ALEPH

10 semanas, nuestras calles

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No sé ustedes, pero yo siento luego de 10 semanas manifestando en las calles que no me unen a Guatemala una bandera o un himno, sino la esperanza de que este pedazo de tierra se convierta, en algunos años, en un verdadero país para todos sus habitantes. Después de este tiempo está claro que una calle no es una calle si no la camina la gente. Que un país no es un país si no podemos habitarlo con dignidad y hacerlo nuestro.

Decía Cardoza y Aragón: “No amamos nuestra tierra por grande y poderosa, por débil y pequeña, por sus nieves y noches blancas o su diluvio solar. La amamos, simplemente porque es nuestra.” Porque es nuestra. No sólo mía, no sólo tuya, o sólo de ellos, sino nuestra. La cuestión de fondo es que millones de personas en Guatemala jamás han saboreado su condición de ciudadanía, jamás han tenido tiempo ni energías ni información suficiente para interesarse en una participación ciudadana, jamás han escrito su nombre o leído página de libro alguno, bebido un vaso de agua limpia o comido los tres tiempos de comida. Esta tierra, en verdad, no ha sido “nuestra”, aunque algunos sí vivamos en ella como gente.

Por eso se siente bien que haya 25 mil personas manifestando, o 30 mil o cinco mil. Las calles se han devuelto a quien pertenecen: a la ciudadanía. Seguimos teniendo infinidad de problemas estructurales, seguimos estando en la primera órbita de Estados Unidos (vaya Karma), seguimos conteniendo y manteniendo a hordas de ladrones, cínicos güizaches y asesinos, pero es innegable que este pasado abril nos devolvió calle, nos devolvió país, sentido de pertenencia y un poco de primavera.

Claro que podríamos perderlo todo si los logros de ahora no alcanzan, pero estamos sentando las bases para otra Guatemala: el movimiento de jóvenes estudiantes parece haber llegado para quedarse y la ciudadanía ha encontrado nuevas maneras de organizarse, informarse y comunicarse. La autocracia, la partidocracia, la plutocracia y la cleptocracia tienen hoy grietas enormes en sus aparentemente infranqueables muros. Por allí nos iremos colando. Guatemala vio renunciar a su vicepresidenta y ahora tiene a un presidente completamente desgastado, probablemente sin inmunidad. Hay empresarios y funcionarios públicos ligados a procesos judiciales. Y faltan más, lo cual ha agotado las provisiones de tranquilizantes en las farmacias. Es más, no estamos solos en este deseo de una nueva ética.

Honduras sigue la ruta guatemalteca, y pide un ente como la Cicig para poder salir del atolladero de corrupción, violencia e impunidad en el que se encuentra. Más lejos, el asunto de operaciones financieras fraudulentas del banco HSBC, en donde cayeron políticos y empresarios; o la corrupción en la Fifa y el proceso abierto en Estados Unidos a varios de sus altos dirigentes, implicados en innumerables hechos de corrupción. Esto también pide a los medios de comunicación jugar en las ligas de lo ético, porque podemos recordar, por ejemplo, cómo las grandes cadenas mediáticas que ahora han condenado a esos dirigentes, antes se pusieron en contra de grandes figuras del fútbol que hicieron denuncias asociadas a estos y otros hechos de corrupción.

Detrás de cada uno de estos hechos está el factor dinero. O sea, que el tema es eminentemente económico y político. El juego de pesos y contrapesos que se cierne alrededor del capitalismo financiero ha arrodillado a la gente, ha quebrado el concepto de ciudadanía, nos ha dejado sin país, sin relación, sin sentido de pertenencia. Ante ello, qué nos queda. ¿Correr a hacer nuevas constituciones, nuevas leyes y nuevos modelos económicos o poner a la ética en el centro del quehacer de un Estado? Por de pronto, toca ir hoy a la plaza central y a la Corte Suprema de Justicia con una luz encendida. Cada luz cuenta.

cescobarsarti@gmail.com

ESCRITO POR:

Carolina Escobar Sarti

Doctora en Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad de Salamanca. Escritora, profesora universitaria, activista de DDHH por la niñez, adolescencia y juventud, especialmente por las niñas.