SIN FRONTERAS
A quién creer. ¿La prensa o sus opositores?
Creo que algo fantástico sucede cuando alguien toma un diario en sus manos. Su rol ciudadano agarra vida y se empodera. ¿Cómo –si no conociendo su entorno— puede un sujeto adoptar posiciones políticas, votar y tantas otras tareas de la ciudadanía activa? La prensa y el papel revisten de especial romanticismo. Pero lo cierto es que el periodismo, en todas sus formas, tiene un rol fundamental en la república democrática. Esa –como la nuestra— que manda a radicar el poder en nosotros, la gente común; el pueblo. Amanece temprano el día y despierta a quienes buscan información. Pulsan un botón y encienden algún dispositivo. O van, como era antes, al garaje de sus casas. Y entre los carros aparcados, recogen el impreso del día. Emprenden así, contra viento, su lucha personal contra la marea en los tiempos de la llamada “era de la posverdad”, donde cualquier mentira se difunde impunemente. Una batalla difícil de librar, dicho sea de paso, pues vaya si no hay perversos genios en obstaculizar el camino a las verdades.
No es este un llamado a aceptar sin reflexión lo que comunican los medios. Más bien, a saber diferenciar entre dos formas de cuestionar lo que uno lee o escucha, en el entorno actual, con exceso de comunicadores. Hoy, todo quien posee un dispositivo electrónico, es potencialmente un difusor masivo de opinión. Por ello, la primera forma es el escepticismo, y esta es positiva; muchas veces necesaria. El escéptico cuestiona la información que recibe, pero con apertura legítima y sincera por conocer más. Difiere con la segunda forma de cuestionar, que es la actitud cínica que puede tener una persona. Esta no tiene interés alguno por llegar a una verdad, y desecha burdamente el trabajo de quien está comunicando; o incluso, lo desecha a él mismo, desprestigiándolo o calumniándolo. Hay quienes elevan esta actitud negativa al máximo, y emprenden por completo contra al gremio periodístico que, como se dijo antes, es pilar fundamental para ejercer nuestro rol ciudadano.
No soy periodista, pero en mi vida profesional he tenido oportunidad de realizar labores diversas. Una de ellas ha sido una maravillosa forma de conocer más de cerca las realidades escondidas de nuestro país. He llevado a periodistas internacionales a comunidades recónditas en nuestras montañas, para que ellos puedan divulgar lo que ahí sucede. Y he sido testigo de elevados estándares de profesionalismo con los que estas personas se conducen. Entre ellas menciono, sus normas rigurosas de ética para no comprometer la verdad. A veces, quienes leemos noticias pasamos lectura sin percibir los exagerados procesos de verificación de datos, para evitar caer en imprecisiones; o normas inviolables, como el evitar mezclar dinero con las personas que constituyen una fuente.
Donald Trump ha sido flagrante en su forma de gobernar, difundiendo mentiras e imprecisiones ligeras. Aunque no simpatizo con el hombre, no lo digo de forma sesgada. Más bien, es un hecho que, supongo, ni siquiera sus seguidores podrían –o querrían— negar. Y ha convertido en tendencia el ataque al gremio periodístico, en vez de contradecirlo –en todo caso— con hechos sustentados. Esto se imita en nuestro país, donde periodistas y medios están bajo asedio de políticos e influyentes, enquistados en un sistema acusado por corrupción. ¿Quién ganará la batalla de la credibilidad, la prensa o sus actuales opositores? Al final lo decidirán los ciudadanos, que tienen enfrente una tarea delicada. En ocasión del próximo Día del Periodista en Guatemala, si me permitiera el lector una sugerencia, le recomendaría creer más a quien le aporta información para que se forme su propio criterio, y no tanto a quien le dicta cómo pensar, desde su propio –y probablemente interesado— escenario.
@pepsol