Internacional

Nelson Mandela, de “terrorista” a padre de la nación sudafricana

Nelson Mandela, hospitalizado en estado grave, es venerado como el gran conciliador de las fuerzas que amenazaban con sumir Sudáfrica en la guerra civil al finalizar el régimen del apartheid, pero al comenzar su lucha, era un nacionalista africano que quería echar a los blancos y que en su momento optó por la vía de las armas.

Un retrato de Nelson Mandela, expuesto en su Centro de la Memoria, en Johannesburgo, el 12 de junio de 2013. (Foto Prensa Libre: AFP)

Un retrato de Nelson Mandela, expuesto en su Centro de la Memoria, en Johannesburgo, el 12 de junio de 2013. (Foto Prensa Libre: AFP)

JOHANNESBURGO.- El joven Mandela se vio confrontado al llegar a Johannesburgo en 1941, a la edad de 22 años, a un sistema segregacionista que en su región natal del Transkei (sureste) era hasta ese momento mucho menos riguroso.

Sus primeras tomas de posición lo definen, en sus propias palabras, como un “nacionalista africano”. Estaba impregnado de cultura europea, pero hubiera enviado de nuevo a Europa a los colonizadores blancos.

Rechazaba igualmente la presencia de representantes de otras minorías en el Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), el movimiento exclusivamente negro al que se adhiere en esa época. Y se negaba de plano a cualquier entendimiento con los comunistas, que también luchaban contra el apartheid.

Las tres rupturas en la vida política de Mandela

Verne Harris, responsable del programa de la memoria de la Fundación Mandela, ve tres rupturas en la evolución política de quien se convertiría en una de las máximas figuras de la segunda mitad del siglo XX, Premio Nobel de la Paz en 1993 y primer presidente negro de una Sudáfrica democrática y multirracial.

“La primera [ruptura] se remonta a los años 50, cuando pasa de una postura africanista, sin ningún papel para los blancos en la lucha por la liberación, a un enfoque multirracial. Eso ocurrió tras las duras experiencias de las protestas” organizadas contra la sistematización de la segregación racial bajo el régimen del apartheid en 1948, explica Harris.

La ANC forjó desde entonces acuerdos con otras fuerzas opositoras, incluyendo a los comunistas, que impregnarían sus ideas. Y todos adoptaron en 1955 la Carta de la Libertad, un texto del que Mandela se sentía orgulloso y que ofrecía un futuro en Sudáfrica a todos los pueblos que la habitaban.

Pero el ideal de una lucha por vía pacífica no resistió a la represión. La ANC fue ilegalizada en 1960 y Mandela, después de varias detenciones, pasó a la clandestinidad y optó por la lucha armada, que veía como la única capaz de doblegar al poder blanco. Esa fue, según Verne Harris, la segunda ruptura.

“Durante cincuenta años, la ANC consideró la no violencia como un principio central. En adelante, sería una organización diferente. Nos adentrábamos en una vía nueva y más peligrosa, la vía de la violencia organizada”, escribió en sus memorias Mandela, que asumiría la jefatura del Umkhonto weSizwe (MK), brazo armado del movimiento.

Esa ruptura se produjo, paradójicamente, en momentos en que el presidente del ANC, Albert Luthuli, recibía el Premio Nobel de la Paz (en 1960) por su lucha por medios pacíficos contra el apartheid. Un galardón que, por una “ironía de la historia”, el propio Mandela recibiría “una vez que la lucha armada hubo cesado”, comenta sonriendo Harris.

Las autoridades sudafricanas, que en plena Guerra Fría se presentaban como un bastión de Occidente contra “el peligro rojo”, aprovecharon para colgarle a Mandela la etiqueta de “terrorista”. Y su nombre permanecerá en la lista de terroristas fichados en Estados Unidos hasta… 2008.

Mandela, arrestado en 1962, alegó en su juicio que el recurso a la violencia era ante todo una respuesta a la violencia del régimen del apartheid. Y proclamó una profesión de fe que anunciaba su futura dimensión de reconciliador: “He dedicado toda mi vida a luchar por los africanos. Luché contra la dominación blanca y luché contra la dominación negra. Mi ideal más preciado fue el de una sociedad libre y democrática”, declaró.

Mandela pasó los 27 años siguientes tras las rejas. Durante su encierro, aprendió el ‘afrikaaner’, la lengua del apartheid, primero con la intención de entender mejor a sus enemigos y luego para apreciar su cultura y poder llegar a perdonar.

En 1986, convertido en figura emblemática de resistencia al apartheid, tomó la iniciativa de entablar negociaciones secretas con el régimen confrontado a crecientes presiones internacionales. “Yo no estaba dispuesto a abandonar la violencia de inmediato, pero les dije que la violencia nunca podría ser una solución definitiva para Sudáfrica”, apuntó Mandela en sus memorias.

Su “tercera ruptura”, según Harris, se produjo tras su liberación en 1990, cuando “abandonó los marcos y las referencias marxistas o socialistas profundas de pensamiento y emergió un marco casi liberal”.

El Muro de Berlín había caído y Mandela parecía de pronto mucho más presentable para los blancos, que acabarían por ceder el poder a la ANC.

Su sentido de los intereses del Estado y su trato cordial y elegante, sin someter a sus adversarios a ninguna humillación, le allanaron el camino para convertirse rápidamente en “padre de la nación”.

ESCRITO POR: