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La dolorosa y difícil reconstrucción de Alepo, la ciudad siria que durante años encarnó la rebelión contra el presidente Bachar al Asad

"Me enamoré, no sé por qué", confiesa el historiador sirio Ala al Sayed mientras posa una larga mirada sobre el objeto de su afecto, la antigua puerta de Bab al Nasr, la Puerta de la Victoria.

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Las escenas de destrucción dominan la ciudad siria. GETTY IMAGES

Las escenas de destrucción dominan la ciudad siria. GETTY IMAGES

Como las otras entradas históricas que conducen al laberinto de calles empedradas en el centro antiguo de Alepo, parte de su arco de gruesas piedras colapsó durante los combates que se libraron allí.

Bab al Nasr no es la mayor o la más dañada de las puertas de la amurallada ciudad medieval que se convirtió en uno de los frentes más sangrientos de la brutal batalla por Alepo que concluyó hace poco más de un año.

Pero, en los tramos rotos de esta ciudad, los sirios ahora remiendan aquello que más les importa, pedazo a pedazo.

Así es como avanza el doloroso y difícil proceso de reconstruir esta famosa ciudad.

Nadie, incluyendo el gobierno, tiene las inmensas sumas que requeriría renovar el antiguo legado de Alepo y restaurar los servicios básicos que requiere para funcionar una ciudad moderna. Las estimaciones se ubican en decenas de miles de millones de dólares.

“Formamos un pequeño comité llamado Amigos de Bab al Nasr”, comenta Ala mientras uno de los maestros albañiles que quedan en la ciudad golpea con un martillo una hilera de adoquines para colocarlos en su lugar.

“No somos ricos, pero tenemos algo de dinero para gastar en nuestra ciudad”, dice.

Tatuada en el paisaje

Alepo es una ciudad en la que las calles de lo que era la zona este -controlada por los rebeldes que se enfrentaban al gobierno de Bashar al Asad- aún están cubiertas con montones de escombros y los desechos de quienes se vieron obligados a huir.

El zapato de un niño, una tetera de metal o una camiseta es todo lo que queda de sus vidas. La guerra está tatuada en este paisaje urbano con edificios aplastados e hileras de casas cuyas fachadas quedaron desintegradas.

Sin embargo, poco a poco, la vida está volviendo de las ruinas. En uno de los barrios más dañados, Um Khalil muestra lo que ella ha podido arreglar hasta ahora.

El techo de la casa de su familia ha sido reparado con ásperos parches de yeso. Los marcos de las ventanas ahora sellados, de forma imperfecta, con plástico tendrán que esperar. No hay electricidad ni agua corriente.

Su familia es la única en su edificio que ha regresado hasta ahora. Al igual que muchos sirios que han regresado a su hogar, ellos se refugiaron durante la peor etapa de los combates en áreas controladas por el gobierno como la provincia costera de Latakia.

“Pedimos dinero prestado para arreglar el techo”, dice mientras tres de sus seis hijos se acurrucan junto a un sofá burdo que ahora es su única pieza de mobiliario.

Su esposo mira con ojos inexpresivos, un conmovedor recordatorio de todo lo que han perdido.

“Todo destruido”

La vidas destrozadas serán lo más difícil de reparar.

“Mi esposo no está trabajando ahora”, explica Um Khalil. “Su fábrica fue destruida pero tenemos la esperanza de que será reparada”, dice.

Grandes y pequeñas, las fábricas solían ser el motor económico de Alepo en lo que fue el corazón industrial de Siria.

Ahora la zona industrial de Leiramon en los confines mismos de la ciudad dan testimonio de la lucha que hizo estragos en gran parte de esta ciudad.

El frente de guerra está ahora apenas a una centenar de metros de distancia.

“Sufrí un infarto”, dice Basel Nasri en referencia a las fuertes emociones que experimentó la primera vez que vio su fábrica de plásticos, que había sido una de las más grandes de Medio Oriente. “Fue horrible. Todo estaba destruido”.

En honor a la verdad, él sí tuvo un verdadero ataque al corazón mucho antes, cuando los reportes diarios comenzaron a mostrar la destrucción sistémica del negocio de su familia, así como de los saqueos de grupos islamistas de línea dura que establecieron sus bases aquí.

En uno de los ruinosos pedazos de este paisaje vacío, apenas una fábrica textil ha dado señales de volver a la vida con un ruidoso generador eléctrico que rompe el silencio. Dentro, en la mitad de uno de los pisos del edificio, una pila de bobinas dan vueltas con blancos hilos de algodón.

Muchas de las máquinas que han sido puestas a trabajar son de China, uno de los aliados del presidente Al Asad, donde Siria puede comprar repuestos.

Al otro lado de ese mismo piso, unas enormes máquinas permanecen en silencio. Fueron hechas en Reino Unido, un apoyo clave de la oposición al mandatario sirio.

Actitud desafiante

“La reconstrucción tomará mucho tiempo y dinero pero lo que realmente necesitamos es que sean levantadas las sanciones impuestas por Occidente para ayudarnos a importar y exportar”, explica Nasri, quien además es el vicepresidente de la Cámara de Industriales de Alepo.

Pero la guerra no ha terminado aún. El secretario de Estado de Estados Unidos, Rex Tillerson, lo dejó claro en un discurso reciente.

“Vamos a disuadir las relaciones económicas entre el régimen de Al Asad y cualquier otro país”, afirmó.

Una actitud desafiante, sin embargo, también alimenta este esfuerzo de reconstrucción.

El hashtag #Believe_in_Aleppo (Cree en Alepo) está pintado sobre una pancarta colocada sobre las piedras que forman la muralla de la ciudadela antigua. Cerca de ella, una valla publicitaria que muestra la imagen del presidente sonriendo y saludando parece proclamar la creencia de que él está allí para quedarse.

También se ve en el perfil aéreo de la ciudad: el edificio más alto ahora está alineado con una larga bandera del país y con la imagen del presidente.

Es algo que se escucha en las escuelas que están siendo reparadas y reabiertas en los barrios que antes estuvieron bajo control de los rebeldes.

“Con nuestras almas, con nuestra sangre, nos sacrificamos por ti, Bashar”, chillan los niños a los que hacen ensayar canciones patrióticas en la escuela más grande del este de Alepo. Ahora la mayor parte de los profesores en las escuelas proceden del oeste de la ciudad.

“Si amamos nuestro país, debemos amar a nuestro presidente”, me dice Mohamed Bayazeed mientras oímos el bullicio del patrio escolar ahora nuevamente lleno con risas y juegos infantiles. “La situación está mucho mejor de lo que estaba hace unos meses y seguirá mejorando”, agrega.

Un hombre trabaja en un mercado callejero junto a las ruinas de la ciudad.

Los funcionarios públicos, incluyendo médicos y enfermeras, que se alzaron contra el antiguo orden se han marchado y sus historias están fuera de la nueva historia de Alepo, casi como si ellos nunca hubieran estado allí.

Los barrios relativamente ricos del oeste de la ciudad no sufrieron la peor parte de los dolorosos años de lucha. Pero sus habitantes también vivieron asedios y el miedo de recurrentes y azarosos ataques.

Muchos residentes, excepto los ardientes seguidores del presidente, ahora evitan responder preguntas sobre temas políticos.

“Después de una guerra, algo cambia en las personas y algo cambia en la ciudad”, reflexiona el cineasta y fotógrafo Issa Touma, quien ha documentado el dolor sufrido por todas las partes en su ciudad.

“Alguna gente nunca regresará y algunas partes de Alepo tampoco lo harán”, afirma.

Touma apunta a las amplias calles al pie de la ciudadela que ya han sido limpiadas de escombros. En la parte trasera de unos camiones se ofrecen en venta café dulce y té, mostrando un destello del famoso espíritu emprendedor de la ciudad.

“Cada mes vez pequeñas mejoras”, dice Touma con una señal de esperanza mientras una fría lluvia invernal cae sobre su vivaz sombrero. “Esto es sobre lo que la gente se quiere enfocar ahora”.

Pero, añade, “la política aún está en sus mentes”.

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