NOTA BENE

Día de Todos los Santos

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El primer Día de Todos los Santos se celebró el 13 de mayo de 609, con la consagración del Panteón de Roma como una iglesia dedicada a la Virgen María y a los mártires. Menos de un año antes había accedido al pontificado Bonifacio IV, tras una vacante de seis meses. El emperador bizantino Focas declaró obispo universal y la cabeza de todas las iglesias a su antecesor, Bonifacio III, en 607. Fue Focas quien autorizó al nuevo papa convertir el Panteón en una iglesia cristiana. En una cuenca de pórfido, bajo el altar, colocaron 28 carretadas de osamentas que trasladaron de las catacumbas al monumento circular, originalmente construido en el año 27 d.C. por Agripa, para Júpiter, Venus y Marte. El primer y segundo templo fueron destruidos; el actual edificio, considerado el monumento romano mejor conservado, data de 126 d.C. y fue completado en tiempos de Adriano.

Perseguidos por sus creencias religiosas, los mártires mueren de forma heroica. Las sucesivas persecuciones de cristianos por el imperio romano cobró la vida de tantos fieles que era imposible conmemorarlos individualmente. Por eso se pensó en celebrar una fiesta común para todos los santos.

' Hoy hay fiesta en el Cielo.

Carroll Rios de Rodríguez

Años más tarde, el papa sirio Gregorio III, electo por aclamación en 731, trasladó la celebración de todos los santos al 1 de noviembre. Su sucesor, Gregorio IV, requirió que la celebración se extendiera a toda la iglesia. La instauración del Día de los Difuntos, celebrado el 2 de noviembre, es atribuida a San Odilón de Cluny, Francia, un monje benedictino que quería traer a nuestra memoria a los fallecidos aún en proceso de purificación. En algunos países de Occidente se celebra, además, a los muertos desde la víspera del Día de los Santos (Halloween).

¿Por qué solemos decir que hoy hay fiesta en el cielo? Porque cada 1 de noviembre celebramos a todas las personas que han alcanzado la visión beatífica en el Cielo. Beatus, en latín, significa feliz: ir al Cielo es sinónimo de llegar al “estado supremo y definitivo de dicha”, nos enseña el Catecismo. Los cristianos creemos que al final de la vida terrenal algunos podremos conocer a Dios y gozar plenamente de su amor de padre, así como de su Belleza, Verdad y Bien. Los “limpios de corazón”, afirman las bienaventuranzas contenidas en el Evangelio de Mateo (5, 3-12), “verán a Dios”. Otra forma de entenderlo es que el Cielo es “vivir en Dios”. Previamente hemos de superar un juicio particular, morir en gracia y estar purificados.

Sabemos por experiencia propia que no es nada fácil vivir santamente. La mayoría de nosotros lucha durante toda la vida para convertir las virtudes humanas en hábitos, rezar asiduamente y ofrecer nuestro trabajo digno y bien hecho a Dios.
Admiramos a quienes ya pueblan el Cielo y confiamos en que los santos son muchos más de los que son reconocidos explícitamente por la Iglesia. Como escribió G.K. Chesterton, “no puedes negar que es perfectamente posible que mañana por la mañana en Irlanda o en Italia pudiera aparecer un hombre no solo tan bueno, sino bueno de la exacta manera en que lo fue San Francisco de Asís”. Algunos de nuestros antepasados seguramente son ya santos anónimos… ¡Hoy es su fiesta especial! En esta fecha, año tras año, aprovechamos para agradecer a Dios por todos los santos y por lo que Él hizo por ellos. Además, podemos pedirles a nuestros santos preferidos que intercedan por nosotros para que Dios nos conceda las gracias que requerimos.

El Día de Todos los Santos es un buen momento para levantar la vista y volver a dirigir nuestras energías hacia la meta más grande de todas, ganarnos ese pase al Cielo, en lugar de contentarnos con metas exclusivamente terrenales.

ESCRITO POR:

Carroll Ríos de Rodríguez

Miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales (CEES). Presidente del Instituto Fe y Libertad (IFYL). Catedrática de la Universidad Francisco Marroquín (UFM).