Un frío día de diciembre cambió por completo su vida: el panadero fue víctima de una intoxicación con monóxido de carbono a causa de un horno en mal estado. “Ese día, si Jerome no hubiese pasado frente a la panadería, yo me iba directo al cementerio”, relató Michel.
Desde hacía algunas semanas, el panadero ofrecía regularmente un café y un croissant a Jerome Aucant, un hombre sin hogar, alto y con múltiples tatuajes, que solía pedir limosna frente a la panadería.
Jerome se encontraba junto a Michel Flamant cuando este comenzó a tambalearse y, preocupado, llamó a los servicios de emergencia. De regreso al trabajo tras doce días de hospitalización, el panadero propuso a su salvador un empleo a tiempo parcial.
“Soy alguien exigente: ¡el trabajo se hace como yo digo y no de otra forma!”, dijo Flamant, mientras da el toque final a la masa de la clásica “baguette” francesa, lista para hornear.
Con su cabello blanco muy corto, Michel Flamant confía que adora “transmitir y formar a la gente que sabe escuchar consejos, como Jerome”. De niño, este parisino con mucha vida vivida soñaba con ser camionero, pero su padre prefirió hacerlo trabajar en una panadería desde los 14 años. Y el oficio le gustó.
“El dinero no me importa”
De París a Chicago, Michel Flamant viajó para amasar pan del otro lado del Atlántico, montar panaderías y formar aprendices, hasta que en 2009 decidió instalarse en Dole, en la región del Jura, macizo montañoso del este de Francia.
Su mujer atiende a los clientes en la planta baja, mientras él amasa pan, bizcochos y pasteles en el subsuelo, de medianoche a mediodía, seis días por la semana.
Luego de trabajar varios días junto a Jerome, el panadero comprendió que el mendigo tiene disposición para el trabajo y mucha voluntad, explicó.
“Fue entonces que decidí cederle el negocio por un euro (US$1.14) simbólico”, contó Michel, padre de tres hijas, ninguna de las cuales quiere heredar el negocio.
“Qué es lo más importante, el dinero o la vida? Yo no soy rico, pero el dinero no me importa. Quiero ser libre y estar en paz. Y si además puedo hacerlo feliz…”, dijo el sexagenario, que detrás del “mal carácter” que dice tener, esconde un gran corazón.
“Jerome, es trabajador y quiere salir adelante, hay que darle una oportunidad”, comentó.
Para asumir sus nuevas funciones, el aprendiz dejó las greñas y se rapó la cabeza. “Quiero trabajar y los horarios de la panadería no me intimidan”, afirmó este hombre poco locuaz sobre su pasado que dice saber hacer “de todo”.
“Es una herramienta de trabajo y se la cedo, ahora le toca a él darle vida”, comentó Flamant, que trabajará hasta septiembre junto a Jerome, dispuesto a entregarse “al 100%” a su trabajo para satisfacer a la clientela.