CON OTRA MIRADA
Efectos inesperados del color en la arquitectura
Según Wikipedia, el color es la impresión producida por un tono de luz en los órganos visuales, o más exactamente, es una percepción visual que se genera en el cerebro de los humanos y otros animales al interpretar las señales nerviosas que le envían los fotorreceptores en la retina del ojo, que a su vez interpretan y distinguen las distintas longitudes de onda que captan la parte visible del espectro electromagnético.
Los colores se clasifican en primarios: rojo, amarillo y azul, y secundarios (mezclas de los primarios) verde, violeta y naranja. Las civilizaciones han dominado su uso y manejo, cuyo testimonio conocemos por sus edificios, escultura, cerámica y pintura mural.
Isaac Newton estableció en 1704 una gama de siete colores y sus espectros complementarios que se hicieron corresponder a los del arcoíris, que representa la gama de esas combinaciones. Esos siete colores espectrales pueden definirse como fundamentales: rojo, naranja, amarillo, verde, cian, azul y magenta. Su combinación se rige por las reglas básicas de la llamada Teoría del Color.
' Confirmé la importancia de recuperar al menos un fragmento de la imagen de la histórica ciudad.
José María Magaña
El blanco y el negro no son considerados colores, sino representación de la luz y de la sombra, respectivamente. La luz (blanco) se obtiene combinando rojo, verde y azul; mientras que mezclando cian, magenta y amarillo se produce la oscuridad (negro).
De la cultura maya, sabemos que el exterior de su arquitectura monumental (palacios y templos) estuvo pintado de vivos colores aplicados al seco, por lo tanto, sujetos a deteriorarse en este ambiente tropical. Esa tradición se mantuvo viva en los grupos culturales hereditarios de aquella gran civilización, que al momento de la llegada de los españoles en el siglo XVI ocupaban el actual territorio nacional.
Con la fundación de nuevos pueblos y ciudades, muchos de ellos impuestos sobre sus centros ceremoniales, se creó una nueva arquitectura, produciéndose el inevitable mestizaje de algunos elementos decorativos introducidos por aquella mano de obra calificada.
Los terremotos del 4 y 6 de febrero de 1976 sorprendieron a La Antigua Guatemala en vísperas de la Cuaresma. Los daños fueron del orden del 25% en los monumentos y cerca del 75% en casas, lo que impidió la periódica renovación cromática de las viviendas.
La situación fue caótica. La ayuda internacional llegó pronto. Canadá aportó madera para apuntalar monumentos dañados. Los esfuerzos por proteger, consolidar y, en el mejor de los casos, reestructurar elementos o partes de los edificios fue eficiente, considerando los recursos, pero insuficiente ante la magnitud de la catástrofe.
Al asumir el cargo de Conservador de la Ciudad, en junio de 1978, la imagen del conjunto histórico era espectral. Los apuntalamientos hacia las calles ya no cumplían su función, pues la madera se había podrido.
Una de las dos arcadas del lavadero público Tanque La Unión había colapsado, ofreciendo un espectáculo devastador. La arcada faltante se reconstruyó y se introdujo el reforzamiento estructural por medio de tensores de acero a la altura de la terraza española. Se hizo una delicada reintegración de elementos compositivos que permite distinguir entre la arcada original y la nueva. Fue mi primera restauración de una edificación emblemática que, desde luego, se pintó del mismo amarillo que siempre tuvo.
Un efecto inesperado fue que en pocos meses algunos vecinos pintaron sus casas de ese amarillo. Con esa experiencia confirmé la importancia de recuperar al menos un fragmento de la imagen de la histórica ciudad, que a su vez contribuyó a generar confianza en la institución a cargo, pero, sobre todo, a rescatar la alicaída identidad ciudadana.