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Amputación genital, la herida secreta de los soldados de la guerra en Colombia

Stivinson Mena recuerda que la explosión de la mina lo elevó tan alto que quedó colgando en la horqueta de un árbol.

El soldado Stivinson Mena Rivas perdió la pierna izquierda, un dedo y tuvo lesiones en sus genitales externos cuando pisó una mina antipersonal en 2015. GREGORIO MARIÑO

El soldado Stivinson Mena Rivas perdió la pierna izquierda, un dedo y tuvo lesiones en sus genitales externos cuando pisó una mina antipersonal en 2015. GREGORIO MARIÑO

Era 21 de junio de 2015. El soldado Mena tenía 24 años. Estaba patrullando a pie una zona rural cerca de la población de San Vicente del Caguán, en el suroriente colombiano.

A pesar de la potencia del explosivo, quedó consciente. Lo primero que hizo fue lo mismo que dicen haber hecho otros soldados víctimas de minas antipersonales: mirarse.

Mena vio que su pierna izquierda “ya no estaba ahí”. Tenía además sangre por todas partes, heridas en el pecho y en las manos. Había perdido al menos un dedo y tenía un zumbido dentro de la cabeza que hasta el día de hoy no se ha ido.

Pero también faltaba algo más.

“Cuando me miré el pene vi un testículo partido (…) Estaba por fuera porque la onda explosiva me quitó el camuflado”, le dice Mena a la BBC. “Esa fue la parte de dolor que más sufrí”.

“Pensé muchas cosas: ‘ahora no voy a tener más mujer, no voy a poder tener hijos'”, relata.

Sus temores no eran exagerados. El joven soldado no sólo perdió el testículo derecho. También tuvo pérdida parcial del testículo izquierdo y sufrió una mutilación severa en el pene.

Estas heridas son unas de las múltiples formas de lo que se conoce como trauma genital y urinario, o GU.

Aunque durante mi investigación para esta historia noté una gran dificultad para hablar sobre el tema en Colombia -e incluso encontrar cifras-, esta es una lesión que está presente en la mayoría de las guerras en las que coinciden las tropas caminando sobre el terreno con cualquier tipo de explosivo improvisado (IED, en inglés), como minas antipersonales o bombas de elaboración casera.

Una mina antipersonal: US$2 y 5 minutos

Los IED son una herramienta de guerra popular en los conflictos armados porque son baratos y no requieren una gran inversión de recursos humanos o de tiempo para ser instalados.

En el caso de Colombia, una mina puede costar cerca de US$2 (entre 4 mil y 6 mil pesos colombianos) y se siembra en cinco minutos, con una gran diversidad de sistemas de detonación.

O como me dijo el coronel Héctor Orjuela, coordinador del Servicio de Amputados y Prótesis del Hospital Militar Central en Bogotá, “con toda su creatividad malévola”, porque las minas vienen mezcladas con metralla, materia fecal, veneno, detergente, puntillas, etc. Todo depende del daño que se quiera causar…

“Si no te mata la mina, te puede matar la infección”, es una frase que escuché más de una vez entre especialistas y soldados heridos.

No hay cifras definitivas, pero el registro de heridos por la guerra en Colombia cuenta con cerca de 15 mil nombres de soldados, policías y oficiales de la Armada. Cerca de la mitad son víctimas de minas, con alguna amputación. El más longevo en la lista tenía 76 años el pasado febrero.

Visto desde el nuevo contexto del acuerdo de paz firmado entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc en 2016, el caso de Mena es bastante paradójico.

Aunque en cifras la noticia de la paz es muy positiva: de 2015 a 2016 hubo una disminución de 70.4% de soldados heridos en combate y de 2016 a 2017 bajó a cero (cifras la Oficina de Bienestar del Ejército de Colombia), y se ha iniciado un proceso conjunto de desminado entre la guerrilla de las Farc y el Gobierno, Mena fue uno de los últimos soldados que quedó mutilado sistemáticamente por esa guerra.

Y así como él, originario de una zona rural pobre de Colombia, con un nivel de educación bajo (cursó hasta quinto de primaria) y en sus 20 años, eran la mayoría de esos soldados cuando resultaron heridos en combate.

Un largo camino

Después de lo que él mismo llama “el accidente”, Mena ha recorrido los mismos pasos de los muchos soldados amputados.

Malherido, fue rescatado por sus compañeros de cuadrilla y llevado inmediatamente al centro de salud más cercano en el Batallón de San Vicente del Caguán, donde fue operado y estabilizado.

Al otro día llegó en un avión al Hospital Militar en Bogotá. El apoyo psicológico y la prótesis para su pierna marcaron el inicio de su rehabilitación, que ya completa dos años.

Tras un mes en el Hospital Militar, fue trasladado al Batallón de Sanidad, o Basán, una suerte de clínica/centro de rehabilitación para soldados heridos creada a finales de la década de los años 1980, que puede albergar hasta 600 soldados por largos periodos de tiempo. Pero que en los años más duros de la guerra superó los mil.

Mena vivió allí por un año y nueve meses. Y mientras estudiaba, empezó el proceso de recuperación de la morfología y funcionalidad de sus genitales.

¿Cuántos soldados tienen heridas genitales?

“Como eran heridas por proyecciones de alta velocidad y también por armas no convencionales, eran traumas que comprometían múltiples sistemas orgánicos: las extremidades, la cavidad abdominal, los genitales externos. Eran traumas muy complejos”, le explica a la BBC Mundo César Cruz, urólogo reconstructivo del Hospital Militar, con más de 15 años operando soldados heridos.

“Cerca del 20% de los traumatizados tienen algún grado de afectación del aparato urinario o del aparato genital”.

Ese 20% de 15 mil soldados que calcula Cruz, significa que alrededor de tres mil hombres sufrieron o presentan algún tipo de Trauma GU.

“En todo el espectro de las heridas podías ver desde una laceración de la piel del pene o del escroto hasta pacientes con avulsión y daño extenso de los tejidos que requerían penectomía. O pacientes con avulsión (extirpación) de uno de los testículos o los dos testículos”, explica Cruz.

¿Qué es una penectomía?, le pregunto.

“Una extirpación del pene”, responde. “Pero generalmente lo que hacíamos eran penectomías parciales, no la totalidad del pene”.

“Stivinson llegó con una amputación de la pierna derecha con sobreinfección. Eso era lo que podía poner en riesgo su vida.

En urología lo que hicimos fue hacer unas maniobras de control de daños y una vez superada la fase aguda del trauma, sabíamos que nos íbamos a enfrentar a la fase de reconstrucción”.

La ciencia de reconstruir un pene

A pesar de que Mena perdió buena parte de sus genitales externos y más del 75% de sus testículos, los médicos aseguran que puede recuperar en un 85% su función sexual, eventualmente podría ser padre y definitivamente podrá volver a orinar por el pene.

Esto último es algo que el mismo soldado me ha insistido es una de sus grandes preocupaciones.

“Si es una amputación del pene, se puede hacer una reconstrucción con tejido del antebrazo y con cirugía microvascular. La prótesis del pene ya sería más para un caso de disfunción eréctil de cualquier etiología”, dice Cruz explicando que el soldado Mena no presenta “ningún grado de disfunción eréctil en este momento”.

El 11 de marzo, en una cirugía de cerca de seis horas a la que asistieron 105 especialistas de varias nacionalidades y que vieron por transmisión en directo más de 700 médicos de todo el mundo, el soldado Mena fue operado por un equipo de 12 personas liderado por el doctor Cruz en el Hospital Militar.

“Stivinson tiene una ausencia de la uretra peneana y parte de la uretra bulbar. Son un segmento de aproximadamente unos 15 centímetros de longitud”, dice el especialista en reconstrucción uretral.

“Es una cirugía que requiere dos tiempos quirúrgicos. En este primer tiempo lo que hicimos fue una técnica de transferencia tisular: se tomó injerto de la mucosa oral de la parte interna de ambas mejillas, y ese tejido se injertó sobre el aspecto ventral del pene, en donde debe ir el segmento de uretra que él no tiene”, describe Cruz.

Estos injertos quedan extendidos como un tapete. La idea entonces es que en seis meses, ese tapete lo podamos disecar y hacer un tubo desde la parte donde culmina la uretra sana hasta la parte distal del pene donde está el otro segmento uretral”.

Ante el relato de una cirugía que yo considero absolutamente fascinante, le pregunto a Cruz si se siente orgulloso de ella.

“Es un orgullo raro porque estamos demostrando que somos buenos cirujanos, que hacemos muy buena reconstrucción uretral, pero nadie se enorgullece de mostrar la severidad del conflicto y la severidad de las heridas de guerra que tuvimos”, responde.

Ser padre

“Cuando se ha perdido un testículo, lo que se puede hacer es colocar una prótesis de silicona que mejore la parte estética”, expone Cruz.

“En nuestro país, que es un país en el que tenemos que hacer mucha contención de los gastos del sistema de salud, sólo le colocamos prótesis al paciente al que desde el punto de vista psicológico la ausencia o la alteración de su fenotipo le ocasiona algún impacto”, explica el médico.

En otras palabras, no todos los soldados que perdieron uno o los dos testículos requieren prótesis. Todo depende de cuánto afecte esa herida a la propia percepción de su masculinidad.

“Sobre la fertilidad te puedo decir que muchos de nuestros soldados quedaron con incapacidad para lograr una eyaculación, así que algunos requieren técnicas de fertilización asistida para poder ser padres biológicos”.

“Habría que obtener el semen, ya sea a través de muestras de orina cuando hay parte de la eyaculación que se va para la vejiga. O ir directamente al testículo y tomar una biopsia para extraer los espermatozoides”.

En Colombia, los costos de los tratamientos de fertilización de los soldados heridos están completamente cubiertos por el sistema de salud del Ejército; sin embargo, no hay cifras certeras de cuántos miembros de las fuerzas armadas se han sometido a estos tratamientos después de quedar heridos durante la guerra.

El tabú del sexo en personas amputadas

La pérdida total o parcial del pene y los testículos no es la única forma de pérdida de la masculinidad causada por la guerra en Colombia.
Es una sociedad predominantemente machista, católica y basada en la familia, los soldados y sus parejas enfrentan duros retos en su vida afectiva al quedar amputados de cualquiera de sus miembros.

“Después de caer en la mina o tener alguna lesión irreversible, su autoestima baja, la percepción de la sexualidad cambia, hay mucho temor”, explica la neuropsicóloga Diana Fajardo, del Centro de Rehabilitación Inclusiva, CRI, la última estación del proceso de rehabilitación de los soldados.

“El soldado se vuelve más irritable, más inseguro, con muchos miedos a enfrentar el tema de la sexualidad, incluso con sus terapistas, y quien ayuda realmente es el par”, dice.

¿Y quién es el par?, pregunto.

“El par es esa persona que está en tu misma situación y que bien o mal tiene un proceso más adelantado que el tuyo. Es quien lo va orientando y quien lo va ayudando porque en Colombia el tema de la sexualidad todavía es un poquito complicado. Hay mucho tabú”.

El par es un elemento fundamental en el proceso de rehabilitación física, psicológica y afectiva tanto como para la reinserción a la vida civil.

Florián y Pedraza

Unos de esos pares son el sargento primero Francisco Pedraza y el soldado profesional Juan José Florián, con quien tuve la oportunidad de hablar de sexo, después de recibir evasivas y negativas de una decena de soldados heridos.

El sargento Pedraza perdió sus dos piernas en un campo minado en 2002. Sufrió además un trauma urinario cuando su riñón quedó perforado con metralla. Tiene tres hijos adolescentes que viven con él, está terminando una maestría en Comunicación y es profesor de inglés y director del programa deportivo del CRI. Es además un dedicado deportista de handbike.

Es probablemente uno de los oficiales heridos con mayor liderazgo y carisma que conocí. Los soldados amputados lo siguen y lo consultan para casi todo. Él les resuelve dudas desde cuáles son sus opciones para el futuro hasta cómo ir al baño o cómo hacer el amor cuando se pierden las piernas.

“Durante los meses que estuve en el hospital nunca tuve una erección. Como yo tenía metralla en el riñón me decían que eso era normal, pero no es un secreto que para el ego, para el macho, una erección es algo esencial”, dice Pedraza sobre los temores que tuvo a causa de su trauma GU.

“Lo primero que viene a tu mente es que mi virilidad se había perdido. Pensaba ‘ninguna mujer va a querer estar conmigo’. Y eso que yo ya tenía mis hijos, tiene que ser diferente para aquellos que no han tenido hijos”.

El soldado Florián tiene una discapacidad mucho más severa.

“A mí no me pregunte que perdí sino qué me quedó”, es su chiste cuando alguien le pregunta sobre el accidente.

Perdió la mitad de los dos brazos, arriba del codo, su pierna derecha completa y quedó ciego de un ojo. Resiliencia es la palabra que mejor lo define.

Es un deportista consagrado que este año se está preparando para participar en dos mundiales de ciclismo en Europa en junio. También estudia psicología en la Universidad Sergio Arboleda en Bogotá. Maneja su carro, contesta su teléfono, se las arregla para sostener él mismo su taza de café caliente y tomársela como si nada y sobre todo, mantiene el estado de ánimo arriba.

Varios soldados me hablaron de él como el gran ejemplo de par. “Si este man quedó así y pudo superarlo yo también voy a poder”, oí de al menos tres personas.

“Uno realmente no está preparado para eso”, dice Florián.

“El Ejército lo prepara a uno para ir a matarse con otro pero no para vivir sin brazos ni sin piernas […] Después del accidente el sexo dejó de ser importante para mí, todo se volvió pensar qué voy a hacer el resto de mi vida”.

“Aunque ella (la esposa) me buscaba como un verraco (mucho), yo le sacaba el cuerpo todo el tiempo. Le decía que me dolían los muñones, que tenía pesadillas; le decía que tenía alucinaciones”.

“Yo no tenía la fuerza, sabía cómo enfrentarlo, y tenía el temor de decirle lo que me estaba pasando”, cuenta Florián.

“Pero además el tratamiento en mi caso fue centrado en mí. A mi esposa nunca le preguntaron qué piensa de acostarse con un hombre sin brazos ni sin piernas… Si para mí fue duro, cómo sería para ella, si ella se había acostado conmigo cuando yo tenía todo y después tenía que acostarse con la mitad de un cuerpo”, lamenta.

Aunque Florián y Pedraza se separaron de las compañeras que tenían cuando sufrieron sus accidentes, ambos hombres manifiestan satisfacción y tranquilidad de la vida sexual que lograron construir con el paso del tiempo después de sus incidentes, pero afirman que no es igual de fácil para todos.

Las prostitutas son las terapistas sexuales en Colombia

“Los militares representan la hombría, son apetecidos por las mujeres. Enfrentar una vida después del accidente, así todo desbaratado, es muy complicado. Y aquí no hay referentes, pero he leído que en otros países hay terapeutas sexuales, que son legales”, explica Florián.

Y así llegamos a las prostitutas, que para muchos soldados amputados, paralizados, con lesiones genitales irreversibles, se convierten en un elemento determinante en su rehabilitación sexual.

“Son jóvenes de 26, 27, 28 años. Tienen mucho temor a enfrentar el tema. Y en Colombia no es común escuchar de las terapeutas sexuales. Aquí hay sitios de trabajadoras sexuales, o prostitutas”, explica la psicóloga Diana Fajardo.

“Uno escucha de los soldados que es su par quien lo lleva a estos lugares antes de visitar a su familia y antes de tener una interacción con su pareja o con su novia, o con esa persona con la que quiere tener una relación sexual”.

“En esos lugares estas mujeres saben cómo estimularlos, qué sitios deben acariciar, deben tocar o deben estimular para que él se satisfaga desde la parte sexual”, explica Fajardo, que hoy hace parte del recién formado equipo de rehabilitación sexual del CRI, con el objetivo de que esta situación cambie.

“Es ya tan normal, que incluso cuando llega un soldado en silla de ruedas al lugar y no hay ascensor, lo ayudan a subir las escaleras. Hay mucha confianza, seguridad”, acota Pedraza.

No hablan del tema pero hay más

Entre septiembre del año pasado y febrero de este año, mientras preparaba esta investigación, hablé con varios uniformados que sufrieron algún tipo de lesión genital. Sin embargo, cuando viajé a Colombia a producir la historia, cinco de ellos decidieron que ya no querían participar.

Entre las razones que escuché fue el temor a perder la privacidad, sugerencias que recibieron del pastor de su iglesia o el miedo de la esposa de que se expusiera su propia intimidad.

Sin embargo, cada uno de los profesionales o soldados a los que entrevisté tiene más de una historia que contar y la compartieron conmigo a manera de anécdota sin violar ninguna confidencialidad.

Supe, por ejemplo, del joven guerrillero al que le explotó una mina en 2002 cuando la estaba instalando. La fisioterapeuta del Basán, Eliana Bohórquez, con una amplísima experiencia rehabilitando amputados me contó que la llamaron a intervenir porque el muchacho había perdido completamente el pene y lo impactante que fue para ella.

También del caso del joven soldado que perdió los testículos y el pene a causa de una mina, a quien le fueron insertadas dos prótesis de testículos y la psicóloga Nancy Bello -también del Basán- trabajó con él durante largas sesiones para ayudarle a entender que “sexualidad va más allá de lo genital”. Según dijo, fue un trabajo satisfactorio y el joven logró casarse por segunda vez y rehacer su vida.

O el extraño caso de un soldado que a principio de este año fue mordido por una culebra mientras patrullaba en la selva del Putumayo, en el sur de Colombia, y que perdió sus genitales externos cuando el veneno le necrotizó los testículos.

Los planes de Stivinson Mena

El reporte del doctor Cruz sobre la reconstrucción del pene de Mena es bastante positivo. Asegura que mucho tiene que ver su buen ánimo y optimismo. Aunque le falta todavía la segunda cirugía y deberá estar bajo supervisión médica el resto de su vida, calcula que el próximo año podría estar completamente recuperado.

Y él tiene muchos planes. Lo visité a finales de abril en el CRI -donde reside desde febrero- y me contó que mientras espera a su próxima cirugía está terminando el bachillerato. Que se va a mudar con su novia Angie Paola Palacios, a su ciudad natal, en el Litoral Pacífico colombiano.

“Quiero volver a Quibdó a montar un negocio independiente, un supermercado con carnicería”, dice.

Cuando le pregunto sobre los hijos que quiere tener, me cuenta que ya le tiene nombre al niño: Camilo.

“¿Y qué pasa si es una niña?”, le pregunto.

Se ríe. “Pues la verdad yo no he pensado en tener una niña, sólo un niño”.

*Este trabajo forma parte del documental “The Silent Wound” de BBC World Service Radio.

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