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Enrique Gómez Carrillo, el príncipe de los cronistas

El 27 de febrero de 1873 nace en la ciudad de Guatemala el escritor Enrique Gómez Carrillo, conocido como "el princípe de los cronistas".

Enrique Gómez Carrillo (1873-1927). (Foto: Hemeroteca PL)

Enrique Gómez Carrillo (1873-1927). (Foto: Hemeroteca PL)

Muchos elogiaron sus textos exuberantes y vívidos; otros criticaron su afán de notoriedad y sus alabanzas a los gobernantes. A la luz del tiempo, sólo se puede decir que es el más grande cronista del modernismo iberoamericano y que su país aún está en deuda con él.

Enrique le huyó a la combinación de sus apellidos, Gómez Tible (los cambió a Gómez Carrillo) debido a que en sus años escolares, además de las constantes reprimendas y la ojeriza de maestros y directores, debía soportar las bromas de sus compañeros, quienes le pusieron el sobrenombre “Comestible”.

Adoptó el apellido de su padre, don Agustín, un intelectual, diplomático, poeta e historiador, quien pese a sus méritos notables y gran reconocimiento, no pasó de tener una condición económica modesta.

De hecho, cuando Enrique nació, el 27 de febrero 1873, la familia alquilaba una vivienda ubicada en la 12 calle, entre 3a. y 4a. avenidas, frente a la cual se erguía, soberbio, el hotel Palace, uno de los más lujosos de la época.

El biógrafo Juan Mendoza anota que doña Josefina Tible era descendiente de inmigrantes belgas y “poseía una buena cultura, superior, su belleza era escultural, con cierta levadura de tipo francés: el pelo rubio y los ojos azules”. Fue ella quien llevó a Enrique al internado del Instituto Central para Varones, en un intento por disciplinar a aquel muchacho, que ya había sido expulsado de tres colegios.

Él mismo escribiría, tres décadas después, que las esperanzas parecían perdidas: “Si alguien me hubiera dicho entonces: tú has nacido para escribir, para pasar horas y horas sentado ante una mesa, para velar noches y noches leyendo historias de monjes para producir tantos libros como tiene tu mamita en la vitrina de su budoir. Si alguien me hubiera dicho eso, me habría reído de él”.

Don Agustín le preguntó un buen día qué iba a hacer con su vida, y Enrique le dijo que quería ser comerciante. Tenía unos 15 años cuando empezó a trabajar en el almacén La Sorpresa, propiedad de un andaluz, Ángel González. Allí, según Mendoza, Enrique se enamoró la primera de muchas veces. Ella era Eda Christensen, dama cuarentona, esposa de un diplomático, con quien nada pasó porque ella le echó en cara su condición de muchacho pobre. Quizá ese haya sido el acicate para que el cisne —literalmente— se echara a volar.

El caso es que Enrique descubrió la rica biblioteca paterna, un auténtico tesoro que contrastaba con la estrechez económica. Su tío, José Tible, escribía poesía y lo puso en contacto con el proceso de creación literaria y con otro personaje determinante, el escritor nicaragüense Manuel Coronel Matus.

En 1889, Gómez Carrillo publicó una afilada crítica a José Milla, considerado un autor intocable hasta entonces, la cual le ganó reputación de escritor. Aquel mismo año dejó de ser tendero para pasar a ser el corrector de pruebas de imprenta del diario El Guatemalteco. De allí pasó a la redacción de La Opinión Nacional y más tarde a El Correo de la Tarde, fundado y dirigido por otro nicaragüense: el laureado Rubén Darío, amigo cercano del presidente Manuel Lisandro Barillas, a quien pidió una oportunidad para el joven Enrique.

Barillas, en 1889, le dio a Gómez Carrillo una beca para estudiar en Europa. Zarpó en febrero de 1891. Iba a Madrid, pero sería París la ciudad que hechizaría su corazón. Empezó a escribir crónicas y ensayos para varios periódicos. En 1892 publica su primer libro: Esquisses, que reúne algunas semblanzas de escritores famosos de la época y que fue muy bien recibido.

A partir de ese momento, su fama no haría más que subir, y sus crónicas de viajes, de impresiones y entrevistas empezarían a multiplicarse, en ediciones y traducciones. A la fecha se han contabilizado unos 87 libros publicados, aunque algunos consideran que hay más. Sus viajes por el Viejo Mundo, con vívidas descripciones y emotivos pasajes, lo llevaron a ganar el sobrenombre de “Príncipe de los Cronistas”

El lado difícil

Algunos detractores lo acusaron de servilismo ante los gobernantes guatemaltecos, primero con Barillas, después con José María Reyna Barrios y especialmente con Manuel Estrada Cabrera, a quien, por cierto, llamó “El gran sacerdote de Minerva (diosa griega de la sabiduría”, en un discurso pronunciado en la Universidad de La Sorbona, en 1902.

Rafael Arévalo Martínez, en su obra Ecce Pericles, en la cual denuncia los desmanes cabreristas, afirma que sólo se trataba de una estrategia de Gómez para continuar escribiendo en Europa. Edelberto Torres, en su biografía de Gómez Carrillo, aclara que al cronista, en realidad, no le simpatizaba el gobernante, quien, sin embargo, lo nombró Cónsul General en París, en sustitución del poeta Domingo Estrada, quien al enterarse de su destitución y sentirse afectado tan duramente, rompió su amistad con Gómez.

La Historia General de Guatemala subraya el peso intelectual de Gómez por encima de sus vinculaciones políticas: “A pesar de la particular actuación de Gómez Carrillo en el campo político, en el literario constituyó un escritor de renombre mundial, ya que supo manejar magistralmente los recursos que el modernismo le ofrecía para renovar la crónica periodística”.

Su vida transcurrió entre la bohemia y los amores, entre los cuales uno de los más sonados fue el romance con la bailarina y espía Mata Hari. Las malas lenguas lo señalaron de haberla delatado, lo cual la condujo al paredón de fusilamiento, sin embargo según Mendoza ello se trataba sólo de una calumnia.

En 1912, un escritor español, D.H. López Mejilla, menosprecia el estilo de Gómez: “Dicho señor —dice— no pasa de ser un modesto portero en el alcázar de las letras donde reinan soberanos Cervantes, Calderón y Lope… Su libro tiene más errores que páginas y la literatura brilla por su ausencia…”. Aunque parece sólo un texto motivado por la cólera, López señala algunos defectos de contenido del libro Jerusalén y Tierra Santa, como la repetición de calificativos como paradisíaco, idílico o milenario.

Nunca más regresó

Gómez sólo volvió a Guatemala en dos ocasiones y por muy poco tiempo: 1895 y 1898. El presidente Estrada Cabrera lo nombró cónsul de Guatemala en París, lo cual generó una mala opinión de él, incluso después de la caída de dicho gobierno en 1920.

“Sabía muy bien que en Hispanoamérica, con excepción quizá de Argentina, no despertaba las más cordiales simpatías. Lo dicen sus cartas, lo afirman sus partidarios y se lo repite su corazón a cada instante”, afirmó el escritor Amílcar Echeverría en un ensayo biográfico ganador en 1973 del Certamen Permanente 15 de septiembre, en el cual registra que el presidente argentino Hipólito Irigoyen nombró a Gómez cónsul de aquella nación en Niza, ciudad donde Enrique compró una casa frante al mar. Desde allí viajaba constantemente a París.

Su país natal se enteraría de su fallecimiento por un frío cable noticioso. A los 54 años falleció el cronista, víctima de un derrame cerebral, cuyas secuelas padeció por varios días Su sepelio, en el cementerio Pére Lachaise, fue muy modesto. “Se nos va el último boulevardier —dijo el poeta Max Daireaux— y con él se termina la raza gentil y apasionada”.

Su extensa obra es aún muy poco conocida en Guatemala. “Iré a Guatemala”, decía en su lecho de enfermo, según cuenta Federico Hernández de León. “En Guatemala no me quieren, pero iré”, murmuraba. Casi a los 40 años de su muerte, en 1967, se le erigió un monumento en un parque que aún lleva su nombre, el cual recorren muchos transeúntes todavía sin haber leído nunca una sola de sus líneas.

¿Cuántas obras?

  • En 1919, la editorial Mundo Latino, de Madrid, editó 27 tomos titulados “Obras completas de Enrique Gómez Carrillo”, importante recopilación de crónicas, ensayos y entrevistas.
  • La dificultad principal para consolidar el número de obras de Gómez Carrillo estriba en varios factores, según el estudio que hiciera Juan Manuel González Martel: los frecuentes cambios de título, la gran cantidad de traducciones en varias editoriales y países, puesto que fue el modernista hispánico más traducido en vida.
  • La opinión más generalizada es que creó 87 obras. Entre las más conocidas están: El libro de las mujeres, Jerusalén y la tierra santa, La vida errante, Tres novelas inmorales, El Japón heroico y galante, Treinta años de mi vida: el despertar del alma, La sonrisa de la esfinge, La Grecia eterna, Treinta años de mi vida: en plena bohemia, El encanto de Buenos Aires y El evangelio del amor.

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