Conciencia

Discursos políticos y realidades: un abismo que crece

“Los discursos presidenciales deben inspirar, reflejar la verdad y ofrecer soluciones claras para un futuro mejor”.

Se espera de un discurso presidencial inspiración, emoción y, lo más importante, acción. Sin embargo, lo que desilusiona es cuando estos discursos resultan vagos, llenos de medias verdades y medias mentiras, dejando en los ciudadanos la sensación de desconexión, como si los políticos no entendieran la realidad. En buen chapín, terminan “dando atol con el dedo”.


La semana pasada se presentaron tres discursos significativos: el del presidente de la República de Guatemala, Bernardo Arévalo, con ocasión de su primer año de gobierno; el del presidente del Congreso de la República, Nery Ramos, al cierre de su primer año e inicio del segundo; y por último el del presidente de Estados Unidos, Joe Biden.


En el caso del presidente Arévalo, su discurso sigue girando en contra de la corrupción, pero no hay cambios significativos en el sistema, ni nuevas formas de negociar con el Congreso. Aunque se han presentado algunas denuncias, la percepción general es que su pequeño y cerrado grupo no ha logrado gobernar de manera distinta. Ha sido un año de prueba y error, sin resultados favorables concretos. Se encamina a convertirse en un gobierno benefactor, marcado por un aumento en la burocracia, pero ineficaz para planificar, ejecutar y llevar a cabo programas de desarrollo que realmente beneficien al país. Se está endeudando al país para pagar salarios, subsidios y obras clientelares, mientras las comunidades siguen sin recibir los servicios que necesitan. Aún no hay planes concretos para modernizar el país, prevenir la corrupción, menos para implementar un dinámico programa económico, transformar la salud pública, innovar la educación con tecnología en el aula y lograr que el Ministerio de Comunicaciones medianamente funcione.

La conexión con la población exige discursos auténticos, claros y orientados a la acción.


El discurso del presidente del Congreso tampoco genera confianza. A pesar de que Ramos pregona como un gran logro aprobar tantas leyes en coordinación con el Ejecutivo, los hechos demeritan su narrativa. El último año estuvo marcado por un récord en citaciones e interpelaciones, una opaca ampliación presupuestaria y la aprobación de un presupuesto clientelar. Al analizar las leyes aprobadas, muchas carecen de sustento técnico, financiero o legal. Aunque él habla de una agenda legislativa, esto parece más un conjunto de propuestas aisladas, producto de intereses individuales, generada por el pulso entre bancadas, sin una visión integral o al menos legibles. Esto, claro está, sería diferente si existiera un plan de gobierno, con metas definidas y propuestas legislativas concretas alineadas a una estrategia.


El discurso de despedida del presidente Joe Biden, el pasado 15 de enero, fue particular: un autoelogio de su gestión y un anuncio de un desastre para el futuro de Estados Unidos. Sus políticas polarizantes, como la ideología de género, el rechazo al derecho a la vida y una agenda progresista desconectaron a la población. A esto se sumó la percepción negativa de la economía, la inflación y la pérdida de liderazgo mundial; factores que llevaron a los estadounidenses a votar mayoritariamente por los republicanos. Al final, su advertencia sobre un ‘imperio tecnológico’ que amenaza la libertad de expresión resultó tan fuera de lugar como contradictoria, especialmente considerando que durante su administración Donald Trump fue expulsado de Twitter en 2021, mientras dictadores y violadores de los derechos humanos como Nicolás Maduro y Daniel Ortega siguen activos en la plataforma sin restricciones.


Con el regreso de Donald Trump al poder, las expectativas son grandes. Su discurso será decisivo no solo para los estadounidenses, sino para el mundo entero. Esperamos un mensaje claro, directo y sin rodeos, que inspire esperanza y traiga soluciones concretas. Sin embargo, como siempre, las palabras deben traducirse en acciones.

ESCRITO POR:
María del Carmen Aceña
Ingeniera en Sistemas, con maestría en Administración de Empresas de INCAE. Vicepresidente del Centro de Investigaciones Económicas (Cien). Exministra de Educación. Amante de la vida y de Guatemala