160 diputados en un minuto
¿Cuántos de los 160 diputados están en interacción constante con sus votantes en redes?

¿Qué tienen en común un estudiante de Derecho, una de Comunicación y otra de Políticas? Aunque esto suene como el inicio de un chiste, lamento contarle, estimado lector, que no lo es. A lo que quiero llegar presentando a estos tres jóvenes es que en realidad tienen en común lo mismo que tenemos en común el 81.6% de la población guatemalteca: no confiamos en la institución que se supone debe representarnos. Es decir, la confianza hacia el Congreso está por los suelos. ¿Sorpresa?
Hace poco les pedí a estos estudiantes que nombraran la mayor cantidad de diputados que pudieran en un minuto. Los resultados fueron predecibles, dadas las actitudes generalizadas hacia el actuar del Congreso. La futura politóloga nombró la mayor cantidad, con 30 diputados; le siguió el futuro abogado, que mencionó los nombres de 21; y finalmente, la comunicadora dijo 10. La razón detrás de que los jóvenes pudieran mencionar apenas el 18% de los diputados que hay en el Congreso es que no conocen a muchos de ellos y tampoco los resultados o el trabajo que hacen. Esto, me mencionaron, tiene como consecuencia que no confían del todo en el Congreso.
El punto no es cuántos diputados pueden nombrarse en un minuto, sino cuántos verdaderamente representan y responden a sus responsabilidades y a las necesidades de sus votantes.
¿Por qué? Pues la respuesta, aunque tiene varias aristas, es bastante simple. Como humanos, desconfiamos de otros por experiencias previas, por falta de información o como un reflejo a abusos de poder. Con los diputados, se dificulta identificarlos porque si no estamos cerca de las elecciones, la mayoría de ellos se mantiene en silencio y no participa del debate legislativo, pero tampoco del debate nacional. Por otro lado, aunque ahora hay muchas facilidades para la comunicación, ¿cuántos de los 160 diputados están en interacción constante con sus votantes en redes o en la vida real (cara a cara)? Pocos. Además, cuando sí es hora de elecciones, en realidad la forma en la que votamos impide que sepamos quiénes son (los logos de los partidos pesan más en los listados cerrados). Esto es el caldo de cultivo perfecto para un bajo sentimiento de representatividad, y cuando este se desgasta tanto, también está ausente la confianza.
Esta desconfianza es evidente y crece cuando vemos que los diputados de esta legislatura pasaron el 2024 sin un rumbo. ¿Alguien sabe cuál fue la agenda legislativa del año pasado? ¿O por agenda legislativa entendemos los intereses de cada bancada para sobrevivir o entramparle el paso a otra? Una puesta en común en el Congreso podría movilizar una agenda legislativa para apoyar las famosas reformas profundas que necesita el Estado para modernizarse, para generar los incentivos necesarios para la inversión extranjera o, incluso, leyes enfocadas a facilitar la expansión de la infraestructura. No obstante, este 2025, ¿hacia dónde debe enfocarse la agenda legislativa? Por ahora no se ve un norte ni un liderazgo. Cómo puede haberlo si pasaron un buen tiempo sin sesionar y sin definir comisiones de trabajo.
Por eso, quizá la agenda de nuestro congreso es simplemente transaccional. Lo cual tiene efectos en la calidad de leyes, procesos, resultados y representatividad ciudadana. Vale la pena analizar más a profundidad qué consecuencias tiene un congreso de este tipo, puesto que de alguna manera garantiza que algunos cambios sucedan en momentos críticos, pero también impide una verdadera representatividad y conexión con nosotros los ciudadanos. Al final del día, el punto no es cuántos diputados pueden nombrarse en un minuto, sino cuántos verdaderamente representan y responden a sus responsabilidades y a las necesidades de sus votantes.