DE MIS NOTAS

Café, luego existo

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Me despierto con el café, ese compañero que en cada alba conmigo amanece en contacto personal e íntimo para animar y acelerar mi pensamiento todavía aletargado por la larga noche.

Aspiro su aroma y me surgen sabores de volcanes y cerros milenarios vestidos de verde y azul de cielo. Visualizo las manos callosas que podaron, abonaron y limpiaron la mata con prodigo celo. Manos femeninas que cortaron este singular obsequio llamado café, y que hoy, como todos los días de mi vida, se me entrega en generoso sacrificio convertido en bebida vivificante.

En cada trago percibo bosques sembrados de verdes y extensos surcos. Manos infantiles recogiendo granos de las ramas inferiores nacidas justo a su tamaño. Oigo risas de cortadores, cuchicheos románticos y chistes colorados emanando del cafetal brumoso, amparándose en la densidad verde y anónima de la plantación. Y si afino el oído, también escucho las gotas de lluvia de los árboles de sombra cayendo sobre el cafetal después del aguacero vespertino.

Sorbiendo mi taza, mi mirada se pierde cavilando en el día que me espera, y al calentar el sorbo humeante mis entrañas, también siento el sabor de patios de asolear y el paso de caites hechos de llantas viejas calzando pies de campesinos esforzados, empujando barredores de madera al ritmo de humedad.

Café mío, mi taza, mágica poción, elevando mi ánimo recogido y quieto por el cansancio y el esfuerzo prolongado, recompensándome con esta prosa que me brota en cualquier lugar sin pedir permiso ni consentimiento.

Es mi café de cada día, recordándome su nacimiento y su transformación de fruto atrapado en pergamino, y que al igual que la metamorfosis de la mariposa primero es capullo en pergamino, luego grano en oro, después grano limpio y seleccionado entre el montón de la masa imperfecta. Para guardar su perfume y su aroma, lo he comprado en grano tostado y ahora tiene el color hermoso del ébano como si quisiese recordarme sus raíces arábigas.

Y como todos los días, me he levantado temprano antes que la casa despierte, para moler una generosa porción; y sobre el precioso polvillo extraído emanando efluvios aromáticos, he vertido un delgado hilo de agua hirviente. Volutas de humo con sabor de maravilla suben hacia mi nariz explotando sus ofrendas estimulantes mientras pienso las promesas que el día me trae.

Café, luego existo, me digo, mientras medito en el precio que ha pagado por una taza de café el viajero que se sienta frente a mí en “café express” del aeropuerto de México, en donde escribo esta columna. A una libra le han extraído 30 tazas y al quintal le han arrebatado 3000 pociones vendidas todas a un promedio de 2 dólares. Son 6 mil dólares el quintal contra los $130 que nos pagan en promedio acá, en la tierra del grano y el cultivo. “Y estemos agradecidos…” —nos dicen las cuatro damas corporativas que controlan el mercado mundial.

Mi café, que ahora circula con la avidez de la energía metabolizada en todo mi organismo, me ha abierto brechas en las neuronas forzándome a pensar en lo absurdo de estas cifras, las que no alcanzo a comprender en toda su dimensión. Siendo un fiel creyente en las bendiciones del libre mercado me resulta difícil explicar el dilema: Acá 130, allá 6 mil dólares…

Prosigo sorbiendo mi humeante brebaje y pienso en mi patria mientras camino hacia el avión que me llevará hacia ella.

alfredkalt@gmail.com

ESCRITO POR:

Alfred Kaltschmitt

Licenciado en Periodismo, Ph.D. en Investigación Social. Ha sido columnista de Prensa Libre por 28 años. Ha dirigido varios medios radiales y televisivos. Decano fundador de la Universidad Panamericana.

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