Y en este punto, haciendo gala de la espontaneidad que caracteriza la mayoría de sus intervenciones, apuntó: “Pienso en tantos marginados, en tantos refugiados… y también en tantos que no quieren asumir la responsabilidad de su destino”.
Estas frases se producen en el mismo día en el que ha entrado en vigor el acuerdo entre la Unión Europea (UE) y Turquía, que contempla la devolución a este país de los inmigrantes irregulares que lleguen a las islas griegas.
A las 9:30 horas locales comenzó en la Plaza de San Pedro del Vaticano esta gran fiesta católica que conmemora la entrada de Jesús en Jerusalén.
El papa Francisco llegó a la plaza vaticana a pie, con una mitra dorada y una casulla roja, y se acercó hasta el obelisco central para ser testigo de la procesión de las palmas e impartir su bendición.
Posteriormente, fue en procesión hasta el altar ubicado ante la fachada principal de la Basílica de San Pedro, donde presidió la celebración de la eucaristía.
Entrada a Jerusalén
Ante los miles de fieles procedentes de todas partes del mundo que acudieron a la plaza vaticana a escucharle, recordó cómo cuando Jesús de Nazaret entró a Jerusalén “la muchedumbre” lo acogió con “entusiasmo, agitando las palmas y los ramos de olivo” y al grito de “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.
Pero, prosiguió, a su entrada triunfal le siguió una “humillación” que “parece no tener fondo” y que fue la que experimentó durante la Pasión, a la que continuó la Muerte y la Resurrección.
“La humillación que sufre Jesús llega al extremo en la Pasión: es vendido por treinta monedas y traicionado por un beso de un discípulo que él había elegido y llamado amigo. Casi todos los otros huyen y lo abandonan; Pedro lo niega tres veces en el patio del templo”, relató.
Pero no solo lidió con esta traición, destacó, sino que sufrió “en el cuerpo violencias atroces, los golpes, los latigazos y la corona de espinas” desfiguraron “su aspecto haciéndolo irreconocible”, y Poncio Pilato lo envió “posteriormente a Herodes”, quien lo devolvió “al gobernador romano; mientras” le fue “negada toda justicia”.
“Llega de este modo a la muerte en cruz, dolorosa e infamante, reservada a los traidores, a los esclavos y a los peores criminales”, lamentó.
“Jesús nos salva de los lazos del pecado, de la muerte, del miedo y de la tristeza. (…) Renunció a la gloria de Hijo de Dios y se convirtió en Hijo del hombre, para ser en todo solidario con nosotros pecadores”, prosiguió.
Su ejemplo, expuso, debe servir a los fieles católicos para “elegir su camino: el camino del servicio, de la donación, del olvido de uno mismo” y “aprender el amor humilde, que salva y da la vida, para renunciar al egoísmo, a la búsqueda del poder y de la fama”.
Al final de la celebración litúrgica, el Papa rezó el habitual Ángelus con los fieles congregados en la Plaza de San Pedro, y lo hizo no desde el balcón del palacio apostólico como suele hacer, sino desde el mismo lugar desde el que presidió la eucaristía.
Antes del rezo, recordó que también “hoy se celebra la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá su culmen a finales de julio con el gran encuentro mundial en Cracovia”.
Hizo un llamamiento a los jóvenes católicos para que acudan a esta celebración en Polonia, a la que Francisco asistirá, y elogió a Juan Pablo II como impulsor de esta iniciativa.
“Mi saludo especial va para los jóvenes aquí presentes y se extiende a todos los jóvenes del mundo. Espero que podáis venir en gran número a Cracovia, patria de san Juan Pablo II, iniciador de las Jornadas Mundiales de la Juventud”, dijo.
“A su intercesión confiamos los últimos meses de preparación de este peregrinaje que, en el marco del Año Santo de la Misericordia, será el Jubileo de los jóvenes a nivel de la Iglesia universal”, añadió.
El papa Francisco concluyó esta celebración esperando que los fieles vivan “con intensidad espiritual la Semana Santa”.