El escritor estadounidense John Hollis, de 54 años, pensó que iba a contraer la covid-19 cuando un amigo con el que compartía casa se infectó y enfermó gravemente en abril de 2020.
BBC NEWS MUNDO
El caso del hombre con superanticuerpos contra el coronavirus y por qué es una esperanza para los científicos
El escritor estadounidense John Hollis, de 54 años, pensó que iba a contraer la covid-19 cuando un amigo con el que compartía casa se infectó y enfermó gravemente en abril de 2020.
Se podrían diluir los anticuerpos de John Hollis al uno por mil y seguirían matando el 99% de los virus, aseguran los expertos.
“Fueron dos semanas en las que sentí mucho miedo”, dice John Hollis. “Durante dos semanas esperé que la enfermedad me golpeara, pero nunca ocurrió”.
Hollis simplemente pensó que había tenido suerte por no contraer la enfermedad.
Pero en julio de 2020, de manera absolutamente casual, Hollis mencionó esa convivencia con una persona muy enferma en una conversación con el médico Lance Liotta, profesor de la Universidad George Mason, en Estados Unidos, donde Hollis trabaja en tareas de comunicación.
Liotta, quien investiga formas de combatir el coronavirus, invitó a Hollis a participar como voluntario en un estudio científico sobre el virus que se estaba desarrollando en la universidad.
De este modo, Hollis descubrió que no sólo había contraído la covid-19, sino que su cuerpo tenía superanticuerpos que le hacían permanentemente inmune a la enfermedad, es decir, que los virus entraban en su cuerpo, pero no lograban infectar sus células y hacerle enfermar.
“Esta ha sido una de las experiencias más surrealistas de mi vida”, reconoce Hollis.
“Una mina de oro”
“Recogimos la sangre de Hollis en diferentes momentos y ahora es una mina de oro para estudiar diferentes formas de atacar el virus”, explica Liotta.
En la mayoría de las personas, los anticuerpos que se generan para combatir el virus atacan las proteínas de las espículas del coronavirus, formaciones puntiagudas en la superficie del Sars-Cov-2 que le ayudan a infectar las células humanas.
“Los anticuerpos del paciente se adhieren a las espículas y el virus no puede pegarse a las células e infectarlas”, indica Liotta.
El problema es que cuando una persona entra en contacto con el virus por primera vez, su organismo tarda en producir estos anticuerpos específicos, lo que permite la propagación del virus.
Pero los anticuerpos de Hollis son distintos: atacan varias partes del virus y lo eliminan rápidamente.
Son tan potentes que Hollis es inmune incluso a las nuevas variantes del coronavirus.
“Podrías diluir sus anticuerpos al uno por mil y seguirían matando el 99% del virus”, asevera Liotta.
Los científicos están estudiando estos superanticuerpos de Hollis y de algunos otros pacientes como él con la esperanza de aprender a mejorar las vacunas contra la enfermedad.
“Sé que no soy la única persona que tiene anticuerpos de este tipo, sólo soy una de las pocas personas a quien se le han descubierto“, opina Hollis.
Prejuicios raciales en las investigaciones
Sin embargo, este tipo de descubrimientos no suceden algunas veces debido a un sesgo racial en las investigaciones científicas: la mayor parte se realizan con pacientes blancos.
La participación de los individuos negros en los estudios suele ser mucho menor que su representación en la sociedad.
“Hay una larga historia de explotación (de pacientes negros) que hace que la comunidad afroamericana desconfíe a la hora de participar en las investigaciones”, revela Jeff Kahn, profesor del Instituto de Bioética de la Universidad John Hopkins.
“Es comprensible que exista esa desconfianza”, reconoce.
Uno de los experimentos más conocidos en el que participaron afroamericanos es el estudio de la sífilis de Tuskegee: durante más de 40 años, científicos financiados por el gobierno estadounidense estudiaron a hombres negros que tenían sífilis en Alabama sin proporcionarles medicamentos para la enfermedad.
“A lo largo de los años, durante la elaboración del estudio, los antibióticos se volvieron un remedio ampliamente disponible y no se les ofrecieron a estas personas”, relata.
“Los investigadores mintieron sobre lo que se les hacía y se les negó el tratamiento en nombre de la investigación”, sentencia Kahn.
“Cuando el estudio de Tuskegee salió a la luz, se establecieron normas y regulaciones para la investigación con seres humanos, que están en vigor desde los años 70”.
Esta historia es una de las razones por las que un segmento de la población, el cual se ha visto muy afectado por la pandemia, suele ser reacio a participar en los estudios o a vacunarse.
“Queremos asegurarnos de que las comunidades más afectadas reciban los beneficios de las innovaciones que se están desarrollando”, afirma Kahn.
“Y para ello, esas poblaciones también deben formar parte de los estudios”.
“Debemos honrar a esas personas, a las víctimas del estudio de Tuskegee, iniciando un proceso para asegurarnos de que eso no vuelva a ocurrir. Y también para salvar vidas, especialmente en la comunidad afroamericana, que se ha visto muy afectada por la pandemia”, sostiene Hollis.
“Protegernos los unos a los otros es un deber para con nosotros mismos y para con las personas que amamos”, zanja el escritor.