La alerta mundial por el cambio climático y su inmediata consecuencia en el deterioro de la naturaleza fue denunciada por el científico sueco Svante Arrhenius en 1896, quien indicó que los combustibles fósiles podrían acelerar el calentamiento de la tierra, producto de la actividad humana, mediante la emisión de dióxido de carbono a la atmósfera. En 1988, el climatólogo de la Nasa James Hansen testificó ante el Senado de Estados Unidos: “El calentamiento global ha llegado a un nivel tal que podemos atribuir con un alto grado de confianza una relación de causa y efecto entre el efecto invernadero y el calentamiento observado”.

Como consecuencia de eso ha habido encuentros mundiales y concienzudos estudios científicos que poco han contribuido a detener el inexorable deterioro. Nos quejamos de los devastadores efectos, pero no hay solución ni cambio en la mala costumbre de convertir al planeta en un basurero.

Antes de la crisis en curso, localmente sectores de la cultura maya han sido fieles guardianes del bosque y sus manantiales, tal el caso de los 48 Cantones de Totonicapán, organizados desde la costumbre ancestral de proteger a la madre naturaleza como fuente inexorable de vida. En contraposición, conocemos de la inmisericorde explotación de la tierra, que en pocos años convirtió nuestro otrora paisaje de bosques (Quauhtemallan: lugar de muchos árboles) en inmensas superficies de crecimiento urbano desordenado y cultivos no tradicionales que arrasan con cuanto árbol encuentran en su camino.

Tal actitud pone en evidencia la generalizada ausencia de planificación territorial, cuya existencia supondría el análisis de accidentes orográficos, mantos acuíferos y características ambientales que permitirían el uso racional del suelo, cosa que evidentemente no se da. Entre sus causas están una mínima, inadecuada e incumplida legislación; escasa educación elemental y, en términos generales, absoluto analfabetismo ambiental.

Hay excepciones a esa realidad. Sacatepéquez, territorio donde se asienta La Antigua Guatemala, merece unas líneas. La histórica ciudad es un centro regional de formación escolar con identidad cultural propia. Eso permite a su población tener una amplia visión del conjunto, incluida la importancia de su conservación, que a su vez está estimulada por la rica tradición oral (patrimonio inmaterial) manifiesta en tradiciones y costumbres religiosas, culinarias y cívicas. Entre estas últimas, la protección de las tierras comunales al resguardo de alcaldes auxiliares, celosos guardianes de ese patrimonio.

De ahí la valiosa participación de los vecinos, el lunes 7Nov2022, ante la presentación del cortometraje sobre la charla del historiador Francisco Vidargas: Los sitios incluidos en la lista del Patrimonio Mundial y la importancia de su conservación, auspiciada por entidades académicas, asociaciones de vecinos y profesionales, motivada por el acelerado deterioro al que la ciudad está siendo sometida por falta de atención.

Los líderes comunitarios reclamaron con serios y contundentes argumentos la inadmisibilidad de seguir autorizando construcciones especulativas, sin que medie planificación territorial alguna; así como el crecimiento de áreas dedicadas a cultivos no tradicionales en las faldas del volcán de Agua, que de manera inmisericorde tala árboles y cambia el paisaje boscoso, por superficies cubiertas con techos plásticos.

En otras palabras, instaron por la urgente necesidad de definir el cinturón verde de la histórica ciudad y legislar a su favor. Tan importante asunto fue incluido por las asociaciones Salvemos Antigua y Diego de Porres en las reformas a la ley protectora presentadas al Congreso (iniciativa 4252 del 21Sept2010), pendiente de su tercera lectura y aprobación final.