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“Oía una risa loca, maníaca. Miré a mi alrededor y era yo”: cómo sobreviví 28 horas a la deriva tras caer de un barco en el Océano Índico

Cuando Brett Archibald vio las luces de su bote desaparecer, pensó que era hombre muerto.

“Grité y grité con toda la fuerza de mis pulmones, pero pronto me di cuenta de que nunca iban a escucharme”. Eran las 2:20 de la madrugada del 17 de abril de 2013 y el sudafricano acababa de caer del bote que él y nueve amigos habían alquilado en Indonesia para un viaje de surf.

Mientras cruzaban el estrecho de Mentawai, que separa las islas del mismo nombre de Sumatra, Archibald se había mareado y perdido el conocimiento.


Cuando despertó estaba en el agua, a 15 metros del barco. La noche era oscura y llovía sin parar. Pasó 28 horas en el océano Índico, esquivando tiburones y luchando con gaviotas que le querrían arrancar los ojos.

“Nadé con todas mis fuerzas, pero era imposible que alcanzara el barco”, dice Archibald, entonces de 50 años, entrevistado en el programa de Victoria Derbyshire, de la BBC.

Recuerda que estaba en shock.

Mientras el bote se alejaba, se quedó pegado mirando las estrellas. Comenzó entonces a escuchar un sonido como el llanto de un animal.

“Pensé que había una especie de hiena en el agua, era como una risa loca, maníaca. Miré a mi alrededor y era yo. Este ruido extraño venía de mi garganta, como una risa histérica”.

Por las próximas 28 horas, Brett luchó por no sucumbir.

Como surfista y nadador experimentado, sabía que necesitaba respirar profundo y nadar a través de cualquier ola que viniera. Repasó mentalmente cada libro y CD de sus colecciones para olvidar los calambres de sus extremidades antes de cantarse a sí mismo.

Quedó agotado y comenzó a alucinar. Pero una serie de eventos sucesivos le dieron la adrenalina necesaria para sobrevivir.

Brett asegura que inventó una nueva forma de mantener su cabeza fuera del agua. Pero cuando su energía se agotó cayó dormido.

Tenebroso despertar

La forma en que despertó no fue de lo más apacible.

Sintió un golpe en la cabeza.

“Levanté el cuello para ver qué era lo que me había golpeado. Y como de la nada, este pájaro (una gaviota) me saltó en la cara”.

“Sentí el puente de mi nariz comenzar a sangrar”, cuenta. “No sabía qué pasaba, sentía como que me hubieran pegado con un bate de beisbol”.

“Había dos gaviotas lanzándose sobre mí. No sé de dónde salían”.

Brett cree que las aves intentaban comerse sus ojos, pero en su locura temporal, lo único que pensó fue en dar vuelta la situación.

“De pronto pensé: '¿Y si atrapo una y me la como?'”.

“Creí que de verdad podía atrapar una en el aire, cortarle la cabeza y comérmela. En ese estado me la hubiese comido con plumas y todo”.

Un plan que finalmente no resultó. Pero no fue la única amenaza que enfrentó en altamar.

Tiburón a la vista

Cerca de 15 horas después de caerse del bote, Brett sintió un golpe en su espalda, a la altura de su riñón izquierdo.

“Inicialmente pensé que era una barracuda, estos peces grandes. En eso esta cosa me golpeó nuevamente y, de hecho, me dio vuelta en el agua. Fue entonces cuando pensé: 'Es un tiburón, sé que es un tiburón'”.

Mientras su cuerpo daba vueltas logró vislumbrar la imagen de algo que parecía “del tamaño de un bus”.

“La mente humana es rara. Mi primer pensamiento fue: 'Ay, me va a comer'. Me acuerdo que levanté el cuello y le dije: 'Amigo, córtame la garganta, rápido'”.

Fue entonces cuando notó que su aleta tenía una mancha negra. Era un tiburón de punta negra, que también habita en las costas de Sudáfrica, inofensivo para los humanos.

“Pensé que podía capturarlo y podría llevarme hacia el arrecife”.

Cuando ya estaba terminando su plan maestro ocurrió algo que debería haberlo aliviado, pero en su delirio no lo hizo: el tiburón se alejó.

“Nunca he estado tan devastado en toda mi vida. Era la primera vez que encontraba algo concreto para salvar mi vida”.

Hoy se da cuenta de que era una “completa locura”.

Unas 13 horas después, Brett fue descubierto a casi 20 kilómetros del lugar donde se cayó el día anterior.

El rescate

Luego de que sus amigos se dieran cuenta de que no llegó a tomar desayuno, contactaron a los guardacostas indonesios, quienes coordinaron la búsqueda y rescate.

Otras embarcaciones se unieron a la operación y finalmente cuando eran cerca de las 6.30am, una pareja lo encontró.

Temblando y adolorido, con los ojos hinchados y prácticamente sin circulación de sangre en los labios, manos y pies, fue rescatado y llevado al centro de salud más cercano.

Bajó cerca de 6 kilos en el agua.

Los recuerdos de su familia, su mujer y sus hijos de 6 y 9 años, lo impulsaron a seguir adelante, dijo.

“Estoy luchando, manteniéndome vivo por ustedes, me dije en algún momento en voz alta”.

Han pasado tres años y todavía siente escalofríos cada vez que entra al agua. Sin embargo todavía lo llama su “lugar feliz”.

El día después de su dura experiencia, Brett estaba de vuelta arriba de una tabla de surf, algo que sigue disfrutando hasta el día de hoy.

“Sabía que tenía que volver de inmediato al océano. Si no lo hubiera hecho, nunca hubiese podido hacerlo de nuevo”.

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