LA ERA DEL FAUNO
Cangrejos
Quise comprobar si es o no verdad eso de que los cangrejos se obstruyen unos a otros para evitar que cualquiera de ellos salga de una olla, así que compré tres en el Mercado Central. Vivitos y tenaceando, por supuesto. Me costaron Q3 cada uno. Ahora no sé qué hacer con ellos, porque no me los comería ni los querría de mascotas. Me sirvieron para el experimento que ahora voy a compartirle, pero cometí el error de ponerles nombre, y animal que recibe uno, recibe cariño. Los nombré Adán, Eva y Esteban; aclaro que sin interés por desarrollar aquí un tema de género. Los cangrejos no entran en tales discusiones.
Los metí dentro de un recipiente y puse música. Mi favorita es una recopilación de la Sinfonía No. 5 de Beethoven y de rock pesado que grabé hace años. No es un ruido confuso ni una mezcla, sino una composición que cede con respeto su espacio a la que sigue. La música era innecesaria para esta prueba, sin embargo, en cierta manera le dio un toque de documental casero.
Puestos los cangrejos al fondo del recipiente, fui tomando apuntes de la manera que, supongo, lo hacían los investigadores de antes: libreta, lápiz y una lupa. Luego de una hora de observación, doy fe de que, efectivamente, los cangrejos muestran interés por salir de allí, parándose unos sobre otros. Uno de ellos, creo que Adán, trepa como ha de hacerlo Jaime Viñals por los picos más altos del mundo, solo que sin más equipo que sus dos tenazas y no por el placer de escalar, sino por huir del infierno que le significará el lugar donde se encuentra.
Eva es ahora la que va escalando. Cuando ya está a punto de alcanzar la orilla, Adán, que le viene pisando los talones, la agarra con odio y se la trae al fondo. Esteban parece zombi. Anda de un lado para otro sin subir ni bajar. Sirve de apoyo para los que trepan. Cuando yo era pequeño, a eso le llamábamos dar culas. Si uno quería subirse a un techo, decía a un amigo: “Dame culas”. El otro se colocaba en posición de caballito, enlazaba sus manos y con ellas sostenía el pie del que subía. Esteban parece un dador de culas involuntario, porque los demás se apoyan en él para escalar.
Los cangrejos tienen largos períodos de inmovilidad. Se miran, estáticos, como esperando algo. Parecen muertos. Los minutos corren y siguen allí, sin moverse. No olvidemos que un minuto en la vida de un cangrejo equivale a semanas de vida humana.
Luego de mis observaciones, ofrezco estas modestas conclusiones: 1) Doy fe de que los cangrejos tienen la particularidad de traer al fondo de su miseria a los demás. 2) En su mayoría —dos contra uno— tratan de salir de donde se encuentran, pasando por encima del resto. 3) El que ni huele ni hiede, tarde o temprano da culas. 4) La mayor parte del tiempo se la pasan viéndose las caras, inmovilizados, como esperando que el otro actúe para reaccionar violentamente.
Todo me recuerda a ciertos guatemaltecos que ni hacen ni dejan hacer, critican al que hace, y a otros cuya ignorancia solo sirve para llevar al poder a sus torturadores.
@juanlemus9