LA BUENA NOTICIA

De la angustia mortal a la certeza de vida

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Inconfesada pero latente, solapada pero angustiante, la sensación de “contagiarse y morir por el covid-19” ¿quién no la ha tenido? El pensar para sí mismo: “Este dolor, esta ligera fiebre, ¡ya tengo síntomas mortales!” es tan común como expresión del “pánico” (miedo que producía la oscura cueva del terrible dios Pan entre los griegos), como efecto colateral de la “pandemia”, estimulado diariamente por las terribles noticias de su propagación. Cierto, sin descartar el moralmente obligatorio cuidado de la vida humana en todas sus etapas (Papa Francisco), la ineludible idea de morir puede traer el beneficio de la sabiduría para vivir mejor: “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato” (Salmo 89,12), debiéndose recordar lo afirmado por Pitágoras (569-474 a.C.): “El hombre es mortal por sus temores, pero inmortal por sus deseos”, y más aún, sin dejar de lamentar la muerte penosa de tantos mayores de edad, y hasta de jóvenes y niños, retomando la valiente propuesta de San Agustín: “Cuida tu cuerpo como si fueras a vivir por siempre, pero cuida tu alma como si fueras a morir mañana” (Confesiones).

' ¡Aperíte Pórtas! ¡Abran las puertas! a Cristo que pide perdón, solidaridad, abandono del vicio y del odio que están allí, con temor del contagio.

Víctor Hugo Palma

De la innegable angustia global a la muerte, al paso de la esperanza, invita esta peculiar Semana Santa, que inicia mañana con un “Domingo de Ramos sin ramos”, o al menos sin las hermosas procesiones: de todo da ejemplo el Papa Francisco con su silencio y figura solitaria, pero no menos esperanzadora (Bendición del 27 de Marzo: visite: www.vatican.va), así como la reciente celebración de la Conferencia Episcopal guatemalteca —2 abril— ante el Cristo Negro de Esquipulas, lugar del encuentro multisecular de la súplica humana y la misericordia divina (visite: www.iglesiacatolica.org.gt).

El inicio de la Pasión de Cristo con su entrada a Jerusalén ya está marcado por la ambigüedad de aquellas gentes que lo aclaman, pero luego sucumbirán a la manipulación de sus jefes y “exigirán su crucifixión. Pero quien ingresa a la ciudad trae algo diferente: su Pasión leída mañana lleva a la Resurrección, a la certeza de poder pasar de la angustia mortal que causan todas las catástrofes —terremotos, erupciones volcánicas, deslaves, tsunamis, pandemias, sequías, y cuánto más las guerras fratricidas— a una nueva etapa de existencia, donde “la muerte ya no manda, pues ha perdido su poder” (cf. 1Co 15, 55-57). Pensamiento saludable que llena de esperanza y no solo “distrae de la realidad” como diría el ateísmo clásico, pues mientras se lucha contra la pandemia, mientras se estimula a los científicos para encontrar la vacuna, mientras se felicita la entrega heroica de médicos, enfermeras, asistentes sanitarios, pero también de policías, guardias de seguridad, trabajadores de tiendas y comedores, de continuadores, etc. se recibe mañana en la “iglesia doméstica del hogar”, pues no se puede ir al templo, a quien puede vencer la muerte.

Una condición es necesaria para participar de su triunfo: “Aperíte pórtas” ¡Abran las puertas! (Salmo 24,7) a Cristo que pide perdón, solidaridad, abandono del vicio y del odio que están allí, con el temor fatal del contagio viral. Así, aun en cuarentena y toque de queda y sin procesiones, esta Semana Santa del 2020 es urgente la apertura espiritual, de las puertas “de dentro” del corazón al Único que pueda dar vida después de la muerte: el que “entra montado en un burrito, bajo un manto púrpura acogido con el clamor de los olivos” (Himno litúrgico de Domingo de Ramos).

ESCRITO POR:

Víctor Hugo Palma Paul

Doctor en Teología, en Roma. Obispo de Escuintla. Responsable de Comunicaciones de la CEG.