Benedicto XVI

GONZALO DE VILLA

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Subrayo en primer lugar la dimensión de campeón de Dios con que vivió su entero pontificado. Fue el papa que más nos ha hablado de Dios y no solo de las cosas concernientes a Dios o que quieren aproximarnos al misterio inefable, sino de Dios mismo, de su ser, de su presencia, de su gracia y de su acción. En tiempo en que muchos rasgos y actores de la cultura contemporánea quieren sacar a Dios de la cotidianeidad, de la vida pública, del discernimiento en el ámbito humano de las decisiones, el papa Benedicto fue infatigable en mantener el dedo en la tecla de Dios. Nada sin Él porque Él es principio y fundamento de todo y nada que lo ignore o que manipule su santo nombre. Teólogo de profesión y de vocación, Benedicto XVI ha sido el gran papa teólogo, el papa de la fe, seguramente el mejor teólogo que haya llegado en la historia a ocupar la silla de Pedro. A la vez, el hombre sencillo, intelectual, cortés y gentil, tímido y profundo que vivió como apasionado por la causa de Dios en sus diferentes épocas de la vida. Aun hoy, en la ancianidad y en el retiro nos manda un mensaje profundo y reconfortante: “Mi única y última tarea es sostener con la oración el pontificado de Francisco”.

Fue no solo el gran teólogo católico que nos habló siempre de Dios, de modo profundo, articulado y coherente sino que ha sido también el gran intelectual que ha defendido el lugar de la razón en la hegemonía de la interpretación de lo humano.

Frente a racionalistas que excluyen a Dios del discurso público y frente a fideístas y fundamentalistas que quieren situar el ámbito de lo religioso fuera del discurso racional, Benedicto XVI defendió siempre la profunda amistad entre fe y razón.

El papa Francisco es sin duda mucho más popular y mediático que Benedicto XVI así como el papa Juan Pablo II también lo fue. En los tres últimos papas encontramos personalidades y carismas diferentes que cada uno puso al servicio del ministerio petrino que, en fe, reconocemos viene del Espíritu Santo.

Benedicto XVI ha sido un gran papa y reconocerlo hoy me parece un tributo de justicia para quien ejerció su ministerio con valentía, enfrentando los problemas, incluidos los más tristes y graves que enfrentaba la Iglesia. Su renuncia fue un acto de amor y también un acto de profunda fe y de análisis racional para decidir lo mejor para la Iglesia en ese momento. Muchas gracias, Santidad.

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