Tras las elecciones de junio de 2010, las negociaciones y la formación del gobierno tomaron un total de 541 días, rompiendo el récord mundial del tiempo más largo sin gobierno en tiempos de paz, título que aún detenta.
BBC NEWS MUNDO
Los problemas que Bélgica arrastra desde la Edad de Hierro y amenazan su existencia
En esta ocasión, a Bélgica le tomó 500 días de regateo político formar un gobierno... y esta no es la primera vez que algo así sucede.
Más allá de lo curioso -y difícil de concebir-, la situación que han vivido los belgas genera preguntas interesantes como cuán necesario es el Poder Ejecutivo normal.
Después de todo, como apuntó Gerardo Lissardy de BBC Mundo en junio de 2011, cuando Bélgica cumplió un año sin gobierno, a pesar de la crisis política, el país vio crecer su economía, redujo su proyección de déficit fiscal, ejerció la presidencia semestral de la Unión Europea (UE) y envió aviones de guerra a un país en conflicto: Libia.
Pero hay otra pregunta más básica: ¿por qué se viven, una y otra vez, ese tipo de situaciones el reino de Bélgica?
La gran división
Su historia es, aparentemente, exitosa.
Se trata de una democracia parlamentaria que se encuentra en el corazón mismo del sueño paneuropeo, hogar de la sede de la Unión Europea y es uno de los países más ricos del continente.
Pero las diferencias entre las regiones flamenca y francófona de la nación se han ido afianzando, y muchos belgas temen que su país finalmente se desintegre.
Lo que hoy vemos representado en movimientos separatistas flamencos es la expresión moderna de una profunda división de larguísima data.
Una división cuyas raíces se remontan a más de 2.000 años, como le explicó a BBC History el escritor especializado en historia y arqueología David Keys.
No se entienden ni hablando
En el centro del problema está el hecho de que la mitad norte de Bélgica habla flamenco (una lengua germánica más conocida como holandés) mientras que la mitad sur habla francés (una lengua romance derivada del latín).
¿Por qué?
Pues porque en algún momento del siglo I o II a. C., las tribus germánicas de la Edad del Hierro desplazaron al celta como idioma principal en lo que ahora son los Países Bajos y partes de Bélgica.
La división lingüística se reforzó en el siglo IV d.C. por una decisión imperial romana de permitir que los bárbaros germánicos (los francos) se establecieran en lo que hoy es el norte de Bélgica.
Y la geografía contribuyó: debido a la naturaleza pantanosa de las áreas costeras del norte de Bélgica y la despoblación causada por la guerra fronteriza, prácticamente no se desarrollaron centros urbanos romanos en lo que hoy es el norte de Bélgica.
Como resultado, la civilización romana -y, por lo tanto, el latín- no pudo establecerse completamente en ese área, y la lengua y costumbres germánicas de la Edad del Hierro, sobrevivieron.
Todo parecía acomodado para que cada grupo tuviera destinos separados.
Pero la religión marcaría otra línea divisoria en esas tierras que, para infortunio de los belgas más tarde, no coincidiría con la frontera lingüística.
Campos religiosos opuestos
Alrededor del 1500, los Países Bajos se habían convertido en el centro comercial del noroeste de Europa, muy influyente tanto en el Mar del Norte como en el Báltico, y controlando la desembocadura del Rin.
La primacía comercial generó el crecimiento de las grandes ciudades (Amberes, Ámsterdam, Leiden y Haarlem) que, en la década de 1560, habían comenzado a ayudar a generar radicalismo político y religioso, y se movían del catolicismo hacia el protestantismo.
Pero con el territorio bajo el control de los Habsburgo españoles (desde 1516) en un momento en el que España se veía a sí misma como la defensora de la fe católica, la colisión con su posesión holandesa no se hizo esperar y decenas de miles de protestantes tuvieron que huir hacia territorio rebelde en el norte.
Durante 300 años, los Habsburgo españoles (y luego austríacos) gobernaron el sur católico, mientras que la dinastía protestante Orange gobernó el norte, hasta que, en 1795, la flamante República Francesa, en alianza con los radicales locales, se apoderó de los Países Bajos austríacos (Bélgica) y la República Holandesa.
Nace un híbrido
Esta reunificación de los Países Bajos liderada por los francófonos allanó el camino (después de la derrota francesa en Waterloo) para la creación de un Reino Unido de los Países Bajos, dominado por los holandeses protestantes, que abarcaba lo que hoy es Bélgica y los Países Bajos modernos.
Era un Estado híbrido y claramente autocrático: mitad católico, mitad protestante que resultó totalmente inviable, como probó una revolución que empezó en medio de una ópera en 1830.
La función fue organizada para honra de Guillermo I, el rey de ese Reino Unido de los Países Bajos, en Bruselas, un lugar poco afortunado pues en esa región el monarca era despreciado por los católicos de habla neerlandesa, por protestante, y por los de habla francesa, por hablar neerlandés.
Ni siquiera la obra escogida fue la más apropiada: “La Muette de Portici“, aunque muy popular en esa época, cuenta la historia de un levantamiento en Nápoles contra el gobierno del rey de España… un tema extraño para celebrar el gobierno de un rey impopular.
A una señal preestablecida durante un aria llamada “Sagrado amor a la patria”, los revolucionarios detuvieron el espectáculo, salieron a las calles y comenzaron una revolución.
Así nació, hace 190 años, esa Bélgica de identidades confusas que persiste hasta el día de hoy: aunque unida por la religión en ese momento, seguía dividida por las diferencias que se empezaron a marcar desde la Edad de Hierro.
Norte y sur
No pasó mucho tiempo antes de que la economía y la ideología empezaran a nutrir esa división flamenca / francófona tornándola cada vez más en un problema aparentemente irremediable y indiscutiblemente central en la vida política del país.
Durante el siglo XIX, el sur rico en carbón se había industrializado y se había vuelto más izquierdista y secular, mientras que el norte no industrializado y más tradicional (las áreas flamencas) seguía siendo devotamente católico y conservador.
Cuando llegó el siglo XX y los alemanes ocuparon Bélgica en la Primera Guerra Mundial, favorecieron a estos últimos por lo que, terminado el conflicto, el gobierno belga se vengó de los elementos separatistas de la población del norte de Flandes, acusándolos de haber colaborado con el enemigo.
La historia se repitió en la década de 1930, con los nazis alentando en secreto las aspiraciones separatistas del norte, y cuando Alemania ocupó Bélgica en la Segunda Guerra Mundial, hubo una colaboración sustancial entre la derecha populista flamenca y los nazis.
Después de la guerra, el gobierno belga volvió a tomar medidas contra los flamencos que habían accedido a la ocupación alemana. Decenas de miles de belgas de habla holandesa fueron arrestados, expulsados de sus trabajos y privados de sus derechos civiles.
La persecución masiva ayudó a generar una demanda flamenca generalizada de autonomía lingüística, reforzada por una inversión de fortunas.
La minería del carbón y la industria pesada del sur colapsó en los años 50 y 60 y mientras que el norte se benefició del cambio al petróleo y gas gracias a su costa y sus instalaciones portuarias.
Para 1970, Bélgica había comenzado a dividirse en dos estados autónomos, uno flamenco y otro francófono, que con el tiempo desarrollaron sus propias instituciones de gobierno, partidos políticos separados y universidades lingüísticamente separadas.
Lo que comenzó como autonomía está evolucionando lentamente hacia una separación total. Hace 50 años, señala David Frey, se estimaba que el 60% de la población de Bélgica hablaba tanto flamenco como francés. Hoy es probablemente solo el 20%.
¿Y el futuro?
Por ahora, 15 meses después de los últimos comicios, se logró conformar una coalición de siete partidos que incluye a Verdes, Socialistas y Liberales en un matrimonio de conveniencia con Demócratas Cristianos Flamencos para gobernar el país.
Pero, aunque quedaron excluidos de la coalición, nadie olvida que los dos partidos que más votos obtuvieron fueron los movimientos separatistas flamencos N-VA y Vlaams Belang, este último de extrema derecha.
Las próximas elecciones serán en 2024 y el temor de quienes no quieren que Bélgica desaparezca es que los partidos separatistas alcancen una mayoría y exijan la independencia de Flandes.
Aunque pueda parecer extraordinario, en la estable y próspera Europa occidental, un verdadero signo de interrogación se cierne sobre la futura existencia de un Estado democrático.