ALEPH
“…Pero muy bolos”
Al llegar a Boston, un taxista dominicano que también había sido contratista de obras me condujo a mi hotel. “¿De dónde es?”, me preguntó en el camino. “De Guatemala”, respondí. “Mire, me dijo, cuando yo quería que una obra fuera bien terminada y entregada a tiempo, siempre buscaba a los inmigrantes guatemaltecos. Son buenos trabajadores y muy cabales. Lástima que no se relacionan mucho y que sean tan bolos”.
De regreso pasé por Nueva York. Allí compartí con una amiga productora y guionista de documentales lo escuchado en Boston, y me dijo: “A nosotros nos pasa lo mismo por acá. Tienen fama de buenos trabajadores, pero a veces pierden el trabajo porque se la pasan bolos”. Y allí iba yo, de aeropuerto en aeropuerto, pensando sobre el alcoholismo guatemalteco y viendo a la gente en una especie de invernaderos-para-fumadores, producto de las leyes anti-tabaco, pensando también en los intensos debates sobre la legalización y los usos de la marihuana en distintos puntos del continente.
Me recordé cómo se refería José Santos Chocano (1923), desde el más rancio criollismo, al “indio borracho”, expresión racista acuñada por muchos otros después. Me pregunté —en general— por qué necesitamos evadir nuestra realidad; por qué se normó antes el uso del tabaco que el de las armas o el alcohol; por qué en vez de prohibir no enseñamos a pensar, gozar y discernir. O por qué permitimos la desmedida publicidad que se le hace al alcohol, las armas y la sangre, bombardeando, sutil pero indiscriminadamente, la psique de gente de todas las edades. O por qué se sostiene el falso mito de que todo artista debe pasarse la vida enajenado para ser bueno. O qué sistema es este, que favorece —por diversas vías— que pasemos idiotizados nuestra brevísima experiencia vital. Entre mucho más.
No soy moralista ni purista, y me tomo un trago cuando tengo ganas de hacerlo, pero es un hecho que el alcohol ha acabado con las vidas de millones de guatemaltecos, y yo diría que ha impactado fuertemente la historia de nuestro país. Desde la Colonia hasta nuestros días, el alcohol ha mantenido en permanente vértigo a sucesivas generaciones. Y aunque se bebe en todas partes y hay grados también en ello, Guatemala siempre da mucho de que hablar en ferias internacionales, en competencias deportivas, en ámbitos laborales, políticos, sociales, terapéuticos y morgues, entre otros, a causa del alcohol. Si queremos encontrar razones, hay suficientes, quizás las más profundas sean la angustia, el desarraigo, la miseria y la violencia sostenida, pero también hay que revisar un profundo machismo (en hombres y mujeres), que deja “out” a las personas “aburridas” o “loosers” que no toman o toman poco. ¿Alguna vez le han preguntado los bolos a esas personas cómo la pasan o si están aburridos? A lo mejor nos sorprenderían las respuestas. Y lo mejor, amanecen sin goma.
Hoy, Guatemala tiene una de las tasas más altas de mortalidad por causas atribuidas al alcohol, según un estudio de la OMS. Es cierto que en otros países toman más, pero no es poco que cada guatemalteco consuma aproximadamente 3.8 litros de alcohol puro al año. Y, para variar, son los grupos con menos recursos económicos los más afectados por el consumo de alcohol, ya que coincide con su bajo nivel educativo, sus malas condiciones de salud, los nulos o escasos tratamientos médicos, y la menor protección de una red social y familiar que les apoye.
Hace años, cuando Inglaterra reguló el tema de la publicidad de bebidas alcohólicas, el consumo entre la juventud disminuyó considerablemente, lo cual nos hace pensar que las cosas pueden estar allí para que decidamos o no consumirlas, pero que hay grandes intereses para los cuales la mejor fórmula sigue siendo: trabaje duro, no piense, y cuando quiera pensar, beba hasta olvidar. Entonces todos vivirán felices para siempre.
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