SIN FRONTERAS
Corazón en el pecho
Se estruja el corazón. Veo los videos que vienen desde Misisipi, en los eventos tras las redadas que atacaron seis comunidades migrantes. Una niña de primaria fue entrevistada en cámara. Conozco esos pueblos en Misisipi. Por su nombre y fisionomía, creo que la niña es hija de guatemaltecos. Trata de luchar contra sus lágrimas, pero no lo logra. De hecho, deshecha en lágrimas, clama por su papá, arrestado. Dice que era su primer día de la escuela, después de las vacaciones. Tiene once años. Se ve que el mundo le da vueltas en la cabeza, pero, valiente, intenta pronunciar un mensaje: “Mi papá no hizo nada, no es un criminal”. En inglés, intenta argumentar. Pero realmente lo que le sale es una imploración al mundo. Sollozando, suplica a quien la escuche: “No sé qué voy a hacer ahora, necesito a mi papá. ¿Ven lo que hago? Lloro por mi papá”. Magdalena Gómez Gregorio. Una niña de once años; blusa color rosa; limpia y bien peinada; lista para estudiar; mochila escolar en su espalda, intentando argumentar. Lo que le sale es una súplica directa al corazón.
' El problema no es el poder de negociación, sino la falta de humanidad en nuestros servidores.
Pedro Pablo Solares
Las imploraciones por la solidaridad tienen opositores. Vivimos bajo fuerte influencia de posiciones que se cierran ante el llamado imperativo del humano a sentir, a conmoverse, a tener empatía. A manera de ejemplo, solo en esta presidencia, hemos visto ejemplos de actitudes desalmadas que nos han indignado enormemente. Un presidente incapaz de verse afectado por tragedias como la del Hogar Seguro y el volcán. Una canciller y una primera dama, inmutables, tras sus visitas turísticas a los niños enjaulados en la frontera. Un ministro con la mirada impávida, perdida en el horizonte de la oficina oval. Y cuando se trata de lo migratorio, esta posición cerrada a lo que se considera emocional, la he visto también en diferentes foros. Existe una tendencia a invalidar la posición que apela al componente humano y emocional, lo cual deriva inevitablemente en que muera la empatía. Incluso, desde algunas líneas periodísticas, de manera disyuntiva, se plantea la insistencia de enfocarse —en vez— en la discusión de soluciones, como si no se conociera lo utópico del tema, dada la imposibilidad de lograr que esta —y quizás las más próximas generaciones— puedan vivir de forma medianamente digna, en las lejanas aldeas de lugares como Nentón, Raxruhá o Camotán.
Las redadas de Misisipi, dirigidas en especial contra guatemaltecos, fueron un golpe bajo, que se burló del país que recién se regaló como “país seguro”. Algo tremendamente malo está sucediendo. Más que nuestra falta de poder para negociar, el problema está en la falta de humanidad de nuestros servidores. Vivimos en un tiempo de nutridas visitas recíprocas de funcionarios de alto nivel. En los últimos días han estado aquí los altos cuadros de seguridad del gobierno de Trump. Nuestro ministro del Interior degustó unos minutos en la Oficina Oval. El gobierno se jacta de “atravesar excelentes relaciones bilaterales”, pero fueron incapaces de mover un solo dedo para que esas relaciones lograran clemencia por los nuestros.
Hoy, Guatemala va a las urnas a elegir presidente. Y se hace necesario que el nuevo equipo internacional haga un giro. El escenario se ve complicado. Honestamente, una de las opciones no muestra tener mayor opinión sobre el tema. Y la otra, tanto más experimentada, su experiencia viene de una institución que ha complacido irrestrictamente a los señores del norte. Los escenarios futuros son hostiles, y la oposición es una sociedad poderosa donde habita el racismo. El reto es enorme y se requiere de equipos astutos, hábiles, con gran prestancia internacional. Pero nada se logrará si antes no portan en el pecho un corazón latiente, que sienta empatía por los suyos. Ese sería un primer buen cambio.