautada, dicción tranquila y persuasiva”, es la descripción que da Carlos Wyld Ospina. “Quienes no lo conocían quedaban fascinados con su conversacion”, dice. En tanto, el historiador H. del Valle afirma que pudo entrevistarse, hace 30 años, con cuatro hijos de Cabrera y lo recordaban como un padre severo pero amoroso. Todos los días almorzaban juntos, incluso cuando llegaban embajadores y ministros”. Mario L. Estrada, nieto, cuenta: “Mi madre me contó que llegaban a La Palma los profesores de francés, piano y taquigrafía y que los fines de semana los enviaba en carruajes a sus casas”.

Manuel Estrada Cabrera tuvo dos hijos con su esposa Desideria Ocampo, quien murió, en París, de tuberculosis al igual que Diego, el menor. Fernando se suicidó tras saber que su padre había descubierto su deuda por comprarle joyas a una amante francesa. Fuera del matrimonio, Manuel Estrada Cabrera reconoció a 12 hijos, con cinco mujeres. Antonio Batres Jáuregui dice: “Era dado a las mujeres, tenía rasgos de tacañería y le gustaban los licores fuertes. Si enfermaba, la madre lo cuidaba con remedios caseros”. Prefería los guisos nacionales a las viandas extranjeras.

Federico Hernández de León anota que, como amuleto, atesoraba los algodones con los que ungían al Señor Sepultado de San Felipe. En un afán por exaltar la figura de la madre bautizó a un Asilo de Enfermos como Santa Joaquina. Tras los terremotos de 1817-18, un campamento de damnificados se llamaba San Diego.

Hernán del Valle afirma: “Se decía que robó mucho dinero, pero el dinero que guardaba en La Palma era para pagar la deuda inglesa. Ese dinero se lo robaron los unionistas. Estrada Cabrera fue tirano, sí, pero nunca fue ladrón. De hecho, él no les dejó ninguna herencia a sus hijos”.

Muy probablemente el presidente sabía bien el peso de sus actos, pues Carlos, otro de sus hijos, citado por Gálvez, recordaba sus consejos, una tarde, mientras limpiaban los platanares de La Palma: “Hijo mío, debes estudiar mucho para ser alguien, porque yo únicamente podré dejarte el odio de mis enemigos”.

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