DE MIS NOTAS
Ecuador: entre Correa y Lasso
Una multitud de indígenas acampa en las plazas de la Casa de la Cultura y las universidades Salesiana y Central del Ecuador. Es de noche y hace frío. Fogatas, pequeñas tiendas de tela y plástico para guarecerse del viento aparecen como banderas de guerra. Hay olor a café y sopa caliente. Hay picops cargados de raciones para todos; pancartas y vituallas para las jornadas de protesta. Hay pintura en aerosol y alguna herramienta para alentar el grito de guerra a la hora de entrarle al saqueo de los comercios. La insurrección pagada. La creación del caos en todo su esplendor.
No hay argumentos en esta protesta, solo acciones tácticas. No hay razones ni reivindicaciones, solo obediencia al norte de los “correanos” y sus avatares para paralizar Ecuador. El país en el que unos cuantos —muy parecido a Guatemala—, con piedras, un cartón garabateado y esbozando caras de malos detienen la sangre vital de la circulación económica, violando la libre locomoción. Casi un verso.
La presión en contra de tal caos no viene de los gases lacrimógenos del Gobierno, sino del mismo pueblo productivo. Ese que no está con deseos de ganarse 25 dólares diarios, con comida para servir de piezas de artillería civil como marionetas en una escena de teatro.
¡Renuncia, el pueblo te lo demanda! La tarima habla de reivindicaciones dispersas, de “congelar los precios, subsidios para los agricultores, alivio económico, precios “justos” de arroz y maíz, hasta la protección de la Pachamama —y si hubiese alguna demanda relacionada con el Chupacabras, también—. Es la misma lista “santaclosesca” utilizada como muletilla discursiva para apretar el botón de los sin juicio para formarles prejuicios. Son los mismos textos manipulados para sacarlos de contexto y darles el pretexto del motín y el desacuerdo. Picos de oro entarimados para contagiar a los zombis con el virus del antisistema. Porque es cierto que anda mal. Porque la clase política ha hecho del modelo un esperpento deformado, peligroso, clientelar, avorazado, despreciable y sin alma. Es el karma de los modelos mercantilistas que han sucumbido a la presión populista. He aquí la factura…
' En Latinoamérica, si cae Ecuador solo quedarían dos manchas blancas sin el rouge rojillo de la izquierda.
Alfred Kaltschmitt
Latinoamérica no quiere aprender de su historia. Regresamos a los albores de la repetición de los modelos arcaicos. “Sí, ya lo sabíamos, hombre. Sí…. ¿Pero qué importa? Sigamos adelante, que aquí no se ve despeñadero, solo compañeros a los lados, atrás y por delante”.
Los asambleístas del UNES, con los aires Petro soplando sus velas “saupaulistas”, quieren montarse a bordo con urgencia y anhelo turbio a esa corriente —que bien infladas les tienen sus alas—, dictaminaron: “El pedido de destitución es por grave crisis política y conmoción interna, conforme al artículo 130, numeral 2 de la Constitución, a raíz del paro nacional del movimiento indígena que en casi dos semanas ha tenido varios episodios de violencia”.
Los organizadores del pleito culpan de la violencia al receptor que no la causa, sino al que la debe gestionar. Primitivo…
¿Cuánto durará la bolsa del pueblo productivo esperando en fila para seguir con su vida y mantener sus comercios y trabajos? ¿Cuánto tienen los correístas y narcoterroristas en el depósito para seguir pagando los US$25 por 10 o 15 mil sombreros por día?
El presidente Lasso, atrapado por el sistema, a través de la ventana atisba. Calcula el costo de sus opciones: más gases lacrimógenos y garrote, ceder en algunas de las demandas o entregarle la presidencia a la avalancha roja.
Si así fuere, en el mapa latinoamericano solo quedarían aún dos países sin el rouge rojillo: Brasil y Guatemala.