SIN FRONTERAS
¿Cómo estás?
Fue el 24 de diciembre, tres años hace de eso. Fui a un mandado antes de la media noche. Mientras esperaba, tomé el teléfono y les marqué. Tu papá me había llamado ese día. Quería mandarme un saludo a la distancia. Desde Huehuetenango. Desde la montaña de tu casa. En San Juan Ixcoy. Bello el lugar donde tú vives. Esa aldea, entre cerros y praderas, tiene escenas que recuerdan algún marco en Los Alpes. No te miento, así de bello es lo tuyo. Con colinas montadas, las unas sobre las otras, cubiertas en grama fina que no es propia de lo tropical. Tú estás en la cima de la cordillera. Pero por alguna razón, el agua ahí está casi a nivel de suelo. Los nacimientos se cruzan con piedras redondas. Así se hacen las gradas que suben a tu hogar. Las ovejas hacen que parezca un cuento infantil. Ahí estaban cuando llamé a tu papá. Eran las nueve de la noche. Tres años atrás, el veinticuatro de diciembre.
' Los paisajes de tu casa no se pueden comer. No importa cuán bellos estos sean.
Pedro Pablo Solares
El destino me llevó a conocerlos. Su historia se hizo famosa en las noticias. Lo habían deportado desde donde te llevó a reiniciar la vida. Lo regresaron en un avión. A ti, pequeña, te arrebataron de sus brazos. Patalearon y los tiraron al suelo. Te encerraron en un lugar desconocido. Eras más pequeña aún, en ese entonces. ¿Tendrías qué? ¿Cinco? Una mirrunga, al inicio de la vida. Tus padres conocen más que nadie el esfuerzo y sacrificio. No es justo lo que les pasó. En la era de la tecnología, no saben identificar una letra del abecedario. Han trabajado en la tierra, toda su vida. El terreno donde vives es particular, y no se da más que la papa. Pero hasta esa se perdió en años recientes. No hay para comer. No tienen para vender. Tu hermano chiquito ya venía en camino. Tu papá se enteró que sus vecinos se fueron a una tierra de oportunidad con sus niños. Te decidió llevar. Un coyote le dijo que tú serías su “pasaporte”. Él no sabía ni qué significa esa palabra.
No hay palabras para describir lo que te pasó a ti y a tu familia. Te secuestraron. Pasó más de un mes, después de que lo regresaron, para que una voz desconocida, lejana, les dijera que tú ya habías aparecido. Un mes, perdida, en un plan diseñado para causarles dolor, escarmiento, sufrimiento. Tú tardaste dos meses más para que finalmente regresaras. Otros se perdieron para siempre. No sé si tú también, pero tus papás se enfermaron. Esa es la razón, dice el doctor, por la que mamá aún pasa tanto tiempo en el hospital. Dicen que se llama estrés. No fue solo que creyera que te hubiera perdido. Es que, además, viva, estabas perdida. Fueron largos días, largas noches, con la idea de no recuperarte. El sufrimiento fue absoluto, pero ahí no había lección qué enseñar.
Hablé con tu papá hace unos días. El año pasado, otra vez, fue un año imposible. Ahora, además de la sequía, vino la lluvia con exceso absoluto. No solo se perdieron las siembras. Con el segundo huracán fueron evacuados. Esos bellos nacimientos se estaban rebalsando. El agua brotaba por la tierra, la comunidad se iba a derrumbar. No hubo comida el año pasado. Por eso tu papá buscó al coyote otra vez hace unos días. Se va, y tal vez, de nuevo te lleva con él. Él cree que lo responsable es no quedarse donde no hay nada. Y es que verás, los paisajes de tu casa no se pueden comer. No importa cuán bellos estos sean. O qué tan bello sea mi recuerdo de ti, pequeña, risueña e inocente. Generosa en cada vez que te vi. Ese día era nochebuena. Tomé el teléfono con un nudo en la garganta. “Mi hija lo quiere saludar” me dijo tu papá. “Aló” nos saludamos. Tú sonabas emocionada. Me ganaste en preguntar. “¿Cómo estás?”.
No podía creerlo. Me preguntas tú a mí que cómo estoy yo, en la comodidad de mi vida. ¿Cómo estás tú? Pequeña nobleza de dulce mirada. ¿Cómo estás hoy? Me pregunto, si te van a llevar. De nuevo, en busca de la vida.