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Figuras olímpicas: Sergey Bubka

A Bubka le contemplan 35 récords mundiales y el hecho de ser el primer ser humano que superó los seis metros en salto con pértiga. Una proeza histórica que ya le ha colocado, no en la historia del atletismo, sino en la leyenda de cualquier deporte.

“Con esta pértiga saltarás seis metros… o te matarás”, le dijo a Sergey Bubka un ingeniero de la fábrica de pértigas norteamericana Pacer.

El joven ucraniano, entonces soviético, había pedido una garrocha más dura, con mayor capacidad de impulso hacia arriba. Muy difícil de doblar… y difícil de controlar en su brusca respuesta hacia los cielos. Una catapulta. Pero una catapulta capaz de llevarle hacia las estrellas.

Utilizó esa marca de pértigas hasta 1987, cuando cambió a Spirit, también estadounidense, y luego a Nordic, sueca. Solía saltar con una pértiga de 5.20 metros de longitud. La diferencia con sus récords la salvaba a base de fuerza en los brazos, velocidad extrema y de técnica exquisita. “Mis pértigas son tan duras que cualquier otro atleta del mundo se mataría con ellas”, dijo en su momento el Zar.

Sergey saltó seis metros, muchas veces. Y no se mató, evidentemente. Es el mejor pertiguista de todos los tiempos. El 4 de diciembre cumplió 50 años de edad. Ahora es vicepresidente de la Federación Internacional de Atletismo, miembro del Comité Olímpico Internacional (COI) y fue candidato derrotado a presidirlo. Y sigue siendo una leyenda del deporte mundial.

Nace la estrella

Sergey se dio a conocer internacionalmente cuando tenía 19 años al proclamarse campeón del mundo en Helsinki 1983, en la edición inaugural de los mundiales. Su nombre no fue impreso en grandes titulares, porque por allí estaban Carl Lewis, Edwin Moses, Steve Cram, Robert de Castella, Marlies Göhr, Grete Waitz, Marita Koch, Jarmila Kratochvilova, Mary Decker, entre otros.

Bubka era un chiquillo que había tenido un buen día, se pensó. Y era cierto, pero es que iba a tener muchos otros buenos días, hasta convertirse en una estrella. Es el Zar de la Pértiga. De hecho, ganó los siguientes cinco Campeonatos Mundiales, algo que nadie ha conseguido jamás, y que probablemente nunca conseguirá nadie en la misma especialidad. Y también tuvo algunas tardes o noches tristes, porque ni siquiera los mitos triunfan siempre.

Sergey nació para saltar con la pértiga y ya con 11 años se elevó por encima de 2.70 metros, y con 16 rompió la barrera de los cinco. Pero nadie pensaba entonces lo que iba a ser capaz de hacer en el futuro, porque en los Europeos Juniors de 1981 terminó en sexto. Nada relevante. Pero las cosas comenzaron a acelerarse.

Igor Ter-Ovanessian, armenio y responsable de saltos en el equipo soviético, hizo gala de buen ojo en 1983: “Sergey será campeón del mundo este año y el próximo batirá el récord mundial”. Lo declaró a la revista Sovietsky Sport.

El periodista al que hizo esta contundente declaración ni siquiera conocía a Bubka. Ter-Ovanessian, conocido como el Príncipe Igor, por su extraordinaria elegancia en el salto, era una voz autorizada, no solo por su cargo en el organigrama de la URSS, sino porque había sido plusmarquista mundial de salto de longitud: 8.35 metros en 1967, en la Semana Preolímpica de México.

Una marca que iba a batir en la misma pista, un año después, otro mito del atletismo llamado Bob Beamon (8.90 metros), el Saltador Cósmico.

Ter-Ovanessian supo ver que el diamante en bruto que era Sergey iba a brillar como ningún otro lo había hecho en la pértiga. En los Campeonatos de la URSS de aquel 1983 no fue relevante, pero Igor lo seleccionó. Supo ver que tenía ante sí a una joya.

Pues bien, el Príncipe Igor acertó la quiniela: Sergey Bubka fue campeón mundial, como había pronosticado, y al año siguiente batió el récord mundial, como había anunciado. Pero no una vez, sino siete: tres en pista cubierta y cuatro al aire libre.

Ese 1984, el año de sus plusmarcas iniciales, no pudo competir en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, porque la Unión Soviética y sus países satélites decidieron no competir en la ciudad californiana. Era la respuesta del bloque comunista al boicot de Estados Unidos, y de otros países de su esfera de influencia, a Moscú 1980 por la intervención militar de la URSS en Afganistán. Sergey perdió una medalla de oro prácticamente segura.

En los Olímpicos

Para escalar a lo más alto de un podio olímpico el ucraniano tuvo que esperar a los Juegos de Seúl 1988. Pero su historia con los Juegos es la de un amor no correspondido. En Los Ángeles 1984, la política impidió su presencia en la ciudad californiana; en Seúl venció, pero en Barcelona 1992 fracasó estrepitosamente y en Atlanta 1996 ni siquiera pudo competir, lesionado en la capital de Georgia en los tendones de Aquiles. Cuatro medallas de oro que se quedaron en una.

Pudo haber igualado en títulos consecutivos en una misma prueba a Alfred Oerter, campeón en disco entre Melbourne 1956 y México 1968, y a Carl Lewis, vencedor en longitud entre Los Ángeles 1984 y Atlanta 1996. Pudieron ser cuatro, pero se quedó en una.

Hasta los grandes atletas fallan en ocasiones. A Sergey se le escaparon las medallas de oro por la política —Los Ángeles 1984 y el boicot soviético—, sus propios errores —Barcelona 1992— y los problemas físicos —Atlanta 1996—.

En el primer caso, ninguna responsabilidad o culpa. En el segundo, en el Estadio de Montjuïc de la Ciudad Condal, falló dos veces sobre 5.70 metros, en la altura inicial, absolutamente accesible para él, y luego derribó también en 5.75.

Le echó al viento la culpa de su fracaso… pero también soplaba para los demás atletas. Javier García Chico se llevó la medalla de bronce en unos Juegos inolvidables.

Un año antes también le había superado García Chico en los Europeos de Split, ciudad ahora croata y entonces perteneciente a una Yugoslavia en la que ya sonaban tambores de guerra. Bubka solo pudo alcanzar los 5.70 metros —tenía ese año 6.05 en pista cubierta y 5.95 al aire libre— y acabó sexto. Venció el también soviético Rodion Gataulin y Chico fue quinto. Regresó a los Juegos Olímpicos. Sergey tampoco tuvo culpa en lesionarse en Atlanta 1996: “Ni siquiera me explico cómo podía caminar”. No llegó a competir en la capital de Georgia.

En los Mundiales

En los mundiales, su dominio ha sido, sin embargo, total y absoluto. Ha competido en seis ediciones, de 1983 a 1997, y ha ganado en todas ellas. Nadie ha subido a los cielos en ninguna otra prueba del atletismo con tanta insistencia y tanta brillantez.

Venció por primera vez, con 19 años, y por última, con 33. El campeón más joven de la historia, y también el más veterano. Esta última, en Atenas, le proporcionó una alegría especial y un reconocimiento como pocos atletas han tenido en la historia: su vuelta de honor a la pista fue interminable y gloriosa.

Y además de triunfos competitivos, marcas espectaculares, tiene el récord mundial al aire libre en 6.14 metros, pero además posee las 13 mejores marcas de la historia y ha saltado más de seis metros en 28 ocasiones.

El que más se le aproxima en este aspecto es el ruso Maksin Tarasov, con seis marcas por encima de ese horizonte vertical.
En pista cubierta, sus prestaciones son también espectaculares. Tiene la plusmarca en 6.15 —un centímetro más que al aire libre—, ha saltado más de seis metros en 16 ocasiones y tiene las siete mejores prestaciones de la historia. No hay ningún atleta en la historia que exhiba esa superioridad en ninguna prueba del atletismo… salvo la rusa Yelena Isinbayeva, la Zarina, a la que asesoró durante un tiempo y con la que le une una gran amistad. Desde luego, los dos son los reyes de las alturas y de la pértiga.

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