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El macabro destino de los cadáveres a los que les late el corazón

Sus corazones siguen latiendo. Orinan, sus cuerpos no se descomponen y son cálidos al tacto; sus estómagos retumban, sus heridas se curan y sus tripas pueden digerir los alimentos. Pueden tener ataques cardíacos, fiebre y sufrir de escaras. Pueden sonrojarse y sudar: incluso pueden tener bebés.

¿Cuándo se cruza el umbral que separa la vida de la muerte? Una pregunta que, incluso solo considerando lo biológico, tiene muchas aristas. GETTY IMAGES

¿Cuándo se cruza el umbral que separa la vida de la muerte? Una pregunta que, incluso solo considerando lo biológico, tiene muchas aristas. GETTY IMAGES

Y sin embargo, de acuerdo con la mayoría de las definiciones legales y médicas, estos pacientes están completa e indiscutiblemente muertos.

Estos son los cadáveres de corazón latiente; cuerpos con muerte cerebral, con órganos funcionales y pulso.

Sus costos médicos son astronómicos (hasta US$217,784 por solo escasas semanas), y con un poco de suerte y mucha ayuda, hoy es posible que el cuerpo sobreviva durante meses o, en raros casos, décadas, aunque técnicamente esté muerto.

¿Cómo es posible? ¿Por qué sucede? ¿Y cómo saben los médicos que está realmente muerto?

Por gracia de la electricidad

Identificar a los muertos nunca ha sido fácil. En la Francia del siglo XIX había 30 teorías acerca de cómo saber si alguien había fallecido, incluyendo atar pinzas a sus pezones y poner sanguijuelas en sus glúteos.

En 1846, la Academia de Ciencias de París lanzó un concurso para “el mejor trabajo sobre los signos de la muerte y los medios para prevenir entierros prematuros”, y un joven médico probó su suerte.

Eugène Bouchut calculó que si el corazón de una persona había dejado de latir, seguramente estaría muerta. Sugirió usar el estetoscopio recién inventado para escuchar el latido del corazón: si el médico no oía nada durante dos minutos, el cuerpo podría ser enterrado con seguridad.

Bouchut ganó el concurso y su definición de “muerte clínica” quedó establecida para ser inmortalizada en películas, libros y la sabiduría popular.

Pero un descubrimiento fortuito en la década de 1920 hizo las cosas definitivamente más confusas. Un ingeniero eléctrico de Brooklyn, Nueva York, había estado investigando por qué las personas mueren después de haber sido electrocutadas, y se preguntó si una sacudida con el voltaje adecuado también podría traerlas de nuevo a la vida.

William Kouwenhoven dedicó los siguientes 50 años a hallar una manera de que eso sucediera, lo que eventualmente llevó a la invención del desfibrilador.

Fue la primera de una avalancha de nuevas técnicas revolucionarias, incluyendo ventiladores mecánicos y tubos de alimentación, catéteres y máquinas de diálisis.

Por primera vez, podías carecer de ciertas funciones corporales y aún estar vivo. Nuestra comprensión de la muerte se estaba desvaneciendo.

Más allá del coma

La invención del EEG -que puede utilizarse para identificar la actividad cerebral- dio el golpe final.

A inicios de la década de 1950, médicos comenzaron a descubrir que algunos de sus pacientes, quienes previamente fueron considerados solo comatosos, no tenían, de hecho, actividad cerebral en absoluto.

Habían descubierto los “cadáveres de corazón latiente”, personas cuyos cuerpos estaban vivos aunque sus cerebros estaban muertos.

Estos no deben ser confundidos con otros tipos de pacientes inconscientes. Un paciente en coma muestra actividad cerebral, y tiene el potencial de lograr una recuperación completa.

Un estado vegetativo persistente es definitivamente más grave: en estos pacientes el cerebro superior está permanente e irremediablemente dañado, y aunque nunca tendrán otro pensamiento consciente, no están muertos.

Para calificar como cadáver de corazón latiente, todo el cerebro debe estar muerto.

Esto incluye el “tronco cerebral”, la masa primitiva en forma de tubo en la parte inferior del cerebro que controla funciones corporales críticas, como la respiración. Pero -y esto es desconcertante- nuestros otros órganos no están tan preocupados por la muerte de su “cuartel general” como se podría pensar.

Alan Shewmon, neurólogo de la UCLA y crítico de la definición de muerte cerebral, identificó 175 casos en los que los cuerpos de las personas sobrevivieron durante más de una semana después de ser declaradas muertas.

En algunos casos, sus corazones siguieron latiendo y sus órganos funcionaron durante otros 14 años; para un cadáver, esta extraña vida después de la muerte duró dos décadas.

¿Cómo es esto posible?

De hecho, biológicamente hablando, nunca ha habido un único momento de muerte; cada deceso es realmente una serie de mini-muertes, con diferentes tejidos desvaneciéndose a diferentes escalas.

“Elegir una definición de muerte es esencialmente una cuestión religiosa o filosófica”, dice Robert Veatch del Instituto Kennedy de Ética.

A veces, este lento declive puede tener consecuencias alarmantes.

Un ejemplo es el Signo de Lázaro, un reflejo automático reportado por primera vez en 1984. Hace que los muertos se sienten, levanten brevemente los brazos y los dejen caer, cruzados, sobre sus pechos.

Sucede porque aunque la mayoría de los reflejos son mediados por el cerebro, algunos son supervisados por los “arcos reflejos”, que viajan a través de la espina dorsal.

A lo largo del tránsito vida-muerte, se sabe que las células madre de la piel y del cerebro permanecen vivas durante varios días después de que una persona haya muerto.

Se han encontrado células madre musculares vivas en cadáveres de dos semanas y media.

Incluso nuestros genes continúan activos mucho después de haber dado nuestro último aliento.

Lo que nos trae de nuevo a ese problema médico perenne: si tu corazón sigue latiendo, ¿cómo pueden los médicos decir que estás muerto?

Pruebas infalibles

Para empezar, identificaron a las víctimas comprobando la ausencia de actividad cerebral en un EEG. Pero había un problema.

El alcohol, la anestesia, algunas enfermedades (como la hipotermia) y muchos fármacos (incluyendo Valium) pueden interrumpir la actividad cerebral, induciendo a los médicos a pensar que su paciente está muerto.

En 2009, Colleen Burns fue encontrada en un coma inducido por drogas y los médicos de un hospital de Nueva York creyeron que estaba muerta. Se despertó en la sala de operaciones el día antes de que médicos fueran a extraer sus órganos.

Varias décadas antes, en 1968, un grupo de médicos de Harvard convocó una reunión de emergencia para discutir exactamente esto.

En el transcurso de varios meses, idearon una serie de criterios infalibles que permitirían a los médicos evitar tales errores y establecer que los cadáveres de corazón latiente definitivamente estuvieran muertos.

Las pruebas siguen siendo el estándar mundial actual, aunque algunas se parecen asombrosamente a las del siglo XIX.

Para empezar, un paciente debe “no responder a los estímulos verbales”, como cuando se grita su nombre; debe permanecer sin responder a pesar de numerosos procedimientos incómodos, incluyendo la inyección de agua helada en una de sus orejas – una técnica que tiene como objetivo provocar un reflejo automático que hace que los ojos se muevan.

Esta prueba en particular es tan valiosa que le valió a su descubridor un Premio Nobel.

Por último, el paciente no puede ser capaz de respirar por su cuenta, ya que este es un signo seguro de que su cerebro primitivo sigue en funcionamiento.

El gestionamiento de los donantes de cadáveres

Se podría esperar que todo el tratamiento médico se detenga después de que alguien es considerado muerto -incluso si es un cadáver de corazón latiente-, pero eso no es del todo cierto.

Hoy en día, los cadáveres de corazón latiente han generado una nueva y extraña especialidad médica, el “gestionamiento de donantes de cadáveres”, cuyo objetivo es mejorar el éxito de los trasplantes cuidando la salud de los muertos.

El objetivo es engañar al cuerpo haciéndole pensar que todo está bien hasta que los destinatarios y cirujanos estén listos.

Estas intervenciones sólo son posibles porque las pruebas de Harvard prometen clasificar los muertos y los vivos. Pero por desgracia, una vez más la muerte es más confusa de lo que nos gustaría pensar.

En una revisión de 611 pacientes diagnosticados de muerte cerebral usando esos criterios, los científicos encontraron actividad cerebral en el 23%.

“Con la muerte clínica, hay disputas -por ejemplo, acerca de cuánto tiempo es necesario para que se pierda la circulación y que sea imposible restaurarla. Utilizamos cinco minutos en EE.UU., pero no hay pruebas realmente buenas de que ese es el número correcto “, dice Veatch.

Donde la situación se complica particularmente es si la víctima está embarazada.

En estos casos, la familia del paciente está ante una elección desgarradora. Pueden aceptar que han perdido a su bebé por nacer, o comenzar la intensa y a menudo espantosa batalla para mantener a la madre el tiempo suficiente hasta el parto, lo que ocurre generalmente cuando el feto tiene aproximadamente 24 semanas.

El forcejeo entre los intereses de la madre y los de su bebé por nacer plantea la pregunta: ¿qué derechos humanos debemos retener cuando estamos muertos?

“Cerebro superior”

Y las cosas pueden estar a punto de ser mucho más complicadas.

Los médicos están obligados por la “regla de los donantes muertos”, que afirma que no se pueden extirpar órganos hasta que una persona está muerta, es decir, totalmente con muerte cerebral o con un corazón que ya ha dejado de latir. Pero algunas personas, incluyendo Veatch, piensan que esto debería cambiar.

Ellos han propuesto la definición de “cerebro superior”, lo que significa que una persona no está muerta cuando su corazón deja de latir, o incluso cuando deja de respirar; una persona está muerta cuando pierde su “personalidad”.

Aquellos con partes cruciales de sus cerebros intactos y la capacidad de respirar independientemente estarían muertos siempre y cuando ya no pudieran tener pensamientos conscientes.

Aflojando la definición un poco más, los médicos de trasplante tendrían acceso a un grupo mucho más grande de donantes potenciales y salvar un sinnúmero de vidas.

La muerte no es un hecho puntual, es un proceso -pero después de miles de años, todavía estamos buscando algo más definitivo. Y no parece que estemos a punto de sacar una conclusión muy pronto.

Lee la historia original en inglés en BBC Future

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