Florescencia
2025: el año en que el futuro se volvió presente
En 2025, la tecnología dejó de ser promesa y se convirtió en parte de la vida diaria; el 2026 nos invita a usarla con propósito.
Siempre sorprende llegar a un nuevo Año Nuevo y tratar de recordar cómo éramos en la última celebración. Pensamos en lo que aprendimos, en lo que perdimos y en aquellas metas que aún queremos alcanzar. El 2025 no solo cerró un cuarto de siglo; también fue el año en que el futuro dejó de ser una idea lejana, se volvió parte de la vida diaria y nos empujó a mirar hacia adelante.
En Guatemala, la tecnología ya no es solo cosa de expertos o de grandes empresas. Está en la mesa del comedor, en el mercado, en la camioneta y en el bolsillo. Familias se reunieron por videollamada, emprendedores vendieron desde el teléfono y estudiantes aprendieron con videos gratuitos. Para muchos, el celular se volvió una herramienta de trabajo, de creación y de vida.
La tecnología ha avanzado por etapas cada vez más rápidas. Primero fue la fuerza del vapor (1750-1880), luego la electricidad (1880-1970), después llegaron las computadoras personales (1970-2007) y más tarde el internet rápido (2008–2023). Cada etapa tomó décadas, incluso siglos. Pero hoy vivimos algo distinto. En pocos años (desde 2023) pasamos de usar el teléfono solo para llamar, a tener en la mano una herramienta que informa, enseña, vende y conecta.
Muchos crecimos sin redes sociales, pero hoy son lo más normal para comprar, vender, informarse, opinar. Este 2025, muchas personas comenzaron a usar inteligencia artificial sin saberlo: un estudiante que pidió ayuda para entender una tarea, una comerciante que creó un anuncio, un migrante que tradujo un mensaje para entender y hacerse entender. La tecnología ya no solo responde, ahora también acompaña.
Puede parecer abrumador ver cómo avanza todo tan rápido, pero no hay que tener miedo. La tecnología no nos reemplaza; usada de buena manera, nos ayuda a hacer mejor nuestro trabajo. Transforma la manera en que trabajamos y aprendemos. Usarla no es un riesgo. Lo verdaderamente peligroso es no usarla y quedarse fuera de su aprendizaje. Por eso, el Estado tiene un papel clave: invertir en educación, en tecnología y en un gobierno electrónico que agilice los trámites, quite obstáculos innecesarios y permita que las personas se concentren en lo más importante: trabajar, emprender y progresar juntos.
El mayor cambio no fue la tecnología, sino la velocidad con la que llegó a nuestras manos.
El 2025 dejó otra lección importante. Aprender ya no depende solo de una escuela o de un libro. Hoy se puede aprender un oficio, un idioma o una nueva habilidad desde el celular. Para una generación que equilibra trabajo, familia y futuro, aprender de esta manera ya no es una opción, es una necesidad.
Al mirar hacia el 2026, la pregunta no es qué nueva tecnología aparecerá. La pregunta es qué necesitamos para crecer y avanzar como personas y como país. Bien usada, la tecnología también ahorra tiempo, el recurso más escaso para quienes trabajan, cuidan y sueñan al mismo tiempo.
Guatemala llega al 2026 con retos grandes, pero también con una fortaleza silenciosa: su gente. Jóvenes y adultos que se adaptaron rápido, migrantes que hoy se comunican más que nunca con sus familias, y nuevas herramientas que aumentan la productividad y despiertan la creatividad a niveles antes impensables.
No tenemos todas las respuestas, y por eso mismo es momento de hacernos más preguntas. Nunca antes tuvimos tantas herramientas para aprender, crear y conectar. El desafío del 2026 no será tecnológico, será humano: usar la tecnología con responsabilidad e integrar a más personas y comunidades en este proceso.
El futuro no se espera, se construye. Y ese trabajo comienza ahora, con pequeños pasos y con la decisión de aprender algo nuevo. Que este nuevo año nos encuentre con esperanza, con fe y con la voluntad de construir cosas buenas juntos. Feliz 2026.