PERSISTENCIA

Antiliteratura y revolución

Margarita Carrera

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La angustia, según Heidegger, libera al ser humano de la existencia enajenante. Si bien por ella conoce su desamparo y humillación en la agobiante totalidad el universo, hundiéndolo en un insoportable malestar, colindante con la locura, también por ella toma conciencia de su ser y se libera de la existencia banal que le degrada inexorablemente. La antiliteratura nace de esa angustia existencial. Así rescata lo blasfemo, lo irreverente, lo insultante. Y ha existido desde antes de Aristófanes —pasando por Shakespeare, Quevedo, Sade— hasta llegar, en el siglo XX, a Tristán Tzara y su manifiesto Dadá en 1918.

Los manifiestos dadaístas no son solo protesta y desafío, son alegato contra la falsificación en la vida y en el arte, así como un intento de rescate de la denigrante condición de los humanos, víctimas de la razón, de las normas, de la lógica, de las conveniencias sociales ignominiosas, de los pactos nefastos entre las naciones imperantes, de las ambiciones desenfrenadas de los que usurpan el poder o de los que desean arribar a él.

Desde este punto de vista, toda antiliteratura es revolucionaria. Caótica por esencia. Y toda revolución se inicia con el caos al demoler falsos y caducos valores del pasado, y buscar, angustiosamente, nuevos y auténticos.

Más que la llamada “literatura comprometida” de Sartre, la antiliteratura clama por el cambio radical de la sociedad, por la supresión de toda la hipocresía que aleja al ser humano de su verdadera esencia.

Aunque dentro de la antiliteratura, los surrealistas, continuadores de los dadaístas, crean una base teórica y un método analítico, pronto esta base teórica y este método analítico se ven arrasados por la fuerza poderosa del subconsciente creador, que ellos han descubierto en el freudismo.

La angustia, principio básico del existencialismo y de la antiliteratura, conlleva pues un nuevo planteamiento y enfoque de la vida y del arte que, en última instancia, son revolucionarios, y tanto más, cuanto más libres, cuanto menos sectarios, cuanto más cercanos a la verdad inherente al ser humano.

La antiliteratura del siglo XX se lanza impetuosa en su alegato contra toda falsificación de la clase burguesa dominante que arrastra al hombre no sólo a la banalidad, sino —en su desproporcionada ambición por el dinero— a las masacres más horripilantes, a las guerras más pavorosas.

Entre los primeros antipoetas latinoamericanos surge, trágico e imponente, César Vallejo, quien al violentar el lenguaje, violenta también el mundo que lo circunda. Así, rompe lógicas convencionales, y surge con él revolucionario y atrevido, pero inminentemente poético, el lenguaje insólitamente vallejiano. Un lenguaje rebelde, de autodestrucción y destrucción de la falsa cara del mundo. Todo en su poesía pierde el sentido convencional. De ahí su revolución. Hasta la manera de sufrir tan suya y tan universal, tan concreta y tan sin ornamentos. Golpea y nos golpea. Su alegato tremendo va también contra toda falsificación burguesa; es antirretórica, caótica, profundamente humana, libre, no sectaria, revolucionaria en su esencia.

Partiendo de la angustia, Vallejo —como todo antipoeta— se ha alejado de la existencia banal, para hundirse en su “yo” profundo y agobiante, desde donde se ve a sí mismo y a los demás como un sol que ciega, que quema despiadado, que saca a luz nuestras dolorosas llagas ocultas. Llega, de este modo, a la autenticidad que siempre está más allá de toda norma, de toda lógica, de todo dogmatismo miope e inhumano.

Y aún más que los dadaístas, su protesta y desafío, su tremendo alegato irreverente, conmueve y sacude al mundo.

En general, los estudiosos de la literatura aún no han vislumbrado a profundidad el desafío revolucionario de toda antiliteratura.

 margaritacarrera1@gmail.com

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